¡Cuántas nos hicieron ellos también, bien arregladitos y repeinados! Y ahí están, casi como aquel día, con su blanco y negro, y muchas hasta con la fecha a lápiz y bolígrafo y dedicatoria y todo, de él o de nuestras madres. Y nos gusta sacarlas de vez en cuando de su caja —casi mágica— quizá de una camisa que estrenamos entonces, porque antes, como sabéis, por ferias, o la gran Fiesta de la Virgen de Peñarroya, era costumbre estrenar algo, o de uno de aquellos álbumes de colores que huelen a familia, a domingo, a día de Santiago Apóstol en la fuente de los caballos del Parque. Olores de siempre, de toda la vida. Y las volvemos a ver, y las enseñamos a las criaturas cercanas y amistades y ya hay tema para un rato.
Imágenes de tantas ferias, descanso total en el pueblo; el campo, las fraguas, los comercios y tantos oficios echaban el cierre durante unos cuantos largos días. En La Solana se ha vivido —se vive— la feria muy hermosamente, con una alegría que se contagia, como queriendo detener un poco el tiempo, aprovechando con gran entusiasmo cada instante… Aunque se duerma unas pocas horas, ya se recuperarán, pero aquí somos así y lo suyo es estar en todas partes: En la Plaza, para el primer café y charlas, luego al parque, al ferial, al cine de verano, si volvieran se llenaban, al circo (un año, en los 60, vinieron tres, hasta el ruso, las eras altas y las bajas parecían una película), al chocolate con churros… Y a cerrar la feria. Muchas de esas fotos queridas en los caballitos, en la noria, o con la escopetilla tirando a una muñeca para la niña, y hasta devorando una rica berenjena de Almagro, las vemos en nuestra prestigiosa Gaceta, ya 300, en su atinada página de “Antaño”. Y así hemos ido pasando nuestra feria con tanto calor, o más, que ahora, pero aguantábamos bien. Y lo mismo estábamos a las 5 en los toros, que en “La Moheda”, y porque no había fútbol femenino, ni Paula Sevilla. Por la noche, claro está, el baile y las actuaciones flamencas, tuvieron grandes éxitos con Molina, Valderrama y otros, como en otras poblaciones próximas, Manzanares, Valdepeñas o Tomelloso, adonde también iban gentes de La Solana y luego te lo contaban. ¡Cómo se vivían las ferias! Había hasta un día llamado “De la provincia”, como recordarán ustedes, y allá que iban autobuses de media Mancha a Ciudad Real a ver el desfile de carrozas con la Reina y Damas de los municipios participantes. Al día siguiente lo veíamos todo en el diario Lanza.
¡Cuánto podríamos contar todos de nuestra hermosa feria! Los niños, en sus ratos de calle, que eran muchísimos, veían un coche, o furgoneta, con un señor anunciando por un altavoz que… había venido el circo con leones y dejábamos el gua o “a la una y a la mula” y salíamos a escape detrás del señor a ver si nos daba una entrada, o un programa, o nos enseñaba los leones o tigres. Hasta detrás del turronero íbamos a veces, sabíamos ya que eran ellos los que tenían el primer puesto en la feria… Y por una peseta ya llevábamos para un buen rato mordisqueando el duro trozo de turrón de Castuera (Badajoz).
Cuando nos ponemos a callejear por nuestro pueblo, esas calles por donde tanto pasamos, jugamos y donde siempre teníamos algún amigo, no tenemos por menos que recordar a las mujeres, también hombres, que, en la víspera, algo así como una bendita costumbre, cubos, pintura y brochas en ristre, dedicaban un día, o dos, a dejar fachadas, puertas, portadas y ventanas como los chorros del oro; en otros casos, eran los pintores, y de categoría, los que no daban abasto en aquellos veranos largos, cálidos, de puertas abiertas y de encuentros con la familia y con el pueblo que les vio nacer. Y partir.
UN PASEO POR OSA DE LA VEGA
¡Ah, qué magnífico es volver! “Volver al ajo”, como dijo José Sacristán en una entrevista televisiva; a las raíces, vaya. Pues de eso trata, entre otras cosas, el verano: de regresar allí donde fuimos, y vivimos, tanto que aún perdura todo en nuestro recuerdo como si hubiera acontecido hoy mismo, o ayer a lo sumo. Y eso hicieron nuestros amigos Sergio y Prado, regresar por un par de días al pueblo del primero, Osa de la Vega, muy cerca de Segóbriga, tras varios años de ausencia, a la casa familiar (más de un siglo en pie), que ha pasado de generación en generación desde que la comprara su tatarabuelo Romualdo allá por 1926 y que ahora pertenece a sus tíos. ¡Que siga siendo así! Nos cuentan que no perdieron tiempo: visitaron la arbolada plaza Mayor, donde se encuentra la estatua erigida a Gregorio Catalán Valero, uno de los Últimos de Filipinas oriundo de la localidad, transitaron por las calles y parques, salieron a ver los cultivos por las tierras de alrededor… Sin olvidar acudir, cita obligada cuando uno vuelve, a la tahona, “la de toda la vida”, para aprovisionarse de sabrosos dulces con los que desayunar y merendar, así como del rico pan del pueblo. Bien. No olvidaron acercarse a la hermosa parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, y contemplar al pie de su torre los dos cipreses centenarios que nos señalan que enfrente de la misma estuvo situado el cementerio viejo. Y hablando de cementerio, acudieron al camposanto para recordar ante su eterno lecho a aquellos amigos y familiares que se fueron de esta tierra a la otra, algunos, ¡ay!, demasiado pronto. Les quedó pendiente la excursión a las minas romanas de la localidad, que proveían del mineral lapis specularis o espejuelo precisamente a Segóbriga, y que data del siglo I después de Cristo. ¡Cuánta historia cabe en este pequeño pueblo! Pero la visitarán, porque aseguran que van a volver, y pronto, de tanto como disfrutaron. Nos alegramos mucho, amigos.