Hoy voy a escribir sobre la mujer que fue Antonieta Rivas Mercado (1900-1931), México. Sigo a su biógrafa Fabienne Bradu en su libro titulado Antonieta (1993). Esta es la obra muy conocida de una gran biógrafa que analizo, a continuación de lo que escribí sobre Carmen Laforet en mi última columna de Lanza. He encontrado entre ellas significativas concomitancias, pese a la distancia geográfica y temporal, de ambas escritoras.
Vidas paralelas
Dos grandes biógrafas (Anna Caballé y Fabienne Bradu) que describen y analizan las vidas de Carmen Laforet y Antonieta Rivas, coinciden significativamente en llamarlas o, lo que es más, definirlas como una mujer en fuga, y la que huía, respectivamente.
La escritora mexicana quedó para la crónica y la leyenda como simplemente Antonieta (así es archiconocida en su país y por el título del film que le dedicó nuestro cineasta Carlos Saura). Fue una mujer millonaria, una élite cultural de México, una hija predilecta y amadísima de un padre poderoso (el conocido arquitecto Antonio Rivas Mercado, autor del Ángel de la Independencia y de otros monumentos emblemáticos de la Ciudad de México). Fue la amante del famoso prohombre mexicano, político y escritor, José Vasconcelos. Antonieta se suicidó de un certero disparo, a los treinta años, dentro de la Catedral de Notre Dame de París con la pistola que su amor, Vasconcelos, siempre llevaba consigo.
Antonieta, actriz, mecenas, escritora, promotora cultural, defensora de los derechos de la mujer y activista política, se convirtió en un icono en la cultura universal del siglo XX.
Es una heredera y herida a la vez, en el profundo significado y tratamiento que le he dado a este a ese binomio biográfico en mi obra del mismo nombre (2002).
Fabienne Bradu obsequia a su personaje, Antonieta, con esta cita de cabecera que enfatiza al comienzo de toda su biografía, a modo de definición de la persona. La cita pertenece a André Gide: “Y si nuestra alma valió algo es porque ardió más fuertemente que otras”. En efecto, y siguiendo a Gide, podríamos decir que su alma ardía vivamente, igual que el alma de Laforet. Pero también podríamos decir que ambas fueron “women who do not will” (mujeres sin decisión, no determinadas) que lucharon mal y desperdiciaron sus armas, emboscadas en un zigzag vital y duda permanente, por tanto, desactivadas. Por ello, he escrito arriba en negativo el lema de aliento a las mujeres profesionales y líderes que propugna el Wellesley College (“women who will”). Este lema es un mero ejemplo en positivo para las mujeres, en un centro educativo norteamericano de élite, especializado en cultivar el liderazgo femenino (de él han salido figuras de mujeres políticas tan relevantes como H. Clinton, M. Albritch, entre otras muchas).
Sujetos frágiles
Ambas, Laforet y Antonieta, están trágicamente unidas, ligadas por la sombra del Patriarcado, en tanto que desempoderadas. Son sujetos frágiles, con falta de un superego a lo Francisco Umbral, por poner un ejemplo de escritor masculino famoso que hacía de la escritura su sangre y su vocación apasionada.
Llama la atención el angustiado forcejeo con el trabajo de escritura de estas dos mujeres que tratamos. Su no poder romper el nudo gordiano de abandonarla, o bien, llevarla a cabo realizándose en ella. Es patético su no poder desalienarse de ese trabajo hercúleo que es el oficio de escribir.
Por el contrario, en el pasado, sí vimos hacerlo (romper las cadenas de la escritura) en ejemplo histórico y paradigmático, a un ser tan consagrado por el triunfo como fue el joven poeta Arthur Rimbaud. Él cortó radicalmente con la escritura y el mundo literario de París. Marchándose a África, logró hacer una vida diferente.
Amor romántico, amor letal
Carmen Laforet y Antonieta Rivas son víctimas de un sistema de dominación patriarcal, unas élites discriminadas (García de León, M. A.: 1994). Probablemente, un hombre sacaría enorme partido, provecho, y ventaja a sus inputs sociales, o factores para el ascenso y éxito social.
Son unas víctimas del amor romántico (o del concepto del amor y matrimonio de su época) que, a la primera de ellas, probablemente, este tipo de amor-matrimonio y su gran natalidad le acentuaron su debilidad psicológica. Y a la segunda, Antonieta, este amor romántico que suele ser letal, la lleva a suicidarse de un disparo en la catedral de Notre Dame de París.
Son ambas mujeres poderosas (mimadas por la sociedad y el éxito) y, sin embargo, desempoderadas por la estructura social de género que les tocó vivir y que tenían fuertemente interiorizada, a pesar de ellas mismas y sus conatos de salirse de la norma y de la norma de género (a veces, consumados). Son dos creadoras diezmadas por habitar en y desde los arquetipos de género.
Podríamos hacer una amplia colección de mujeres que teniéndolo todo, sin embargo, su brillo y éxito social es subsumido y desperdiciado en la densa malla de la urdimbre patriarcal, de la cual son herederas y heridas a la vez, como he apuntado antes. Son sus estrellas y sus víctimas. Sobre esta relevante colección de élites femeninas volveremos. Es más, es necesario volver, pues ayudan a levantar una cartografía del poder / despoder por género. Conocer a estas mujeres, rescatarlas del olvido, analizar sus vidas es, sin duda, un excelente test a la igualdad y al logro democrático de nuestros sistemas sociales.
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