En una tarde primaveral, con la naturaleza reventando a nuestro alrededor, recorrimos casi todas las lagunas de este paraíso único. El sonido del agua corriendo por los regatos, saltando en las cascadas, es el ruido de la vida. Y así está el parque natural: henchido de vida. Sobre verde de las lagunas contrasta con el blanco del polen de los chopos en otra nueva nevada, esta vez primaveral y tan necesaria como la de este invierno.
Comenzamos por “el Hundimiento”, un salto de agua que nos deslumbra; seguimos por la majestuosa Laguna del Rey, verde y serena como una postal. Un grupo de remeros en kayak recorrían la Colgada, algunos entrando en una de sus grutas. En esa que cuentan que están las cenizas de un inquilino de una de las urbanizaciones cercanas. En las tres siguientes, Batana, Santos Morcillo y Salvadora el agua brinca de una a otra laguna, demostrando el porqué del nombre de Ruidera: el ruido del agua.
Admiramos el espectáculo de la Lengua y la Colgada, hasta hace nada secas y este sábado rebosantes de agua. En la laguna de San Pedro (la sampedra), alargada, esmeralda e inquieta, acaba nuestro recorrido. Una tórtola sobre la última rama de un ciprés admira, como nosotros, el paraíso. Es una suerte tenerlo tan cerca y que, en apenas un mes haya alcanzado su máximo nivel.
Pero, todavía no nos hemos ido. Nos despedimos de las Lagunas de Ruidera desde lo alto, admirando una maravillosa puesta de sol sobre el verde del agua.