Plaza de toros de Ciudad Real. Cuarto festejo de feria. Un tercio de entrada.
Se lidiaron seis toros de Las Monjas. Bien presentados. Soso y noble el primero. Encastado el segundo. Sin entrega el tercero. Descastados cuarto, quinto y en menor medida sexto.
Fernando Tendero: silencio tras aviso y ovación con saludos tras aviso.
Juan Leal, que sustituía a David Galván: dos orejas y vuelta.
Joaquín Galdós: ovación con saludos y palmas.
Óscar Castellanos y Miguel Ángel Ramírez saludaron tras banderillear al cuarto. Juan Leal salió a hombros.
El torero revelación de la temporada se llama Pablo Aguado. ¿Por qué? Por varias razones. Una de ellas es su sentido de la medida, amén de otras cualidades artísticas. Sin embargo quiero detenerme en el citado sentido de la medida, algo que en el festejo que puso broche a la feria de Ciudad Real se echó de menos. Sobre todo en las faenas de un portento de valor como es Juan Leal, que entró por la vía de la sustitución, y acabó siendo poco menos que el triunfador del abono.
Juan Leal es un torero francés con sello contrastado de valiente, y esa seña de identidad quedó meridianamente clara ya en el quite que realizó al primer toro de Fernando Tendero, y en el vibrante comienzo con las rodillas clavadas en el centro del ruedo. Allí pasó en redondo al de Las Monjas, que despertó en el tercio de banderillas. Fueron básicamente derechazos, muy ligados y poderosos, además de emocionantes por la acometividad del astado y la quietud del torero. Sin embargo el toro se vino algo abajo por la abundancia de muletazos que compusieron cada serie. También dilató en exceso la faena. Con dos -o tres- tandas menos la sensación habría sido más rotunda todavía, aún siéndolo, como quedó demostrado al pasear las dos orejas tras tirase a matar tan de verdad como había toreado.
Se puso pesado Juan Leal frente al deslucido ejemplar -por descastado y parado- que salió en quinto lugar. El de Las Monjas apenas se movió, y cuando lo hizo fue de manera defensiva. El francés se puso para que le cogieran sin gloria, sin que tal finalmente ocurriera, afortunadamente. ¿No habrá alguien que le diga aquello de lo bueno si breve dos veces bueno? ¿O si breve se queda demasiado corto, siquiera medido? ¡Basta de destajismo!
El festejo que cerraba feria en Ciudad Real tuvo un inicio accidentado, con el picador de Fernando Tendero siendo derribado y Jorge Fuentes por la arena tras trastabillarse al colocar el primer par, además de un par de monosabios que vieron pasar al toro más cerca de lo aconsejable. Todo ello lo pripició un toro que, desde el inicio, apuntó que la entrega en las telas no iba a ser su punto fuerte. Sin embargo se movió, con aire soso y saliendo desentendido, pero se movió. Tendero basó su faena en el pitón derecho, destacando el muy torero inicio doblándose con el de Las Monjas. Cuando el torero ciudarrealeño “convenció” a su antagonista para seguir el trazo del muletazo hasta el final la gente lo apreció, pero tal cosa ocurrió demasiado ocasionalmente. Anduvo desacertado con los aceros.
Apretó Fernando en su segundo, iniciando faena de rodillas en el tercio. El de Las Monjas ofreció viajes faltos de emoción y repetición, a excepción de una tanda de derechazos en la que Tendero acertó a dejársela en la cara y tirar de él. El otro momento álgido del trasteo llegó en una serie de naturales a cámara lenta, pero poco más pudo sacar el de Villarta de San Juan de un pozo con el depósito de casta marcando la reserva. La manera en la que se saludó a los tendidos una vez acabado el festejo nos dio la sensación -puede que equivocada- de contener un cierto sabor a despedida.
Joaquín Galdós salió visiblemente arreado por el triunfo de Leal en el segundo, combinándose el arrebato del torero y la brusquedad del de Las Monjas al embestir. El torero se fue apaciguando poco a poco pero el toro mantuvo su falta de clase hasta el final, rebrincado y punteando los engaños, sin lograr lucimiento global suficiente el peruano para abrir su casillero de trofeos.
Galdós le pegó algunos lances reseñables al que cerró plaza, un toro que se defendió al arremeter y que rehusó repetir. El torero se hundió en la arena, apretó las nalgas y tiró de su oponente con encaje y mérito, con más garra al natural y más templado con la mano derecha. Quedó por encima de la condición de su antagonista, matando sin acierto.
