Nació en Manzanares, -como a la sombra de los históricos muros del Castillo de Pilas Bonas-, y aunque desconozco la fecha exacta entiendo que hubo de hacerlo hacia el primer tercio del pasado siglo, ya que literariamente hablando perteneció Pascual Antonio Beño Galiana a la generación llamada de “Los niños de la Guerra Civil de Mil novecientos treinta y seis”, a la que también lo hicieron nombres tan relevantes, -de los que algunos ya han supuesto capítulo de esta serie de artículos-, como Arteaga, Baos Galán, Cabañero, Crespo Pérez de Madrid, Torres Grueso, Del Hierro Palomo, Mena Cantero, Cano Cano, Escribano, López Martínez, Fernández Arroyo, Corredor Matheos, González Lara, Morales Bonilla, Fernández Molina,… y que aparecen con su mensaje hecho verso, con su pensar hecho sentimiento,… durante las décadas de los ya un tanto lejanos 50 y60.
Se dio a conocer Pascual Antonio Beño Galiana como poeta, -cual fue el caso de otros como Carlos Baos o Vicente Cano-, aprovechando las reuniones literarias que por el quijotesco burgo de Ruidera, -así conocida, tal vez, la villa por el ruido del agua de las lagunas que en su regazo se acurrucan-, se celebraron desde mediados, o antes, de los años sesenta y hasta los más tiernos albores de los setenta, y de las que fue fundador además de encargarse de su burocracia, como secretario, con una poesía, con palabras de Francisco Umbral, “…que no abandona en ningún momento su acento de sencillez. La emoción que pueda acarrear su poesía está ahí, dicha o no dicha, pero nunca falseada por la retórica, porque no quiere engañarse ni engañarnos…” Fue por entonces, también, cuando en la lejana Argentina publicó su primer libro de poemas.
Fue este volumen, -que ve la luz en el año de Mil novecientos sesenta y tres-, el primero de la extensa obra de un hombre, Beño Galiana, que como él mismo canta, acompañado de la sutil musicalidad de sus versos, se conformó “…con el milagro cotidiano/ que cada día nuevo nos reserva./ Goza la trascendencia de las horas,/ de lo fugaz disfruta intensamente/ sin el origen-nostalgia del pasado,/ sin la zozobra-angustia del porvenir incierto…”, compuesta, su producción literaria, por más de cien cuentos, -emulando al tomellosero Francisco García Pavón-, además de aproximadamente una veintena de novelas, casi treinta obras de teatro, incontables artículos y críticas de libros,… amén de poemarios entre los que cabe citar ahora aquellos que llevan por título “Poemas”, “Letreros y pintadas”, “Barro y soplo”, “Fernando”, “Amantes de amor oscuro”, “Tragedias cotidianas”,… recogiéndose igualmente una buena parte de su labor, ¡su buena labor!, en antologías como “Exilio en la tierra”, y la recopilatoria (1947-2002), “Antología poética”.
Varios premios logró, fruto de su quehacer, Pascual Antonio Beño Galiana; un hombre que supo atrapar, vivir, sentir,… “…la eternidad/ de veinticuatro horas/ -metáfora constante de toda su existencia-./ La mañana de sol recién parida, despertar/ la sorpresa de estar vivo,/ la verde libertad de los semáforos./ Disfruta de la luz del mediodía,/ la playa luminosa,/ el abrazo del sol, entregado y desnudo./ De la tarde disfruta,/ cuando arrastra las sombras/ y el paisaje maquilla de oscuridad y ausencias…”
Sus familiares, sus amigos, -los personales y los que no lo fueron tanto-, muchos recordamos ahora aquel día diez de julio de Dos mil ocho en que nos dejaba para siempre Pascual Antonio Beño Galiana sumergiéndose, -parafraseando algunos de sus versos-, en la noche, la noche de los tiempos, como en algo dulcísimo, huyendo de la cordura, -cual Quijote-, al tiempo de no hacer caso de “cláxons” represivos y regalándonos, -con palabras de la hispanista Françoise González-Rousseaux-, “…una poesía que, bajo la apariencia de gran diversidad de temas, sigue dos tendencias esenciales: De una parte, el hedonismo, el erotismo y la felicidad inmediata del carpe diem; de otra parte, la poesía, ya sea populista, indómita, social o mesiánica, denota gran preocupación por la conducta de los hombres y de la suerte de este mundo…”