Las batallas olvidadas suelen despertar el orgullo colectivo del territorio que acogió la beligerancia una vez se recupera su memoria. Y sobre todo cuando el paso del tiempo ofrece una visión más romantizada y convierte en elogio el papel de los soldados ante una derrota casi inevitable. Fue el caso del combate registrado a seis kilómetros de Ciudad Real los días 26 y 27 de marzo de 1809 entre el ejército napoleónico y el español.
Cuando se cumplen 213 años del enfrentamiento bélico -este mismo fin de semana- que coyunturalmente pudo haber cambiado el avance del primer imperio francés, el historiador ciudarrealeño Antonio José Martín de Consuegra quiere recordar a los caídos en aquel combate sin cuartel.
Experto en esta batalla que desde hace años ha estudiado de manera milimétrica, Martín de Consuegra reivindica su memoria con el relato del choque entre las piezas movilizadas en un tablero desigual.
El investigador ya homenajeó a las milicias locales que aquel día se batieron el cobre de manera digna en 2009 con el libro ‘Napoleón en La Mancha, la Ocupación Francesa de Ciudad Real, 1809-1813’, traducido al francés y al inglés, que, tras nuevas indagaciones en archivos y fuentes militares de los dos países enfrentados, está a punto de reeditar.
También ha participado, como asesor, en la recreación de la batalla que el ingeniero de minas jubilado Clemente Dorado ha levantado en una detallada maqueta, a escala 1:72.
El enfrentamiento se produjo en un emplazamiento ubicado a 6,5 kilómetros al norte de Ciudad Real, al pie de la Atalaya, entre los puentes de Nolaya y Molino del Emperador, en un enclave presidido por el entonces caudaloso Guadiana, que hizo de barrera natural para frenar de manera momentánea el avance francés hacia el sur de España.
Según el también guía del Parque Arqueológico de Alarcos, la suerte estaba echada ante el poderío del ejército napoleónico, profesionalizado y organizado en secciones de mercenarios y tiradores de élite de hasta cuatro nacionalidades (holandesa, belga, suiza y polaca), frente a las unidades españolas, con recursos armamentísticos más primarios, y una débil estrategia de movimiento en el terreno.
Las claves de la batalla
En total, participaron 5.000 hombres y 2.000 caballos en una batalla cuyas claves históricas y militares, explica el historiador, fueron la contención por los artilleros españoles del empuje invasor durante 16 horas (Waterloo duró 8 horas y hubo 40.000 muertos) en los pasos sobre el río, y la silenciosa maniobra nocturna de los lanceros polacos del Vístula (apodados ‘Infernos picadores’), que utilizaron el estrecho y vetusto puente de Calatrava la Vieja para cruzar y sorprender de día a los nacionales por un flanco que apenas estaban protegiendo.
La confrontación tuvo lugar en dos días muy lluviosos de la Semana Santa del segundo año de ofensiva napoleónica al territorio español. Tras ganar en Somosierra y Guadarrama, entre otros enclaves, el ejército francés “se impuso el objetivo de tomar la capital de La Mancha (actualmente Ciudad Real), por su posición estratégica, sus reservas de cereal y sus siete molinos de harina”, recuerda el historiador. Inopinadamente, se encontró con el imponente Guadiana, cuyo un caudal “era difícil vadear”, y sus fuertes corrientes en una anchura de 300 metros hacían desistir a los más valientes.
El río marcó la disposición de los ejércitos, al norte la ofensiva de los invasores, y al sur, la defensa de los españoles con los cañones apuntando a los dos puentes de piedra -Nolaya y Molino del Emperador- entre los términos de Ciudad Real y Miguelturra-. Los extranjeros se vieron obligados a cambiar la lucha de frente para emplear a sus caballos y voltear la zona con nocturnidad por el este, con el fin de sobrecoger al amanecer a los desprevenidos guardianes del territorio.
Como en una película épica, los jinetes de avanzadilla supieron aprovechar, sigilosa y pacientemente, las circunstancias geográficas, y el desgaste de todos los contendientes, especialmente de los enemigos, para lograr de manera rápida la victoria.
“Lo que no habían alcanzado en un día, lo consiguieron en tres horas”, destaca Martín de Consuegra, tras comentar el ataque que dejó 500 bajas en el ejército español dirigido por el general José de Urbina, conde de Cartaojal, con “apenas experiencia militar”. También hicieron prisioneros a 2.000 soldados, incluidos varios coroneles, y capturaron a tres de las doce banderas de las formaciones españolas, además de incautar todas las viandas.
Previamente, en la primera jornada de resistencia, los españoles capturaron a 81 hombres -oficiales y soldados- napoleónicos, que fueron trasladados al Hospital de la Misericordia -donde actualmente se ubica el Rectorado- para ser interrogados como prisioneros de guerra.
La mayoría de los muertos, según el investigador ciudarrealeño, fueron artilleros, mientras que los soldados de caballería “cumplieron la retirada”. Algunos se refugiaron en La Atalaya, y el resto huyeron en una pavorosa y pesada carrera entre el barro y la nube de pólvora a Ciudad Real, Miguelturra, Almagro, Valdepeñas, incluso a la localidad jienense de La Carolina.
Ni los regimientos más heroicos que participaron en la refriega, como el Farnesio o el España, o el de infantería de Ciudad Real (de milicias), consiguieron frenar el resuelto avance hacia la capital, donde la artillería napoleónica bombardeó la muralla cerca de la Puerta de Toledo “para pasar y ocupar la ciudad al mediodía del día 27 de marzo”.
La ocupación de la población de la ‘royal city’ duró hasta 1813, lo suficiente para lograr y mantener un enraizamiento civil de la presencia gala y, sobre todo, para conseguir una reserva importante de alimentos destinados a su ejército, en permanente combate.
No hay que olvidar, según el especialista, que la entonces provincia manchega, a la que pertenecía la actual localidad albaceteña de Alcaraz, “era el granero de las tropas”. Desde aquí “partían convoyes de suministro para el frente”.
Otra de las ventajas de la toma de Ciudad Real fue el ‘aprovechamiento’ de las milicias locales, compuestas, a tenor de la Ley de Quintos, por profesionales de diversos sectores, como panaderos, herreros, cazadores, campesinos o albañiles.
Aún así la sombra del valor de los soldados de la caballería española (heredado en la memoria escrita de los tercios de Flandes) que participaron en la afrenta se alargó al menos hasta 1815, cuando, según Martín de Consuegra, se presentaron en el Ayuntamiento de Ciudad Real para reclamar sus indemnizaciones.
Un águila de Napoleón, inicio de la investigación
El interés de Antonio Martín de Consuegra por el estudio pormenorizado de la batalla de Ciudad Real de 1809 tiene un origen emocional. Corría el año 1935, cuenta quien también ha sido archivero, cuando su abuelo y bisabuelo avistaron un águila napoleónica de madera en una jornada de pesca en la zona del Guadiana donde ocurrió la confrontación.
Aunque se deshicieron del símbolo, el abuelo del historiador fotografió mentalmente la figura y cuando el nieto conoció el hecho y le pidió que la dibujara, le hizo una fidedigna reproducción.
A partir de ahí, el joven estudioso decidió iniciar una investigación sobre el acontecimiento bélico, que apenas tenía presencia en los manuales de historia. La batalla fue nombrada sin desarrollo por el historiador Ramón José Maldonado, quien a su vez replicó los datos que Antonio Pirala recogió sobre este hecho en el marco de la Guerra de la Independencia Española.
El afán de Martín de Consuegra lo llevó a investigar hace tres lustros en archivos civiles y militares, donde obtuvo nuevas evidencias de lo que ocurrió hace 213 años cerca de la capital en aquel importante contexto que vertebró la historia de España.
El trabajo fue plasmado en el libro que el estudioso publicó en Amazon hace 13 años “con una buena acogida”. Ahora servirá de punto de partida para editar otro volumen con más novedades y con datos de las derrotas y victorias del ejército que mandaba al sur de Madrid el coronel Bastien Sébastiani.
Martín de Consuegra comenta las derivadas textuales e históricas de batallas como la de Ciudad Real, sin reflejo en la herencia escrita de las milicias locales, presentes en el cuerpo a cuerpo pero no profesionalizadas, y por tanto ausentes en los fondos documentales del Ejército español.
En cambio, sí tuvo reflejo en los emblemas de la memoria militar francesa del que fue una potencia imperial de la historia más reciente del país vecino. Tal y como relata el experto en este ataque, la batalla de Ciudad Real aparece grabada en el Arco del Triunfo de París, y está plasmada en uno de los clavos victoriosos que soporta una gran águila de madera en el complejo arquitectónico militar de los Inválidos de la capital francesa.
En ese monumento se da cuenta con símbolos de las victorias que los mariscales franceses guiados por Napoleón obtuvieron por toda Europa, Rusia y Egipto a principios del siglo XIX. El historiador ciudarrealeño recuerda que el estadista y ofensivo comandante francés también llegó a Filipinas y México, incluso intentó invadir Cuba y la República Dominicana, en cuya defensa también intervino la armada española.
La batalla de Ciudad Real de 1809 es digna de estar en los libros de enseñanza, según Martín de Consuegra, y por ello se marcó este reto hace años con el traslado de sus conclusiones investigadoras a la administración, que, en principio, acogió como contenido a valorar. Hasta ahora sin más novedad.
Asociación de recreación histórica
Igualmente, el mismo portavoz está trabajando en la constitución de una Asociación de Recreación Histórica de los hechos que investiga en su acervo académico, como la propia batalla de Ciudad Real de hace más de dos siglos.
Ya cuenta con material, dado que hace un año participó, bajo su propio asesoramiento, en la puesta en escena de este hecho bélico, ataviado con el uniforme de capitán del regimiento de Ciudad Real durante la Guerra de la Independencia Española contra las tropas napoleónicas. En el mismo acto, junto a la Puerta de Toledo, leyó el bando de alistamiento que en marzo de 1809 realizaron el alcalde Muñoz Pereiro y el coronel Jiménez en nombre de la Junta Local de Defensa de Ciudad Real para las milicias de Ciudad Real ante la inminente batalla que se produjo a finales del mes frente a las tropas napoleónicas.
El acto sirvió para “conmemorar que el regimiento de Ciudad Real ha sido siempre heroico porque tomó Portugal en la denominada ‘guerra de las naranjas’ en 1803 y anteriormente entró en el sitio de Gibraltar, ciudad donde se puede encontrar botones de esta unidad”.
En similar tesitura, la nueva entidad, con los trámites iniciados y en proceso de formalización, se proyectará socialmente con la recreación de hechos icónicos para la historiografía local y provincial. Por ejemplo, divulgarán las imágenes más visuales y reconocibles de hechos militares “de la memoria de Ciudad Real”, como suelen ser los uniformes y banderas, para que “no caigan en el olvido”.
La maqueta de la ofensiva francesa sobre Ciudad Real
A Clemente Dorado, ingeniero de Minas prejubilado tras haber trabajado 32 años en Encasur, le despertó el interés por conocer el pasado de Ciudad Real el investigador Antonio Martín de Consuegra, tras haber sido su alumno en un curso de divulgación histórica. Coincidió en el tiempo en el “que empecé a tomar conciencia de mi familia y de la ciudad en la que vivo” sin las prisas de la actividad laboral.
Así, decidió “bucear en la historia provincial” a través de los libros y las enseñanzas del historiador, un aprendizaje que le ha permitido recuperar su afición por el modelismo con la maqueta que ha diseñado y levantado sobre la olvidada batalla de Ciudad Real de hace más de dos siglos.
La estructura tiene como base una plancha de madera contrachapada y todos sus elementos son de materiales reciclados. A base de trozos de cartón ha modelado banderines, puentes, molinos, el ancho y peligroso río Guadiana, y la vegetación, todos forrados con papel de celulosa mezclado con agua y cola.
Destaca sobre la maqueta de 1 metro y 30 centímetros por 80 centímetros la recreación, asesorado por el historiador, de los emblemas que simbolizaron a los dos ejércitos, el número 28 francés y el del regimiento de las milicias de Ciudad Real.
Tras la colocación y ensamblaje de las piezas, incluidas las de los soldados, adquiridos por otras vías, aunque pintados a mano, que le llevó un par de semanas, el conjunto quedó listo para ser admirado y para ofrecer un relato gráfico y didáctico de la memoria reciente ciudarrealeña.
Previamente, “me documenté, consulté información y fuentes, y dibujé los elementos, algunos ya desaparecidos como los molinos, que tuvieron que reproducir su estética.
Dorado destaca la valentía de los españoles ante “el intratable” ejército francés, profesional, bien preparado, mucho más numeroso y con una gran experiencia, frente al español “hecho de retales” pero que “es capaz de soportar casi dos jornadas bélicas y de mantener parados” a mercenarios y francotiradores expertos.
Al ingeniero le parece mentira que sea una batalla “tan importante y tan desconocida” en los libros, y por ello ve bien que la reproducción que ha diseñado y construido pueda formar parte de algún museo o de recursos divulgativos.
Como la batalla de Alarcos
De la misma manera, Dorado apunta una similitud en el desarrollo y balance de la batalla napoleónica con la medieval de Alarcos en la conquista musulmana que duró varios siglos en toda la península.
“No fue una casualidad”, sostiene, ya que “estamos en el medio de una ubicación estratégica de dominación”, y además “tenemos varios tesoros”, como son los cultivos de cereales (en aquellos siglos con los molinos para elaborar la harina), los olivares y el azogue el carbón de las minas de Almadén. “Aparte del expolio artístico”, el Ejército francés “se apoyó las reservas agrarias” dentro de un estado de dominación por la fuerza donde imponían sus propias leyes.
