Ser solidario, como el que estudia periodismo u oposita para Guardia Civil, tiene algo en común y necesario, la vocación y quizás un poco de bohemia. Uno no se juega el tipo por los demás si no cree que con lo que hace contribuye a dejar un mundo mejor para los que vayan a precederlo en el tiempo.
Con ese objetivo y con la única pretensión de poner un pequeño grano de arena allá donde fuese necesario, nació Misión Humanitaria hace diez años en Ciudad Real, revocada de otra ONG, donde los integrantes dejaron de sentirse identificados y que a la postre les obligó a cambiar el camino, recuerda ahora José Antonio Morales, una década después.
“Cuando decidimos fundar Misión Humanitaria nuestra única intención era ayudar al prójimo, hacer proyectos de cooperación; sin medallas ni méritos personales”. Los primeros pasos se dieron en República Dominicana y Bolivia, donde conservaban contactos de la anterior aventura, casi siempre ligados a la Iglesia católica.
Aunque es uno de los momentos más cercanos en el tiempo, Morales confiesa que uno de los lugares que más le han marcado ha sido Ucrania. “Cada vez que sale algo del conflicto ucraniano en la tele se me ponen los vellos de punta”, obligado por un recuerdo todavía muy presente. “Los primeros días cuando empezó la guerra nos desplazamos a la frontera con Rumanía para ver cómo podíamos ayudar. Toda la ayuda internacional iba a Polonia, los almacenes estaban saturados. Contactamos con gente de Rumanía que estaban en la frontera y nos dijeron que allí no tenían casi ayuda, que si podíamos desviar parte de la ayuda a ese territorio y así lo hicimos”.
“Aquella era una zona restringida, no se podía entrar, pero cuando veías a chavales jóvenes de 18, 20 años entrando un convoy yo pensaba, “yo Guardia Civil de España no me voy a quedar aquí viendo esto sin hacer nada y acabamos entrenando y aportando nuestra solidaridad”.
Uno de los grandes retos de las acciones humanitarias es perdurar en el tiempo y hacer que la conciencia social no sea algo pasajero. A veces, influida por las noticias, la sociedad prioriza una preocupación hasta que deja de aparecer bajo los focos, lo que no significa que el problema se haya solventado. “Nuestro trabajo no se enfoca sobre problemas pasajeros. Por desgracia intervenimos en países muy necesitados, azotados por permanentes crisis y problemas sociales, donde la ayuda debe ser constante”.
En este sentido, este Guardia Civil de carrera, recuerda el terremoto que hubo hace unos meses en Siria y en Turquía, del que “ya nadie se acuerda”. “Estamos todavía ayudando a familias que fueron víctimas del terremoto de Haití en 2010 y hace unos días hubo otro que, de nuevo, ha afectado a muchísimas personas”.
“El ser humano levanta la cabeza aunque se la corten veinte veces”
La palabra “resiliencia” es hoy una de las que más se tatúan en los brazos, como un recuerdo que invita a resistir todo lo que venga. De ahí que Morales repita como un mantra una idea: “El ser humano levanta la cabeza aunque se la corten veinte veces”.
Y eso lo ha aprendido simplemente observando lo que ocurre en otros países. “Te quedas alucinado de cómo se sobrevive en países donde la pobreza es la única realidad y no están lamentándose todo el día; lo aceptan, viven el día a día y ya está. En otros, como el nuestro, aceptar un problema cuesta más y tenemos mayor facilidad para derrumbarnos”.
Algo que ha cambiado a lo largo de esta década ha sido la forma de abordar las ayudas. “Cuando creas una ONG tienes la intención de resolver problemas mundiales, de cambiar el mundo; luego descubres que esos sueños son utópicos y que la realidad y lo mejor, es enfocar y personalizarlas. Por ejemplo, ayudar a una familia a tener un hogar, ayudar a un chico a llegar a la Universidad”, porque la educación, tal como dijo Malala Yousafzai, cambia el mundo: “Un niño, un profesor, un libro y un lápiz pueden cambiar el mundo”.
“Hay un chaval que me vino una vez, con 17 o 18 años, sin futuro ninguno. Me dijo, Antonio, ‘¿me puedes dejar 2.000 pesos?‘, al cambio unos 30 euros. Pregunté para qué los quería y me dijo que para examinarme para entrar en el Ejército. Se los di y aquel gesto le cambió la vida. Ahora el chaval es Sargento de la Marina, va a Estados Unidos a hacer cursos, a formarse, tiene dos niñas, su casa y todo empezó con esos 30 euros”.
Con esos pequeños gestos, Misión Humanitaria ha llegado a rincones imposibles de todo el mundo. “Ahora mismo unas monjitas que están perdidas en la selva, me pidieron a ver si le podía comprar dos bicicletas. Yo pensaba que eran para algún niño y me explicaron que no, que era para poder desplazarse de un pueblo a otro, en trayectos de muchos kilómetros que ahora hacen a pie”. Esas peticiones que llegan cada poco a su email, se convierten en proyectos y en ojalás, que acaban dependiendo de que las administraciones públicas den un paso adelante y empaticen con ellas para hacerlas posibles y las cataloguen como “prioritarios”.
“Por su Comunión, a mis hijas las llevé a conocer de cerca la pobreza”
De sus treinta años desarrollando proyectos de cooperación, José Antonio se sigue quedando con las sonrisas de un niño cualquiera recibiendo un peluche como regalo, la pureza de una mirada de gratitud que no entiende por qué la vida le otorga eso que ni siquiera le estaba permitido soñar; de ahí que esa mirada hacia lo que suele pasar inadvertido haya querido transmitirla a sus hijas desde pequeñas.
“Cuando mis hijas hicieron la Comunión, en lugar de ir a Disneyland, las mías fueron a Santo Domingo. Hicimos un tour durante una semana para que vieran lo que era la pobreza y la pobreza extrema. Allí me decían, ‘mira papá, ese niño no lleva pantalones o no lleva zapatos'”. Esa experiencia les marcó tanto que hoy, una es trabajadora social, la otra recorre el mundo siendo militar.
“En esa época todos los niños tenían una Game Boy, una Play Station que valían ya 300 euros. Yo les explicaba que con esos 300 euros comía una familia durante un año. Es que es muy fuerte la diferencia social dependiendo de la suerte que tengas al nacer”.
“La clase política debe empatizar con la pobreza”
A pesar de que la sociedad hoy accede a más información que nunca, Morales lo tiene claro. “La sociedad es solidaria, pero sigue faltando empatía, sobre todo entre la clase política. Podía escribir un libro de putadas que me han hecho los políticos, de gente que asume un cargo y te dejan tirado en el camino”.
Sin ir más lejos, en estos dos últimos años denuncia que “Misión Humanitaria ha adolecido de subvenciones”; sin embargo, confiesa, “me siento mejor y más libre. Lo poco que he hecho, tengo la sensación de no tener que agradecérselo a nadie”.
Líbano, Mali, Gabón, Senegal, Haití, República Dominicana, son algunos de los países donde sigue llegando la solidaridad de Misión Humanitaria en forma de ropa, de balones, de peluches, pequeños gestos que cambian vidas y que llegan bajo la bandera de la solidaridad de una sociedad como la de Ciudad Real que espera seguir sumando años a su biografía.