La desigualdad entre hombres y mujeres es fruto de un proceso social de siglos. Está marcado por las diferencias de poder entre géneros y por la dominación de los varones sobre las hembras en todos los ámbitos, incluso en el más personal.
¿Y cuándo aparecieron? Es la pregunta a la que esta mañana Ester Arias, una técnica del Museo de Ciudad Real-Convento de La Merced, ha dado respuesta en una visita guiada con perspectiva de género por los fondos históricos de la pinacoteca.
Se trata de una actividad bajo el marco de la conmemoración del 8M, y con el fin de desarrollar nuevas narrativas con los elementos presentes en sus colecciones. En este caso a través de tres piezas relacionadas con el universo femenino y sus importantes aportaciones sociales al grupo, pertenecientes a la época íbera, la etapa romana y la medieval.
Pero si en estos periodos hay evidencias materiales (no hay textos ni escritura) de la asimetría entre sexos, los orígenes están, según Arias, en el Neolítico, el último tramo de la Edad de Piedra.
La llamada arqueología prehistórica ha fijado entre el 10000 y el 7000 antes de Cristo la época en la que se asentaron las bases de la dominación, coincidiendo con el desarrollo de las sociedades cazadoras y recolectoras. Son los antecedentes neolíticos de la desigualdad de género.
Arias lo ha explicado a un grupo reducido de personas en la actividad organizada por la Asociación Amigos del Museo de Ciudad Real-Convento de La Merced con motivo del Día Internacional de la Mujer.
La guía ha hecho referencia a las investigaciones universitarias que están ahondando de manera científica en esta asimetría, para así poder avanzar más rápido en el equilibrio. Las desigualdades no se han cimentado “de un día para otro”, ha sostenido, pero se iniciaron en buena parte cuando fueron minusvalorados los trabajos domésticos.
En concreto, el problema estructural “tuvo sus bases” en el Neolítico, tal y como lo contempla una tesis doctoral de la Universidad de Sevilla, que recoge hechos diferenciales “no naturales”. Uno es la anomalía en la presencia de cuerpos en las necrópolis, donde “son mayoritarios los restos de hombres”, probablemente porque ya ejercitaban “el desempeño de la fuerza, incluso de la violencia”. Además, los sepulcros no tenían la misma entidad.
De manera gráfica, ha evidenciado cómo en el periodo íbero las mujeres tenían un peso social muy fuerte en sus grupos. Ha sido a través de una pondera -una pesa de telar-, aunque sus trabajos y aportaciones sociales y en el ámbito doméstico empezaran a ser minusvaloradas por los hombres, que se dedicaban a guerrear.
“Ellos conquistaban territorios y combatían con enemigos”, mientras que ellas “se quedaba en casa, al cuidado de los hijos, de los mayores, de los campos de cultivo y del ganado”, además de cumplir “la labor fundamental” de reproducir para perpetuar la estirpe.
En la antigüedad clásica, el pensamiento griego asumió el modelo aristotélico, centrado en la menor capacidad de las mujeres y en la necesidad de ser tuteladas por los hombres. Fueron códigos que se afianzaron en el derecho romano, donde las diferencias fueron muchísimo más evidentes, con leyes para cada sexo, y una definición de la posición social y personal en normas y costumbres, donde el papel de la mujer estaba destinado a la sumisión. En este caso, Arias ha leído un epígrafe funerario (epitafio) de una joven fallecida dentro de aquel imperio que da cuenta de la “sociedad patriarcal” que estaba perfectamente instaurada.
Las religiones monoteístas ayudaron a consolidar estos modelos, donde el papel de la mujer era secundario en la toma de decisiones y en su propio desarrollo como ciudadana. Tampoco tenía acceso a la educación y era representaba en dos simbologías: la virgen o Eva, la santa o la pecadora, el demonio o la diosa.
De la época medieval, la guía ha presentado una moneda relacionada con la reina Isabel de Castilla, que da cuenta de la atipicidad en una época oscura y retrógrada. Las mujeres eran madres, hermanas o hijas de reyes pero no reinaban, excepto algunas como Leonor de Aquitania y la propia Isabel. “Tenía mucha personalidad y supo alcanzar el entendimiento con el rey Fernando para impulsar políticas impensables en aquel momento”.
En el repaso ciudarrealeño, Arias ha recordado que la museología, junto a disciplinas como la historia del arte o la arqueología, está trabajando “en las perspectivas de género” para ayudar a componer el mapa histórico de las desigualdades, sus orígenes y “cómo se han ido perpetuando en el tiempo hasta llegar a la actualidad”.
En el caso del Museo de Ciudad Real “estamos tendiendo a revisar los discursos expositivos, basados en puntos de vista androcéntricos, en los que todo gira en torno al hombre, y la mujer queda opacada, e invisibilizada”.