¡Qué hermosa es la fórmula que convierte a la de cada cinco de enero en la Noche de la Ilusión! Desde hace aproximadamente 2017 años, -de acuerdo con algunas fuentes, hasta teológicas, que difieren en las fechas-, los Magos que adoraron al Niño-Dios casi recién nacido, y como diría el que fue sacerdote, -ya difunto-, y buen amigo del firmante Felipe Lanza Rodríguez, ni eran reyes, ni eran magos ni eran tres, sino sólo prestigiosos astrónomos de su época, con el tiempo convertidos en monarcas y bautizados con los nombres de Melchor, “Rey de la luz”, -en hebreo-, o persona que porta la verdad; Gaspar, -de origen persa-, que significa “Administrador del tesoro”; y Baltasar, de origen asirio, se hacen realidad, ¡mágica realidad!, mediante el don de la obicuidad que les permite estar presentes en todas partes al mismo tiempo, para intentar satisfacer los deseos de todos. Principalmente, de los más pequeños, -ya escribía el poeta Vicente Cano que en esta Noche de Reyes no haya niños sin caballos-, y también de los adultos, ya que a pesar de que pidamos otras cosas, igualmente nos sentimos embargados, -al menos a mí me ocurre-, por su magia.
La noche del 5 de enero
Creo que es la noche del cinco de enero, al paso tal vez de las diferentes cabalgatas; o cuando hayamos celebrado su visita; o cuando los padres hayáis terminado de ayudarles en su ardua tarea,… el momento de pedirles nosotros precisamente eso. Que sean luz, y nos enseñen a serla, en nuestras vidas un tanto tenebrosas; que nos animen a ser testigos de la verdad; que nos hagan sentir la necesidad de administrar justamente los bienes en todos los pueblos del orbe;… ¡ojalá y, con las palabras del sacerdote Lorenzo Trujillo, esta Epifanía sea ciertamente una tercera Navidad, la manifestación de Dios a todos los hombres, y mujeres, de nuestro tiempo.