En la mañana del 14 de julio, al concluir los encierros, y desde los estudios centrales de RTVE en Madrid, se hizo una especie de clausura de operaciones en conexión con los equipos y todo el conjunto humano desplazado a Navarra. Un recorrido por el cuartel general para mostrar el despliegue de medios y el alboroto de todos los que han ejecutado una obra televisiva casi insuperable, pero que de año en año mejora, rozando ya la perfección. Muy elevada parte de la plantilla interviniente actúa desde el anonimato, sin el escaparate de las pantallas, donde solo unos pocos salen y muchísimos lo ven por infinidad de territorios y en horarios encontrados. ¡Viva la globalización táurica!
Pero si algo de lo visible hay que resaltar es la alegre figura y cálida voz de Elena Sánchez con su endémica sonrisa exhalando simpatía y jovialidad. Oriunda que es del taurinísimo valle del Tiétar, se siente aficionada por influjo de su abuelo y sin que para ser la voz de San Fermín le falte nada, porque abunda en conocimientos sobre los encierros, pero sabiendo también en abstracto de toros, ganaderos, toreros y sus mundos respectivos. Además, completa la misión de conducir la transmisión con la asistencia a la plaza, no de simple espectadora, sino de gran entendida, que cada día facilita la crónica de la tarde anterior. Como entendida era asimismo su predecesora, la valiosa Pilar García Muñiz, que adobaba las transmisiones —las endulzaba— con la pureza y sobriedad oral que exigen los modos de la locución por televisión si se habla sobre lo mismo que está viendo quien escucha.
La actual pieza clave de las retransmisiones de los encierros mira a la cámara con la nobleza de los de Victoriano del Río, si en reposo deja el rostro; con la cautivadora curiosidad de los jandillas, cuando entreabre los ojos con cara risueña; y con el misterio de los miuras, cuando los cierra sin querer dejar de ver. Le administra bien los tiempos a su veterano colega Solano, para que no se quintupliquen los «muy, muy…» y los «tan. tan…», ni repita «ad infinitum» que los corrales son los de Santo Domingo, que el ruedo es el de la plaza de toros y que la plaza de toros es la de Pamplona. Porque para pilotar una transmisión tan singular y de tanto eco se necesitan, como para dirigir una lidia, las habilidades de saber cambiar de mano y de terreno, manejar a la cuadrilla (en este caso, las picadoras Ana y Paloma, y los peones Fernando, José Carlos y Miguel) y usar con soltura los trastos, lo que aquí traduciríamos por emplear con facilidad y rigor los términos lingüísticos y gesticular con expresividad y gracia, pero sin garabatear jeribeques ni boxear al aire: en inactividad dinámica o en actividad controlada, que se me ocurre decir.
Sentimiento y arte son valores de la tauromaquia muy comprendidos por una presentadora de palabras justas y oportunas, que encaja los comentarios en su preciso lugar y momento. Un valor de los sanfermines, esta abulense castaña obscura, como para repetir con la regularidad continuada de los hermanos Miura. Aunque no sea fácil valorizar la transmisión de los encierros, porque desde que se inició nadie ha dejado de perfeccionarla, con esta locutora, comentarista y entrevistadora —que de todo ello tiene algo y de todo eso es ella algo— se han hecho realidad los avances. En mérito, sin duda, a su cultura taurina, que le luce a ras de la cinematográfica, de la que también está sobrada y que tan bien nos la comunica (o hace que nos la comuniquen sus invitados) en las introducciones de los ciclos dedicados a la historia del cine español, donde aparecen todos los géneros, temáticas y ambientes, entre ellos, el taurino, junto al folclórico o costumbrista siempre tan unidos. Es el tanto monta de Elena, cine y toros, toros y cine, que propicia la ocasión de pintiparar un ¡bravo! con un ¡olé! Y ojalá que el año próximo también.