Manuela García Garcés (83 años), Loli, y su marido Florentino Romero Pastor (a punto de cumplir 85) son dos de los siete habitantes “de continuo” de Minas del Horcajo, aldea de Almodóvar del Campo enclavada en Sierra Madrona y limítrofe con Córdoba, de la que no salen desde hace más de dos meses.
“Esto es un sanatorio; eso al menos nos dice la gente que viene por aquí en verano”, apunta Loli en una conversación telefónica con Lanzadigital.com en la que celebra la salud y la protección de las sierras y pinares del Horcajo. “Nosotros estamos bien, no estamos acostumbrados a andar por ahí”. Ni salen por el pueblo para ver al resto de vecinos (solo hay tres casas habitadas) y cuando lo hacen para alguna causa justificada: recoger las provisiones que les lleva el agente medioambiental Javier Fernández se ponen la mascarilla.
“Lo peor de esto son las muertes”
En sesenta y un años de matrimonio y una vida que les llevó del Horcajo a Puertollano, Madrid, Valencia, y de vuelta al Horcajo “¡hace ya veintiséis años!” -apostilla Loli-, esta pareja de octogenarios se toman el confinamiento con estoicismo. “Lo peor de esto son las muertes”, que les han tocado de cerca: el 1 de abril, en plena escalada de la curva del Covid-19 en España, murió un sobrino de 51 años en Ciudad Real con patologías previas.
Después de algo así, estar encerrados en casa es lo de menos. Loli ni siquiera sale a pasear, ahora que se puede, “tengo azúcar y me fatigo mucho”, remarca. Su marido si lo hace.
El teléfono fijo, por el que habla a diario con sus tres hijos que viven en Madrid y Valencia, es otra de las distracciones de la pareja. Además de las visitas del agente medioambiental Javier Fernández que desde que empezó el estado de alarma les lleva la medicación y la comida de Fuencaliente, su metrópoli antes del confinamiento, “allí si ha habido casos de coronavirus”, refiere.
La familia la llama desde EEUU
Esta octogenaria está al tanto hasta de lo que pasa en Estados Unidos, “allí viven tres hermanas que se casaron con norteamericanos”. Por lo que le cuenta una de ellas, Teresa, a la que no ve desde 1981 pero con la que habla por teléfono al menos una vez al mes, “las cosas allí están muy mal. Mi hermana vive en Texas y les tienen racionada la comida, si encarga una compra de alimentación les llevan la mitad, aunque se lo sirven a domicilio”.
“Que seamos uno para todos y todos para uno”
Al Horcajo no van vendedores ambulantes “quien más y quien menos tiene coche”. Antes del confinamiento sus desplazamientos más frecuentes eran a Fuencaliente o Puertollano para médicos y compras, por lo general con unos amigos, “que con esto tampoco pueden venir”. Sus hijos, que iban visitarles para Semana Santa, tampoco han podido hacerlo, lo habían planeado de tal forma que iban a quedarse cada uno una semana consecutivamente, “íbamos a estar tres semanas acompañados, pero no ha podido ser”. “Ahora lo único que queremos es que pase esto y que seamos uno para todos y todos para uno”.