El pasado jueves, Nacho Vegas dio en la sala Zahora Magestic un concierto cuyo rasgo principal fue la profesionalidad. Lo que allí se vio se alejó del malditismo tópico que rodea al cantante desde el comienzo de su carrera. La mezcla de temas antiguos y nuevos, la firmeza de los músicos y la complicidad del público fueron claves. También el criterio del programador, o el mecanismo de la inercia, responsable de que esta gira pasase por Ciudad Real.
Violética, último álbum de Nacho Vegas, ocupó la mitad del concierto. Frente al místico y efímero primer single, Ser árbol, se alzó la recelosa prédica Ideología. El atrevimiento de tocarla en tercer lugar no es desdeñable si se tienen en cuenta su duración y su mensaje. Otro tema, Crímenes cantados, hurgó en la herida que supone el dilema de los movimientos migratorios para la sociedad occidental.
Potente acompañamiento
La belleza de imágenes como la de Desborde, que muestra un hipotético Madrid inundado por las mareas, contrastó con la crudeza de Cómo hacer crac, punta de lanza de la (actual) época reivindicativa de su autor, o La gran broma final, que se ha ido recargando de sentido desde su publicación en 2011. Los admiradores agradecieron el recuerdo de la Plaza de la Soledad, aclamaron la Canción de Palacio (sí, han pasado quince años de su escritura: “me llegó a ofrecer mano de obra infantil cierta gran multinacional. Claro, yo la rechacé”) y pidieron a gritos la punzante Dry Martini. Sin dar tregua a la nostalgia y consciente del gran momento en que se encuentra, Vegas dio a sus seguidores históricos el gusto de reencontrarse en vivo con algunos de sus temas clásicos.
En este sentido, es meritorio el esfuerzo por mantener la coherencia a lo largo de una trayectoria. Desde Manta Ray hasta sus canciones recientes, pasando por los diarios de Ramón Lluís Bande, el ruido es omnipresente en las grabaciones de Nacho Vegas. El sonido de Paco Loco es marca de la casa desde Actos inexplicables, su primer disco en solitario. Pero la transferencia de esa cohesión artística al escenario conlleva mayor dificultad. Ese reto lo asumieron tres miembros del grupo León Benavente, el baterista Manu Molina (en la banda desde Actos inexplicables) y el guitarrista Joseba Irazoki. Aunque no descubra nada nuevo, creo que es un acto de responsabilidad señalar la técnica sobresaliente de este músico. Su gremio le reconoce una solvencia que merece a una escala mucho mayor que un territorio geográfico o un género.
Segunda visita
Un admirador comentó que la de anoche fue la segunda visita del solista a Ciudad Real. La memoria colectiva es voluble, por lo que recurrimos a la hemeroteca de este periódico. En efecto, una noticia dio fe de la presencia del artista en el cierre de la tercera edición del Festival de Música Independiente local, que se celebró en 2005. Aquel año fue el de la publicación de Desaparezca aquí, tercer álbum del asturiano. En él figuraba El hombre que casi conoció a Michi Panero, que puso fin a la actuación del jueves.
En esta ocasión, la parroquia se mostró fiel y entregada, a pesar de que estos adjetivos sean cuestionables —y, sin embargo, justos en este caso— a la hora de definir al público de un cantante que ha estado en esta capital dos veces en sus veintiocho años de carrera. Sé que Vegas valoraría en su justa medida la utilización del término parroquia para definir a su concurrencia.
Nacho Vegas (voz, guitarra acústica), Luis Rodríguez (bajo), Manu Molina (batería, percusión menor), Edu Baos (guitarra eléctrica), Joseba Irazoki (guitarra eléctrica, mandolina), Abraham Boba (teclados). Zahora Magestic. Ciudad Real, 18 de octubre.