Una plaza de toros, hecha de cartón, se convirtió en el punto de partida de los 14 toros cargados de fuegos artificiales. El ambiente estaba lleno de expectación mientras cientos de personas se preparaban para correr delante de los animales, viviendo la adrenalina y la diversión de este acto único.
La seguridad fue una preocupación fundamental para los organizadores y las autoridades. Por ello, se prohibió la entrada a menores de edad y se estableció un vallado para garantizar que solo profesionales de la pirotecnia llevaran los toros de fuego. También se prohibió participar en la actividad a aquellos que vistiesen pantalones cortos. Dicha medida no fue tomada en años anteriores y, como consecuencia, la mayoría de los espectadores no estaban informados sobre su obligatoriedad. Las fuerzas de seguridad terminaron permitiendo a los asistentes entrar, independientemente de la longitud de sus prendas.
Alfonso Blanco, jefe de Protección Civil, resaltó la importancia de celebrar la fiesta con responsabilidad y seguridad, para que todos pudieran disfrutar sin riesgos. “Contamos, además, con vehículos contra incendios y puestos sanitarios en caso de quemaduras”, explicó a Lanza.
La ciudad se llenó de los sonidos de los fuegos artificiales, mientras los ciudadrealeños y los visitantes se unían para ver de esta tradición tan querida y esperada. El encierro dejó huellas de alegría y nerviosismo en el corazón de todos los presentes, creando recuerdos inolvidables de una celebración que perdurará en la memoria de la ciudad.