La dictadura del ‘like’ que hace estar enganchado a la pantalla y comulgar con ‘maravillas’ donde no las hay y estar atentos ante alertas infundadas y toda clase de bulos es el nuevo retablo que trae a colación la compañía Tablo Tablo Teatro en su obra ‘Más es más’, inspirada en el entremés de Cervantes.
Los siete intérpretes, cuatro actrices y tres actores, acuden en vaqueros y chándal, a lo Rosalía, un vestuario que termina siendo muy apropiado ante las sesiones que les esperan de gimnasio, meditación en busca de un optimismo tan socialmente eficaz como tontuno y baile con música electrónica.
Chanfalla y Chirinos se presentan ante el pueblo vendiendo un espectáculo cuyos prodigios sólo pueden ver quienes no sean bastardos o conversos, mientras el dominador poder de las redes sociales, con sus algoritmos e influencers, marca la agenda de noticias y alarma ante temas como la inmigración.
La obviedad del ‘Más es más’, que echa por tierra la máxima minimalista de ‘menos es más’, y la paradoja de uno y trino que también se relaciona con la cultura de un país que procede de la convivencia de tres culturas, pese al ardor por la pureza de sangre, aparecen en una pieza en la que se aborda el temor al aislamiento y a no ser aceptado, así como a no tener antaño parroquianos o ahora seguidores en el enfermizo narcisismo en el que pueden hacer caer las redes sociales.
Si la estafa del retablo cervantino consistía en que creyeran ver lo que no había, el Chanfalla actual es un adoctrinador de positivismo idiotizante que recomienda en sus charlas motivadoras ‘cambiar el chip’, decir a todo que sí, adaptarse a lo que haya aunque no haya nada, no perder ni un ápice de energía en contrariarse y dejarse llevar por la corriente.
Con dirección de Lucía Chamberí, la propuesta contiene chispeantes toques de humor como cuando una de las jóvenes desconfía en poner fronteras a sus más que apreciados ‘me gusta’ llegados de todos los lares; la espectadora que no ve ni un pimiento de las apariciones presentadas por los pícaros en el Retablo como Sansón derribando columnas, un toro de agudos cuernos y manadas de ratones blancos y azules, y menos aún el agua del río Jordán que convierte en dorados los bigotes; y la misma actriz en clase de optimista alienación que no nota mejoría alguna pero no se opone porque tiene pagado el curso.
Reflexiones sobre temas como la imagen idílica que la sociedad exige emergen en la pieza cuyos personajes, incitados a la modorra y asentir para ser teledirigidos, se sumergen en sesiones de trance, con música electrónica, luces y baile.