El vino cautiva, cuando no embriaga, como el olor de un rico bizcocho o pastel en el horno de la abuela, explicó Aldo Méndez a los niños, a quienes narró, así como a los adultos, un cuento de tradición oral afrocubana que hunde sus raíces en la religión yoruba sobre cómo, cuando el dios Obatalá decidió plantar una vid para “endulzar la vida de los hombres y mujeres”, llegó el entrometido demonio y regó la planta con la sangre de varios animales: un carnero, un león, un tigre, un cerdo y un mono.
Así, con la primera copa de vino nos volvemos dóciles y mansos como un carnero, con la segunda altivos y elegantes como un león y con la tercera y cuarta fieros como el tigre, para terminar, si se prosigue con la consumición, revolcados como el cerdo y hasta ridículos como el mono.
Con esta instructiva historia, partiendo de la enseñanza a las personas que profesan esa religión para que “no beban demasiado”, culminó este martes en el antiguo Casino la velada ‘Relatos con Veleta Roja’, enmarcada dentro de la programación ‘La cultura del vino’, impulsada por la Diputación de Ciudad Real como antesala a la celebración de Fenavin 2022.
Los tres euros de la entrada se destinaron a la Asociación Crean y asistieron a la actuación varios niños ucranianos, a quienes Aldo, narrador cubano que fue a la Universidad en Rusia, habló en ruso para propiciar que se conectaran a una amena velada en la que sus poéticas narraciones contaron siempre con las descriptivas, divertidas, juguetonas y emotivas atmósferas musicales creadas, en un constante diálogo, por el pianista Hernán Milla y el flautista Carlos Cano.
En diciembre de este año, se cumple una década del germen de su primer proyecto juntos como Veleta Roja, ‘Donde nace la luz’, surgido en una ciudad pequeña de corazón grande como Ciudad Real, recordó Méndez, que también felicitó a la Diputación por este programa de ‘La cultura del vino’.
El recorrido que planteó Veleta Roja comenzó con “un cuento de tradición oral italiano sobre la poética del vino”, para proseguir con una versión de Méndez de un cuento popular ruso sobre los vestidos de la luna, la cual se tiene muy en cuenta en el proceso del trasiego del vino, de cambiarlo de recipiente o contenedor en las etapas de fermentación o crianza. El canto de un ruiseñor convertido en el racimo que da lugar al preciado trago y cómo una y luego muchas abuelas trataron de vestir a la luna, encaprichada con el vestido de una niña, con infructuosos resultados dado que cada día su talle y figura cambiaba, aparecieron en un encuentro de cuentos, en el que Méndez narró un primer amor, “ése que tiene todas esas cosas que tiene el vino: el aroma, la poesía, el sobresalto, el suspiro,…” Hasta las trancas se describió a sí mismo a los siete años enamorado de una niña, Ana, con jazmines en el pelo, mariposas revoloteando sobre su cabeza y que le regaló el canto del mar preso en una caracola.
Travieso y ‘gordito’, dejó incluso de comer hasta que su madre le sonsacó lo que le pasaba con la irrechazable recompensa de un arroz con leche, pero todas las mariposas desaparecieron cuando escuchó la palabra ‘cualquiera’ en los labios de la soberbia, altiva y clasista madre de Ana que les espetó que ella no estaba educando a su hija para que se casase con un “cualquiera”.
También “cuatro historias chiquititas con la impronta, apretura del vino, que te deja ese sabor de boca”, en relación sobre “estereotipos de la sexualidad, las masculinidades” y lo que se espera de cada persona, como que se rían de un chaval porque le gusta el rosa o que castiguen por quererse a dos chicas que se besan, formaron parte de la puesta en escena de un trío cuyos trabajos han estado nominados en dos ocasiones a los Grammy Latinos.
Sabrosura caribeña-toledana-manchega, compenetración entre los tres artistas y multiculturalidad fueron ingredientes de una actuación ovacionada, con el público de pie, tras ‘bailar’ sentados en sus sillas, con coreografía de movimientos de los brazos marcados por Méndez, un alegre ‘merequetengue’.