Fotos Plaza1
Intentar condensar lo que han deparado 34 tardes de toros se antoja ardua misión. Quizás inabordable. Pero nosotros –por qué no- lo vamos a intentar. Dejándonos por el camino mucha tela, seguro, pero intentando hilar lo que nos ha deparado el recién finalizado San isidro 2019, que, por cierto, no ha sido poco ni, a diferencia de otros años, demasiado malo, en un ciclo que ha puesto de manifiesto una cierta reivindicación del toreo de siempre, aquel que no se obstina en apabullar –casi anular- al toro, sino en torearlo; porque en realidad se tratar de torear, ¿no?
Lo dijo Ortega y Gasset. Algo así como que quien quiera conocer la situación política y social de España, que vaya a una corrida de toros. Ahí tendrá la información. Y llevaba razón. El caleidoscópico panorama político y social actual de España queda reflejado en el frenopático en el que muchas tardes se convierte, en este caso, Las Ventas. Unos que si Viva el rey, otros que si crúzate, otros que si miau, otros que olé, incluso los ha habido que han pedido música… Un sindiós por momentos insufrible. Menos mal que el toreo actúa como una especie de bálsamo de fierabrás que todo lo cura. Porque toreo, en este San isidro, ha habido. Y no poco. Viva el toreo.
Toreo referido a la armónica conjunción de movimientos de toros y toreros. De los primeros ha habido. Hasta 204 (más los pocos sobreros) han saltado al ruedo. Y de ese doble centenar largo los hubo que embistieron. En todas las corridas salieron uno o dos que se dejaron en mayor o menor medida. Incluso en la de Las Ramblas, que ha pasado por ser una de las menos lucidas. Tirando de memoria se me vienen a la mente ejemplares de Juan Pedro Domecq, Parladé, Montalvo, Garcigrande, Victorino, Adolfo Marín, Alcurrucén, Zalduendo, Valdellán, Ventorrillo, Victoriano del Río, Santiago Domecq.. Más de una treintena de toros que llevaban el triunfo prendido en sus embestidas. Además, cabe señalar, positivamente, un ligero cambio en cuanto a la presentación de las corridas. Han seguido saliendo zambombos, sin duda, pero no deja de ser constatable que también ha habido corridas más armónicas en sus hechuras, lo cual ha contribuido, a buen seguro, a que hayan embestido más toros.
En cuanto al apartado referido a toreros, hubo de todo, como por otro lado, es lo lógico (y casi necesario). De los que salen reforzados cabe señalar a Román, que ofreció una cara preñada de entrega y firmeza y otra de torero que también sabe torear –aunque sin volvernos locos y establecer comparaciones demasiado sublimes-, Perera y su algo sobredimensionada salida a hombros del ya lejano 15 de mayo, la sobria torería de un Emilio de Justo al que en cuanto le han tropezado los toros este año le han dejado en el dique seco unas semanas, un Ginés Marín que ha renovado votos, la esperanza que supone un torero como Juan Ortega, un valentísimo Juan Leal, el poso de un Fernando Robleño al que da gusto ver aún con las duras, un Curro Díaz que puede impartir cursos de postgrado sobre cómo sobreponerse toreando a tragedias y quasi tragedias, un Eugenio de Mora que entonó un abigarrado el “aquí sigo”, o un López Chaves que no torció el gesto –ni la figura- a pesar de mal su lote de Cuadri.
También fue un San Isidro duro en el apartado de toreros heridos. Muy graves fueron las cornadas que sufrieron Román, al borde de perder la pierna y/o la vida, Manuel Escribano, o el banderillero Víctor Hugo Saugar. Y graves las de Gonzalo Caballero, Juan Leal, que aguantó en el ruedo con una cornada en el recto hasta cortar –arrancar- una oreja, Sebastián Ritter, Paco Ureña o Pablo Aguado.
Mención aparte merecen los triunfos de Paco Ureña, tan merecido como deseado, por él y por tantos otros entre los que nos incluimos, o el de un David de Miranda que pasó del borde del abismo por una grave lesión hace dos años, a levitar a hombros hacia la calle Alcalá. Algo parecido a lo que ha acontecido con Antonio Ferrera, que transitó desde una quasi tragedia auto impuesta, a la gloria propia y ajena, taurina y personal. O el martillo pilón que hoy día es Roca Rey, mandón actual en las taquillas, en actitud de desbordante suficiencia, y que supone el contrapeso a la tendencia de impulso de toreo clásico encarnada en toreros como Diego Urdiales o Pablo Aguado, entre otros.
Como cruz de la misma moneda, también hubo toreros que no anduvieron inspirados; bien por incapacidad contrastada o falta momentánea de acople. Por hilar con el comentario de López Chaves anterior, no tienen más que comparar la templanza en el trato que insufló el torero salmantino a sus Cuadris (adiós don Fernando, y muchísimas gracias por sus toros y por usted mismo) y la desencajada expresión –y ejecución de su toreo- de Rafaelillo frente a los toros de Trigueros. Tampoco ganó crédito El Cid, quien quizás debiera haberse retirado ya sin intentar darse otra vuelta a España evidenciando que su momento pasó y que es incapaz de quedarse quieto y torear sin crispación. Luis David demostró que es capaz de dar pases, pero torear es otra cosa, comentario extrapolable a un Juan del Álamo al que cuesta trabajo ver del tremendo esfuerzo que parece le supone el intentar torear –nótese el uso del “intentar”. A El Fandi le salió un toro de triunfo gordo, pero que le salga uno de traca al granadino en una plaza en la que no valga todo es una auténtica desgracia para el toro.
De los novilleros, sobresalieron las toreras formas de Francisco de Manuel, y las ganas de ser de Antonio Grande y el mexicano Diego san Román.
Los demás, ni frío ni caliente, ni fu ni fa, dicho esto desde el mayor respeto para unos señores que, no lo olvidemos, son los que –junto con el toro de lidia- alimentan esta pasión nuestra que es la Tauromaquia.
