Corren los últimos días de verano: todavía se deforma el horizonte con las ondas de otra ola de calor y en el fondo de la conversación sólo se escucha el sonido de los aires acondicionados. “Esto es horrible, paisano”, comenta entre risas Jesús Fernández Úbeda. El periodista y escritor tiene la suerte de codearse con auténticos referentes del mundo de la comunicación de antes y de ahora.
Desde Reverte hasta Iker Jiménez pasando por Raúl del Pozo, Iván Redondo o Manu Marlasca. De todos ellos asimila un poco el escritor, inquieto y vívido en su profesión, y quizás más apocado en su transitar vital. Entre canciones de Sabina y Bunbury, Fernández Úbeda se mueve entre dos aguas, la de la picaresca de entonces y la de la corrección política de ahora; el periodismo de Pueblo y el digital.
El arenero -y madrileño de adopción- es una de esas rara avis que de vez en cuando sale de las redacciones en los últimos lustros. Elegante en sus formas, mordaz en algunas de sus opiniones y con un aura de periodista de otro tiempo que no olvida sus raíces. A Fernández Úbeda le gusta escuchar y contemplar cuando aquellos de la canalla y de las whiskerías abren el tarro de las esencias.
Y ahí, en esas sobremesas eternas donde se arregla el mundo a la manera que cada uno cree oportuno, nació, de una manera u otra, el encargo de ‘Nido de piratas: la fascinante historia del diario Pueblo‘ (Debate, 2023), su último libro, con prólogo de Arturo Pérez-Reverte.
‘Nido de piratas’ narra la historia del diario Pueblo, que comienza en 1964 cuando el periódico de los sindicatos verticales se traslada al número 73 de la madrileña calle de las Huertas. Bajo la dirección de Emilio Romero, y con una tirada de más de 200.000 ejemplares, se encuentra en la cima del éxito. Los reporteros y fotógrafos que pelean por las exclusivas se cuentan por decenas.
Desde Arturo Pérez-Reverte hasta Rosa Villacastín, Carmen Rigalt, José María García, Raúl del Pozo, Julia Navarro, Yale o Andrés o Aberasturi -y abogados, curas, fotógrafos, peluqueros, etc.- son algunos de los testigos directos e indirectos de esa manera salvaje y directa de hacer periodismo.
Fernández Úbeda se inspira en todo ello para crear una oda al periodismo que ya fue y, sobre todo, a los periodistas que algún día fueron. Una obra construida a través de los testimonios de los que quedan y de los hijos y amigos de aquellos.
P.- ¿Por qué Pueblo y no otra redacción?
R.- Por un encargo. Yo había hecho hace unos años una biografía de Raúl del Pozo con un compañero que se llama Julio Valdeón, que escribe en El Mundo, y aunque Arturo Pérez-Reverte ya me conocía por Zenda, yo escribo en Zenda, que es una revista cultural que él fundó, me conoció en las distancias cortas, pero no en las largas. Sale el libro sobre Raúl, a Arturo le gusta mucho y pasa el tiempo.
Y en este tiempo que pasa, en esas reuniones que hacen Raúl del Pozo, José María García y Reverte salían historias de Pueblo. Un día, a Arturo se le encendió la bombilla y dijo: “Úbeda tiene que contar la historia de Pueblo”. Y en octubre de 2021 me citaron para comer, me hicieron el encargo y con un honor fabuloso, pero con un vértigo tremendo, acepté la misión.
P.- En el libro tiene mucha importancia la figura del director Emilio Romero, probablemente la más importante en la historia del diario Pueblo. ¿Cree que en la actualidad hay directores que podrían ser Emilio Romero? Con lo bueno y con lo malo.
Yo diría que lo más parecido en la historia reciente española a Emilio Romero ha sido el Pedro J. Ramírez de El Mundo. Ese era el periódico con el que nos despertábamos, íbamos al quiosco y había una exclusiva sobre los fondos reservados, o sobre Roldán o sobre, más recientemente, el caso Nóos o Bárcenas.
Yo creo que el periódico que más apostó por el reportaje y por el periodismo de investigación en los últimos tiempos fue El Mundo de Pedro J.
Luego no sé si a Pedro J. lo largaron o se marchó…
P.- Hay versiones…
R.- Pero es cierto que, en el Pedro J. d.M. (después de El Mundo), su aura menguó…
P.- Se perdió esa irreverencia.
R.- Más que irreverencia, esa forma salvaje de encontrar historias y de contar historias que interesen y que hicieran temblar “los cimientos de la democracia”. Las historias que publicó El Mundo en los 90, sobre todo, eran historias muy, muy, muy gordas, no las exclusivas que se están publicando ahora. Yo me atrevo a decir que, de hace cinco o seis años a esta parte, las exclusivas no tienen punto de comparación con aquellas.
P.- Con el reciente documental sobre la vida de José María García, en redes se pudieron leer comentarios que afirmaban que actualmente, para bien o para mal, ya no hay ‘José María Garcías’. ¿Se ha perdido ese periodismo canalla?
R.- El periodismo es muy diferente. El mundo ha cambiado y dentro de ese mundo de cambios vertiginosos el periodismo ha mutado. Yo creo que estamos hablando de una época -la de Pueblo- en la que no hay una cosa que es clave, con la que sin ella no se pueden entender nuestros días y que entonces sólo existía en las universidades americanas y en los cuarteles del ejército estadounidense, que es Internet. El poder de ese dios con minúscula tecnológico es un invento que seguramente está a la altura de la imprenta o de la máquina de vapor.
P.- Sin duda. Algo transformador. Abrió un nuevo paradigma.
R.- Pueblo pertenece a una época en la que no había tantos medios de comunicación e información como los hay ahora y en la que cualquiera, en el momento que quisiera, no tenía acceso a un aparato para consultar lo que le viniera en gana y participar en el debate, como sí hacemos ahora. Creo que el mérito de esos periodistas que publicaban exclusivas y que hacían grandes reportajes es mayor porque tenían menos herramientas para conseguir esa información.
Mejor dicho, conseguían esa información de una forma mucho menos cómoda de la que se consigue ahora. Eso los convertía en referentes, tenían mayor autoritas, porque no había tanto donde elegir y al haber mucha demanda y menos oferta, la gente depositaba mayor confianza en los artesanos de la información.
P.- En ‘Nido de piratas’ el patrón del reportero vocacional es Felipe Navarro, para todos conocido como ‘Yale’. ¿Ahora mismo un periodista sería capaz de ‘ser Yale’? O, más allá, ¿podría salir de una facultad de Periodismo un ‘Yale’?
R.- ‘Yale’ tiene una biografía maravillosa que se llama ‘Un reportero a la pata coja’ y te cuenta cómo llegó de Córdoba a Madrid sin un duro, cojo por poliomielitis, durmiendo en las peores pensiones, cobrando una mierda…
P.- Con todo en contra, vaya.
R.- Y fue un grandísimo reportero, eh. Muy injustamente tratado por la memoria histórico-periodística española, que conste. ‘Yale’ fue el que inventó el formato con Tico Medina de la entrevista en Televisión Española y se le condenó al ostracismo cuando fue un tipo muy popular.
P.- Es cierto. Algunos de estos nombres están prácticamente olvidados como referentes periodísticos a pesar de que en su momento eran casi estrellas del rock: reconocibles, populares, rotundos…
R.- Creo que los que nos dedicamos al periodismo empezamos en unas condiciones económicas mucho más cómodas de las que empezó ‘Yale’. No desde el punto de vista empresarial, donde la cosa está terriblemente mal pagada, pero hemos contado con el apoyo familiar y, salvo excepciones, no hemos pasado hambre. Dicho esto, la salud de las empresas informativas en España es pésima.
Los periódicos tosen sangre. Pero, insisto: antes los periodistas empezaban su andadura de una forma paupérrima y creo que muchos de los profesionales que nos dedicamos ahora a la información no tenemos el arrojo ni la valentía, ni la inteligencia que tuvo gente como ‘Yale’, que empezó desde lo más bajo para dedicarse al periodismo y crecer en él.
P.- Muchos de aquellos periodistas son conocidos por otras facetas. Julia Navarro -hija de ‘Yale’- y Reverte por la literatura y el reporterismo de guerra, Balbín por ‘La clave’ en TVE, José María García por la radio, Molés por los toros… ¿Por qué en España no se respeta tanto a los referentes del periodismo como en otros países?
R.- La gente se olvida de Pueblo y de aquella época. Sí, muy bien. Eso pasó. Hubo muchos periodistas grandes, luego triunfaron en otros formatos. También es cierto que el formato audiovisual, no sólo en España, tiene una mayor repercusión que el escrito. Sí que es verdad que los que dieron el salto, por ejemplo, tú mencionas a Arturo, a la televisión, sí que quedaron. O los grandes escritores, como Julia Navarro, pero se nos olvida que antes de todo fueron periodistas, y periodistas cojonudos.
P.- Si preguntamos por intelectuales en España, poca gente mencionará periodistas.
R.- La excepción sería Arturo (Pérez-Reverte), que es verdad que también despierta muchos odios. Porque recibe tiros de ambas trincheras (ríe). Creo que es ‘guerracivilismo’. Si este periodista cojea de la pierna que me gusta lo adulo, pero si cojea de la pierna que no me gusta lo detesto y no lo leo, no lo escucho y, para rematar, le insulto. Esa mala leche que es innata al español.
P.- Pueblo era una suerte de periodismo local. Más allá de sus delegaciones provinciales, casi todo pasaba en Madrid, y como se ve en ‘Nido de piratas’ aquello funcionaba prácticamente como una redacción ‘de local’. ¿Es el periodismo local un resquicio de la profesión que ya fue?
R.- Es más, Pueblo tuvo una excelente sección local dirigida por Manu Marlasca padre. Pero sí, es cierto que casi todo pasaba en Madrid… El periodismo local es la mejor escuela de aprendizaje que hay ahora en la profesión. Creo que es un ecosistema en el que se pueden encontrar historias sorprendentes. Se pueden encontrar historias que enganchen, de las que no salen en los telediarios y que no tienen nada que ver con “periodismo de declaraciones” y es donde un periodista puede hacer el mejor callo.
P.- Recientemente se ha anunciado su fichaje por ‘Cuarto Milenio’, con un tótem de la televisión y de la comunicación como es Iker Jiménez. ¿Cómo afronta este reto? ¿Y cómo surge ese contacto?
R.- Iker me contacta porque lee ‘Nido de piratas’ y le gusta mucho. La conversación y la relación fluye desde el primer momento. Hasta que me propone forma parte de ‘Cuarto Milenio’. Lo afronto con mucha ilusión. Iker Jiménez es un referente dentro del periodismo y participar de un programa con tanto tirón es una responsabilidad.
P.- ¿A qué aspira en la profesión? ¿Y, sobre todo, qué futuro tiene el periodismo? ¿Saldrá de esta?
R.- Aspiro a pagar la hipoteca (ríe). Y soy consciente de que la industria nuestra tose sangre y de que el escenario se parece mucho más al cementerio de elefantes del Rey León que al Jardín del Edén. Entonces, por lo pronto, Virgencita, que me quede como estoy.
Fernández Úbeda: “El manchego es una persona de paso corto y mirada larga”
Fernández Úbeda es hijo del encargado de una cooperativa de vinos en Arenas de San Juan y de una enfermera de una residencia de ancianos en Miguelturra. Sin embargo, vive desde los 18 años en Madrid, donde acudió a formarse como periodista, una profesión que no le viene “de nadie ni de ningún sitio”.
Por eso, ya siente un poco madrileño, aunque reconoce que los tiempos de la vida, para él, siguen siendo manchegos, como los tienen la vid, el olivo y los atardeceres de la tierra.
P.- Cuando alguien se sienta a escribir o va a hacer un reportaje o va a hacer una entrevista, ¿afectan las raíces y la forma de ver la vida, o al final se acaba adaptando uno al entorno y acaba siendo olvidadizo de sus orígenes?
R.- La cosa va por el carril del medio. No he tenido nunca a nadie cercano al periodismo. Lo del periodismo es una cosa que me empezó a gustar a los dieciséis años, porque yo me quería dedicar a algo de letras y dije: “Bueno, lo del periodismo es lo que me parece lo más divertido”. Me tuve que hacer, eh. Mis raíces fueron el desconocimiento y con eso fui a comerme el mundo a ciegas y me salió. Creo que la jugada me ha salido bien, aunque me tropecé unas cuantas veces, porque el camino nuestro no es fácil.
P.- No es fácil porque se viene de donde se viene.
R.- A los que venimos de un ambiente más “working class hero” nos ha dolido menos el hecho de irnos y de buscarnos las historias. Y, ojo, sin putear a nadie, pero agarrándonos a lo que sea sin soltarnos, aunque queme. La gente sin tantos callos en las manos quizás tenga otra actitud. Y sí que es cierto que yo conozco también a gente periodista que ha salido de universidad privada, por ejemplo, y son periodistas fabulosos, pero conozco a más gente que ha salido de la pública, y que tienen colmillo.
P.- Entonces las raíces sí que importan y marcan. De donde viene uno acaba marcando su camino vital y su forma de ver la vida. Teniendo en cuenta que La Mancha es humilde, ¿qué hay de La Mancha en usted?
R.- Yo soy un, digamos, un manchego de Madrid. Llevo en Madrid desde los 18 años, me he hipotecado aquí y aquí estoy construyendo mi vida, o sea, mi vida mía, dejando al margen lo que construyeron mis padres y mis profesores y mis amigos de mi instituto, la estoy construyendo aquí.
Pero quienes me construyeron a mí son mis padres manchegos, Arenas de San Juan, Daimiel, un cura de Arenas que se llamaba don Domingo, un cura de Daimiel que se llamaba José Navarro, mi colegio de la Divina Pastora, mis amigos del instituto… Soy muy, muy, muy manchego, aunque creo no hay que abusar tampoco de determinadas expresiones ni de su gusto, porque al final parece que estás escribiendo o hablando de un sketch de ‘La hora chanante’.
P.- En todos sus libros hay un guiño a la tierra.
R.- Claro, porque la tengo muy presente. En el de Raúl del Pozo, por ejemplo, que él es de Cuenca, había un guiño a la zona. Y también hay guiños a José Mota. No me entiendo sin la Mancha, la de los que pusieron los ingredientes para este cocido. Todos los que te he nombrado antes.
P.- Dicen que en La Mancha existe una forma diferente de ver la vida… ¿Usted la mantiene o ya es hijo sano de la vorágine madrileña?
R.- Con José Mota, que es buen amigo y también es de La Mancha, hemos reflexionado muchas veces sobre la forma de ver la vida de los manchegos. Mota me dijo una cosa muy interesante que he hecho mía: “El manchego es una persona de paso corto y mirada larga”.
P.- Qué interesante. ¿Por qué la hace suya?
R.- Nosotros venimos de una tierra dura, de una tierra seca, una tierra en la que o estás muy pendiente o la cosecha se te va a tomar por saco. Y como hay que trabajar mucho para, tirando de arcaísmo, ganar una peseta, eso hace que el manchego sea austero, que sea cauto y prudente y hasta cierto punto desconfiado, que eso no quiere decir que no sea generoso, porque yo creo que la gente de La Mancha pasará por ser uno de los pueblos más generosos.
P.- Asumo que usted se siente representado en ese arquetipo, ¿verdad?
R.- Soy una persona muy cauta y soy de los que piensa en que, si tienes tres, no puedes gastar cuatro. Y aquello del “más vale pájaro en mano que ciento volando”. Todo muy nuestro. No te voy a negar, por ejemplo, que ahora ya no, pero en ese momento en el que empiezas a despuntar un poquito, que eres como una “joven promesa”, surgieron varias novias mediáticas y tuve la tentación de mudarme de Libertad Digital. Al final dije que no, porque Libertad Digital me ofrece una cosa que es sagrada y rara avis en el periodismo: una nómina.
P.- Ha encontrado usted al unicornio.
R.- Así es (ríe). Y aquí entran en juego esto que hablamos de la forma de ver la vida y las raíces. Quizás eso se lo proponen a alguien que salga, con todos mis respetos, de La Moraleja, con menos preocupaciones, y a lo mejor hubiera caído en la tentación y, ojo, quizás le hubiera salido bien. Pero yo, que soy manchego, como dice Mota, paso corto y mirada larga.
