Después de sesenta y cinco días de confinamiento, de videollamadas, saludos desde el balcón y distancia, las familias de Ciudad Real se fundieron en un abrazo marcado por las precauciones sanitarias pero lleno de emotividad. El día uno de la “desescalada” ajena a paseantes y deportistas estuvo marcado por los reencuentros de familiares y amigos, momentos sobrecogedores.
Relegada la cultura mediterránea del calor humano al último rincón en sus vidas, los manchegos han tenido que asimilar en los últimos dos meses que los besos solo podían ser ante la cámara del teléfono y que las palabras de cariño solo podían llegar desde detrás de una ventana cuando iban a comprar.
Desde el inicio de la pandemia, los mayores se convirtieron en colectivos vulnerables frente al Covid-19 y los niños en unos de los principales focos de transmisión –hoy en día está en duda-, por lo que su separación forzosa ha sido una de las medidas más duras de sobrellevar para las familias.
En esta España con dificultades para la conciliación de la vida familiar y laboral, los abuelos se han convertido en pilares para el cuidado de los nietos. Sin embargo, de un plumazo el estado de alarma acabó con las filas de abuelos en la puerta del colegio, las tardes de juegos en los patios de pueblo y también con las comidas de los domingos.
En la casa de Rafael y Teresa el lunes se convirtió en domingo
Las risas, las carreras y los chascarrillos han vuelto de nuevo a las casas de los más mayores, que empiezan a decir adiós a la pesadilla. Para Rafael García y Teresa Fernández todo cambió cuando aparecieron Sara, de 8 años, y Darío, de 2, por la puerta de su vivienda de la Puerta de Toledo. Este lunes fue como un domingo para esta familia que despidió el encierro sumergida en un mar de felicidad.
Ocho personas se reunieron para comer, los dos abuelos, sus dos hijas con sus parejas, y sus dos nietos. “Mi mujer es buena cocinera”, dijo Rafael, así que preparó una paella, “que a los niños les gusta”. El encuentro fue en el patio, como no podía ser de otra forma, ante la subida de las temperaturas y el tiempo primaveral. Hubo juegos con la bicicleta, mucha comida y abrazos con mascarilla.
“Hoy es un día muy especial, tenerlos cerca es un premio tras el confinamiento”. Rafael no pudo evitar la emoción. Desde el pasado 14 de marzo todas sus reuniones han sido por videollamada, con sus tres hijas, también la que está en Palma de Mallorca. Solo desde hace 2 semanas, cuando Ciudad Real entró en la “fase cero”, han empezado a aprovechar los paseos para ver a sus nietos por el balcón.
Del distanciamiento primaveral al verano con los abuelos
El confinamiento Rafael lo ha llevado bien, pues cada dos días iba a arreglar el huerto que tiene en el entorno de la capital. Su mujer lo ha llevado peor, pues ha pasado casi todo el tiempo confinada por miedo a contraer la enfermedad. Solo empezó a disfrutar del aire libre desde que permitieron los paseos, a las ocho de la tarde. Poco han tenido que ver con los viajes a Almería y a Palma que tenían planeados realizar con el Imserso.
Ahora ha quedado todo atrás: parece increíble. Pronto empezarán a ir al campo todos juntos. Allí los niños corren, “montan en bicicleta y en triciclo”. Y, además, probablemente este verano Rafael y Teresa se harán cargo de los niños, porque su hija trabaja de cocinera en el hospital, y su marido, afectado por un ERTE, espera comenzar pronto a trabajar.
El tiempo que pasarán en julio y agosto les servirá para desquitarse del distanciamiento, que no solo lo han sentido los abuelos, recién jubilados, sino también los niños. A Sara le costó la semana pasada un disgusto que Ciudad Real no pasara de fase porque no podría ver a sus abuelos. Eran ellos los que antes del Covid-19 la recogían o la llevaban al colegio.
Un cumpleaños con horarios para no superar el límite de 10 personas
Dos años cumplió este lunes Paula, la sobrina de Cristina Guerrero, y su cumpleaños fue el mejor momento perfecto para reunir a toda la familia. A la casa de su hermano acudieron los abuelos, Teresa y José, la familia de su hermana Maite, y ella con sus hijos, Lucía de 5 años y Valeria de 9.
“Tenemos muchas ganas de juntarnos, aunque iremos con las mascarillas y tomaremos algo rápido”, decía Cristina unas horas antes de la esperada reunión. Tuvo que ser por horas, ya que superaban el límite de diez personas.
Los cumpleaños y los aniversarios han marcado los encuentros intergeneracionales en esta familia valdepeñera, que, como el resto, ha estado separada durante más de dos meses. Se han visto desde el balcón cuando iban a la compra o durante los paseos de la “fase cero”.
Esos paseos permitieron dos reuniones especiales: el 1 de mayo, por el cumpleaños de su hija Lucía, que acudió a por su regalo a las puertas de la casa de sus padres, y dos días después, por el Día de la Madre. También visitaron a la bisabuela, desde la ventana, que vive a menos de un kilómetro.
Cuando el diente de un sobrino se convierte en el acontecimiento del día
Los abuelos son los que han llevado peor el confinamiento, de hecho, también formaban parte de la “logística” de la conciliación. Llevaban y traían a los pequeños del colegio, e incluso les daban de comer hasta que Cristina terminaba las clases como docente. Para los abuelos, jubilados, los nietos además son “una forma de distraerse y de estar ocupados”.
Sus reuniones han sido también por videollamada, y cada acontecimiento, como por ejemplo si a su sobrino se le caía un diente, ha sido motivo para verse la cara detrás de la pantalla. Los niños contaban cómo han aprendido a hacer bizcochos, intercambiaban retos y hablaban de su día a día. Lucía ha dado vueltas con los patines en el patio y Valeria ha seguido las sesiones de ballet en red, entre un sinfín de actividades más.
Las próximas carreras con monopatín y bicicletas serán delante de abuelos en el seno de unas familias que tendrán que lidiar con el distanciamiento social que recomiendan las autoridades sanitarias, mientras que reprimen las ansias de abrazar, y reconfiguran las tareas de cuidados, sin duda, todo un reto.