Plaza de toros de Almodóvar del Campo (Ciudad Real). Primer festejo de feria. Corrida de toros. Lleno en los tendidos.
Se lidiaron seis toros de Loreto Charro, desigualmente presentados. Primero con clase. Segundo manejable aunque falto de entrega. Tercero encastado. Bravo el cuarto, ovacionado en el arrastre. Quinto y sexto ásperos.
Emilio de Justo (de grana y oro): metisaca bajo, pinchazo, casi entera perpendicular y cinco descabellos (ovación con saludos); pinchazo y estocada entera arriba (dos orejas).
Juan Ortega (de corinto y azabache): estocada entera algo contraria (oreja); media tendida arriba (silencio).
Roca Rey (de gris plomo y plata): tres pinchazos y estocada entera desprendida (silencio); estocada entera caída (dos orejas).
Francisco Durán “Viruta ” saludó tras banderillear al tercero.
Emilio de Justo y Roca Rey salieron a hombros.
El primero tuvo cara; es decir, lució unos pitones respetables. Carnes no tanto, pero tuvo presencia. Además, aderezó esa estampa con cierta clase, tanto en el abundante y destacado recibo de capote, como más tarde en la muleta, tela que el extremeño manejó algo rapidillo por momentos, con ajuste desigual en otros, y descolgado de hombros y con regusto ocasionalmente. El trasteo terminó de calar en la tanda final al natural con la mano derecha, pero sufrió el frenazo en seco del garrafal manejo de los aceros.
Dos orejas cortó más tarde Emilio de Justo al bravo cuarto, que embistió con gran entrega y emoción. El extremeño hilvanó una faena de menos a más, con dos tandas finales al natural notables, pero que llegaron algo tarde. Quizás tal tardanza se produjo porque prefirió no apretar hasta el final. Pero el toro fue de traca. Y la hubo, aunque supo a poco. Quizás si De Justo hubiera apretado algo más, el de Loreto Charro habría vuelto al campo.
El segundo se empleó menos que el primero, por lo que Juan Ortega sólo armó dos verónicas dignas de su altura capotera; y viendo que el lucimiento era complicado, se decantó por torear para el toro. En el último tercio optó por darlos de uno a uno para no desbaratar las acometidas y que los muletazos que consiguiera pudieran ser pocos pero muy buenos. Y lo fueron, no demasiados, pero monumentales, encajados, llevándolo cosido y componiendo con una torería de elegido. Además mató a la primera, y a sus manos fue una oreja.
El quinto punteó los engaños y se movió sin ritmo, y como el toro no se brindaba a hacer el toreo, y Juan otra cosa no sabe hacer, el sevillano lo intentó, aunque desistiendo pronto. Otro torero podría haber andado por allí haciendo un loable esfuerzo por agradar, y hacer como que hacía. Pero no este.
No anduvo cómodo Roca Rey con el tercero, que soltaba la cara y se venía por dentro por el derecho, a lo que se añadió el molesto viento. Lo intentó pero sin soltura y fallando a la hora de matar, entrando sin excesiva confianza.
Las ásperas acometidas del sexto en los primeros compases impulsaron a Roca Rey a aplicarle dos puyazos. Para prevenir. Sin embargo el de Charro no se vino abajo y fue tras la muleta con codicia ayuna de entrega. El peruano le plantó cara con firmeza y mando, primando la garra sobre la sutileza, en un trasteo meritorio por la condición nada clara de su antagonista, y que terminó siendo pagada con dos orejas.