“Ningún día trabajo menos de doce horas; hoy han sido catorce”. Ramón Jaime es la viva estampa de ese regimiento de repartidores de paquetería que, al calor del estado de alarma, multiplican sus esfuerzos diarios por atender la creciente demanda de pedidos online. Sólo en La Solana (15.500 habitantes) y en la vecina San Carlos del Valle (1.100 habitantes), distribuye cientos de paquetes diarios. “Ayer [jueves, 14 de mayo] hice 211 repartos”, ha declarado a la emisora local, Radio Horizonte.
Desbordado de trabajo, él sus colegas de profesión se pasan el día subiendo y bajando de la furgoneta, acarreando cajas de los más variados tamaños y pesos. Desde un cartucho de tina para la impresora hasta un televisor de 70 pulgadas.
Da igual. El caso es no fallar al cliente y llamar a su puerta más pronto que tarde. A pesar del esfuerzo, admite que algunos días no es posible estrujar más. “Hay veces que tengo que dejarme alguna zona para el día siguiente porque es imposible por mucho que corras”.
Más faena y menos autonomía de movimiento
A lomos de su vehículo de reparto de SEUR, la empresa para la que trabaja, ha aprendido a apretarse las tuercas para completar el planning diario de su PDA. “Me hago mi propia ruta y me la voy comiendo (sic) poco a poco”.
Poca gente conoce mejor el callejero de La Solana y organizarse bien es clave para optimizar el reparto. A ese volumen ascendente se unen las nuevas medidas de seguridad. O sea, más faena y con menos autonomía de movimientos. La empresa dio instrucciones muy claras a sus repartidores desde el primer día de confinamiento. “Ahora llego, llamo a la puerta, dejo el paquete y espero a que salgan a recogerlo”. Mascarilla y guantes, siempre, y prohibición expresa de acceder la vivienda.
“Algunos te preguntan por qué no subes, pero la inmensa mayoría lo entienden”. Aun así, hay situaciones excepcionales que exigen actuaciones excepcionales. “Hace poco un hombre se asomó en silla de ruedas. Por supuesto le pasé el paquete”.
Aparatos tecnológicos
Aunque venía la época de las comuniones y las bodas, apenas se reparte ropa. El estado de alarma ha arrinconado el textil en favor de los aparatos tecnológicos. “Para qué pedir un vestido o una camisa si no te la ibas a poder poner; la gente se ha volcado en comprar ordenadores, móviles y sobre todo tinta de impresoras”. “Aunque las tiendas de ordenadores han seguido abiertas mucha gente no se atrevía a salir y lo pedía por internet”.
Pero a medida que pasan los días, Ramón Jaime nota con claridad la relajación ciudadana ante la pandemia. “Las primeras semanas iba solo por la calle; veías al panadero y a compañeros de otras empresas de reparto, poco más”. “Después empecé a ver más gente en la calle, y cuando dejaron a los niños pasear ya parecía que no pasaba nada”, dice en tono crítico. Cree que habría que mantener la guardia alta.
Que llueva para todos
El repartidor solanero acumula una amplia experiencia su sector y ha vivido varias etapas. Desde luego, ninguna como esta. “Ahora mismo estamos en la cima [de venta online] y, si baja, no creo que sea mucho”. Lo dice alguien que trabaja atendiendo pedidos a través de la red, pero que también defiende a capa y espada el pequeño comercio de su pueblo, el de toda la vida. “Hay muchas pequeñas tiendas y negocios que merecen nuestro apoyo; yo siempre digo lo mismo, quiero que llueva, pero para todo el mundo”.