Se había ido. No ha sido fácil ni bonito estar sin ella. Pero ha vuelto. La alegría ha vuelto a Valdepeñas. Lo hizo en Sevilla. De la mano del sufrimiento y la locura. Porque en Valdepeñas siempre van juntas. Sufrimiento, locura, tristeza y alegría. Allí hay de todo menos tranquilidad y rutina. Y en Sevilla volvió a pasar. Hubo de todo un poco. Intenciones sospechosas. Un tipo tranquilo. Efectividad. Algo de miedo. Y un latigazo.
Sospechoso fue que el Betis saliera sin cierre puro. Y es que su intención fue la de atacar. Desde el principio. Atacar y no dejar de hacerlo nunca. Con intensidad. Con determinación. Sabían lo que querían y fueron directos a por Mendiola. Llegaron mucho y pronto. Con mucho peligro. Pero encontraron a un tipo tranquilo. Un tipo silencioso. Que hizo lo que se espera de un buen portero. Parar lo que no se puede parar. Para luego seguir igual de tranquilo, con pausa. Sin estridencias, sin necesidad de escenificar su felicidad. Así es Mendiola. Y con su misma discreción, llegó la efectividad de Valdepeñas. Una efectividad silenciosa. Tanto que, cuando el Betis quiso darse cuenta, estaba desfilando hacia el vestuario con el partido ya cuesta arriba. El miedo lo pusieron los goles del Betis, los gritos de rabia de Chano, sus puños cerrados, la descarga de toda la tensión contenida. El miedo lo puso un Amate encrespado que hacía temer lo peor. Hasta que un latigazo de Dani Santos resolvió el asunto.
A Japón le gusta España. En realidad, más que gustarle, es pasión lo que siente. Pasión por su fútbol sala. Allí adoran la LNFS. El fútbol sala de Japón es muy rápido, muy físico. Pero lento en la toma de decisiones, en la lectura del partido, en lo táctico. En Japón, el entrenador es el “sensei”, allí el jugador espera de él una solución para cada situación táctica. Sin más. Por esas cosas, y alguna que otra más, Japón siempre tuvo mucho que crecer. Y qué mejor que hacerlo fijándose en quien admiras. Y mejor todavía, si fichas a un español, le haces seleccionador y le das un cheque en blanco. Y eso hicieron. Eligieron a Miguel Rodrigo y les cambió el fútbol sala. Les cambió la mentalidad. Les hizo ver que para la misma situación táctica, hay varias soluciones. Porque hay variables como el cansancio, el marcador, el minuto de partido, que hay que contemplar. Pero no se conformaron con eso. Los japoneses querían venir a España. A jugar o a entrenar. Daba igual. Querían aprender. Sabían que España es la mejor del mundo en lo táctico. Que en España, el entrenador tiene que convencer al jugador con argumentos. Que en España el fútbol sala se piensa. Por eso hubo japoneses en Zaragoza, ElPozo, Inter, Magna, Santiago, Cartagena. Hasta Puertollano. Hasta en Valdepeñas. Por eso hay un japonés en Noia, que juega de ala, y se llama Kohei Shibata. Y un brasileño, Kelson, que lo hace de pívot. Y un portero navarro, que se apellida Zardoya. Y un canterano, de apenas 19 años, al que llaman Pablito, que no juega mucho, y al que todavía los viajes con el primer equipo se le hacen cortos. Y ocho jugadores, la mayoría gallegos, que son la base del equipo, que son los que lograron el ascenso la temporada pasada.
Este sábado Noia juega en Valdepeñas las 18:15 horas. Si algo tienen en común, es que sus partidos nunca son tranquilos. La diferencia es que Valdepeñas no los suele perder y lo habitual es que Noia sí lo haga. Esa es su temporada. Sufrir, sufrir mucho. Y perder, perderlo casi todo. Y si Noia sufre, Julio Mougán lo hace más. Porque él es el “adestrador”, que es como se dice entrenador en gallego. Y ellos son los que más suelen sufrir. Pero también de los que más disfrutan. Esa es la vida del entrenador. Y eso fue lo que vivió en Lanzarote. Sufrimiento y alegría. Ascendió, perdió y desapareció. Ascendió a Plata. Perdió, ante el Marfil Santa Coloma de Andreu Plaza y Héctor Albaladejo, un play off de ascenso a Primera. Y despareció. Lanzarote Tías Yaiza desapareció. Después de aquello, Mougán entrenó una temporada en Ibiza. Luego regresó a Galicia. A su hogar. A Redondela. A vivir alejado de la competición profesional. Tranquilo. Una vida dedicada a presidir y entrenar el club de fútbol sala de su pueblo. A escribir algún que otro libro, sobre fútbol sala, claro está. A aportar su experiencia en el mundo del deporte como concejal. Una vida sin demasiados sobresaltos. Hasta que Noia ascendió y decidió que necesitaba un entrenador de garantías. Ahí acabó su tranquilidad. Porque pensaron en él. Y es que en Galicia todos le conocen. Saben que es un tipo concienzudo, estudioso, y hasta puede que meticuloso. Un tipo, al que una frase suya le define. Todo es entrenable. Y desde entonces allí está. En Noia. Entrenando y sufriendo.
Noia tiene un problema, en realidad muchos, pero este grave. En casi todos sus partidos es el primero en encajar gol. Casi siempre tiene que jugar con la urgencia de un marcador que arreglar. Y prácticamente no arregla ninguno. Ni siquiera los empata. Tampoco le ayuda su falta de gol. Y es que Noia es el visitante que menos marca. Y así es muy difícil. Por eso Noia lleva desde octubre merodeando por las afueras de la clasificación. Sino lo ves en puestos de descenso, seguro que está en la puerta de al lado. Pero mal, muy mal haría Valdepeñas en fiarse de ellos. No puede fiarse de un equipo capaz de ganar 0-2 en Burela. Y es que Valdepeñas no tiene margen de error. Solo le vale ganar. Si aspira a lo máximo, solo puede ganar. Sobre todo en el Virgen de la Cabeza. Porque ahora que ha regresado la alegría, hay que defenderla. “Defenderla como un derecho. Defenderla de la rutina. De los ingenuos y de los miserables. Del agobio y del azar”. Para que no se vuelva a ir. Para que no nos vuelva a dejar. Para que se quede hasta el final. Hasta el final soñaremos. Hasta el final viajaremos. Hasta el final enloqueceremos. Ojalá todo salga bien.