El mantenimiento de restos vegetales o vegetales vivos en la superficie de cultivos leñosos, especialmente en la vid de climas secos como el de Castilla-La Mancha es una opción cada vez más atractiva para los productores de este y otros territorios.
Esta alternativa, en forma de cubiertas vegetales, garantiza el aumento del contenido de materia orgánica del suelo, ayuda a combatir el proceso de la erosión, y representa una defensa natural contra el cambio climático, al absorber de la atmósfera CO2 de combustibles fósiles, según los defensores de dichas técnicas agronómicas.
Ventajas evidentes
Las ventajas son “evidentes y esperanzadoras” para el profesor de Viticultura de la Escuela de Ingenieros Agrónomos de Ciudad Real, José Ángel Amorós, quien apuesta por el uso de dichas cubiertas -espontáneas o sembradas- “como una alternativa interesante” en el cuidado de las viñas castellano-manchegas, y de otros cultivos leñosos como el olivo (más tradicional) y el almendro (en auge).
Reconoce que hay inconvenientes “serios”, pero según su valoración científica, a priori serían más los efectos positivos que proporcionan estas prácticas culturales que sus inconvenientes, debido a su contribución a la mejora de la biodiversidad. Es más, con un enfoque técnico y profesional por parte de los productores se podrían evitar las principales complicaciones asociadas a estas cubiertas, referidas a la competencia con el cultivo en agua y en nutrientes, o al incremento de determinadas plagas que traerían “una bajada sensible en la producción”.
Para empezar, Amorós subraya la oportunidad de poner en práctica dichas técnicas, que tendrían un perfecto encaje en los objetivos de las políticas europeas de la PAC, al ser más sostenibles y respetuosas con el medio ambiente.
Igualmente, el profesor considera que el uso de los recursos del ecosistema agrícola es en estos momentos “una tendencia irreversible” que debería trasladarse a la política vitivinícola a través de medidas políticas, empresariales, sociales y culturales.
En concreto, plantea mecanismos dentro de los planes de Desarrollo Rural (PDR) para compensar la pérdida de renta directa y la posible disminución de excedentes de producción -por la presencia de enfermedades- y su consecuente corrección de desequilibrio en los mercados vitivinícolas.
En el terreno de la comercialización, los efectos positivos serían más directos, por la influencia de un suelo más nutrido en “la calidad y tipicidad” de unos vinos, que, incluso, podrían etiquetarse y venderse como ecológicos.
La trazabilidad es otra baza positiva, por su proyección publicitaria y divulgativa, a través de campañas sobre los procedimientos agrarios, sostenibles y respetuosos, que podrían ser la base de un sello de calidad que recogiera la tipicidad de estos caldos y la huella de su “terroir”.
El profesor también propone “valorizar ante la sociedad” los beneficios ‘intangibles’ que proporciona el viticultor con las cubiertas verdes como son el secuestro de CO2, la disminución del uso de carburantes y productos de síntesis, la mejora del paisaje y la regeneración cualitativa de los suelos.
Transferencia de conocimiento
Y para facilitar este cambio de tecnología y de mentalidad, es precisa, sostiene Amorós, la transferencia de conocimiento al sector, a través de “una rigurosa investigación aplicada” que combata los inconvenientes y refuerce las ventajas.
De esta manera, se evitaría, en su opinión, el rechazo de los viticultores que laborean las viñas con técnicas tradicionales y que se muestran más reacios a practicar una agricultura de conservación.
“Merece la pena que reflexionemos sobre este asunto todos los implicados en el sector vitivinícola de climas semiráridos y tengamos en cuenta estas prácticas como oportunidad en un escenario muy cambiante”, subraya el científico y recuerda que si el sistema “se ha impuesto en climatologías sin restricciones de humedad, con suelos profundos y en cultivos leñosos de porte mediano a grande y de tipo arbóreo”, Castilla-La Mancha tiene “una gran oportunidad” de incorporar y generalizar estas prácticas, al ser escenario de la mayor concentración vitícola del mundo, con cerca de 500.000 hectáreas de viñedo, una producción de más de 20 millones de hectolitros anuales, y un tejido industrial de gran proyección socioeconómica.