¡Quién nos lo iba a decir! Los herederos de aquellos que afirmaban que éramos la reserva espiritual de occidente, ahora sólo pueden ofrecer a Europa turismo de borrachera.
Con lo que han sido y significado Inglaterra o Francia a lo largo de la historia en la defensa de los derechos humanos y ahora sus delfines aterrizan en Madrid buscando el paraíso terrenal de la libertad. Al igual que los señoritos de la España castiza. Todo, porque se les ofrece unas horas más de desmadre diario y alcohol barato en una situación generalizada de pandemia.
Migrantes de fin de semana, como corsarios en busca de liberación en la tasca del puerto de Europa, a veces con gestos, actitudes y expresiones soeces, que no se atreverían a llevar a cabo en sus propios países, pero que en la barra libre de Madrid no sólo no se cuestionan, sino que sus propias autoridades lo justifican bajo el eufemismo de turismo cultural. Tal vez, porque ya lo dice el refrán, “a donde fueres, haz lo que vieres”.
Mientras tanto, los máximos responsables – los políticos y los otros – observan impasibles, cómo los turistas de la cultura se mean en nuestras calles y en las puertas de nuestras casas. Tiene su lógica esta permisividad, no son manteros, ni manifestaciones feministas. Es obvio que tiran más las ubres de unos cuantos, el lobby, que las necesidades de todos, porque, al final, el monto gordo se lo quedan aquellos que les fletan las pateras aéreas.
Todos somos culpables de la situación. Unos por omisión y otros por dejación e inoperancia. Últimamente, estamos conjugando los verbos morir y vivir de manera irresponsable. Tal vez porque los que mueren siempre son los otros y esos ya ni tienen voz ni votan. El muerto al hoyo y el vivo al bollo. Hablamos con suma ligereza de los daños colaterales. Hay políticos que utilizan la insumisión sanitaria como medida electoral, al estilo del “procés”, pero en castizo. Por eso, si la cuarta ola es posible, será; y la quinta y la sexta y… Todo ello, al parecer, en aras de la libertad y del carpe diem.
Sabemos que tenemos un problema que aflora siempre en momentos de crisis económica. Históricamente hemos puesto todos los huevos de nuestra economía en la misma cesta. Se suceden las crisis, pero no queremos o no nos dejan aprender. La inversión en tecnología no alcanza el dos por ciento de nuestro producto interior bruto. Nos estamos concienciando del problema gracias a la difusión de una cadena de televisión, no por quienes tienen la decisión y la responsabilidad de gobierno; esos que elegimos todos. En momentos como los actuales, donde la economía del planeta se ve afectada en su conjunto, para superarla nos vemos obligados a vender lo poco que tenemos, nuestro cuerpo si fuera necesario. Y lo vendemos buscando subterfugios que lo justifiquen, pero siempre con la palabra libertad en la boca.
En los momentos de dificultad es cuando una colectividad demuestra lo que es capaz como tal, con responsabilidad, esfuerzo y criterio para decidir lo más conveniente para el conjunto; a pesar de tener enquistada entre nosotros la “quinta columna”, toda esa caterva que eufemísticamente denominamos “inconscientes”, que no son sólo los que vienen de fuera.
Uf, qué difícil se hace, a veces, entender desde la generación del Pelargón determinadas cosas que nos están sucediendo.
He de confesarlo, “me duele Madrid”, que es como decir “me duele España.