Es indudable que la predisposición de todo aquel –o aquella- que acudió a la tercera Corrida Total de Illescas, bien fuera vestido de paisano o de luces, era positiva. Ahí está el hecho de que la práctica totalidad de los banderilleros actuantes saludaran montera en mano después de gustarse de manera visible tanto al poner rehiletes como a la hora de lidiar. Gran plantel y grandes actuaciones de Iván García, sensacional en ambas variantes, José Chacón, Rafael González, José Antonio Carretero, Alberto Zayas, Miguel Martín, Fernando Sánchez o Raúl Martí, que resultó herido en el muslo izquierdo en el séptimo al entrar a parear.
También ayudó a esa expectación positiva el hecho de que la corrida supusiera la despedida de los ruedos de un torero tan digno como Alberto Aguilar, una circunstancia que añadía carga emotiva y de expectación al envite, sin olvidar que las dos corridas totales anteriores se saldaron con sendos indultos de ejemplares de Victorino Martín. Sin embargo a la tercera fue la vencida. En esta ocasión ni hubo indulto, ni triunfo grande de torero alguno. Tras ver cortar tres orejas –a Chacón, Aguilar y Escribano- y tres horas y veinte minutos de festejo, los espectadores que cubrieron casi tres cuartos de los tendidos de la magnífica plaza de Illescas abandonaron el coso con una sensación que no se parecía a la euforia de 2016 y 2017. Aunque tampoco se aburrió nadie. El encierro del multidisciplinar Victorino Martín García mantuvo la emoción en todo momento, fue variado en comportamiento –desde los encastados segundo y tercero a los desrazaditos y faltos de entrega cuarto o quinto-, y de una presencia que se tapó bastante por la cara, porque cuajo de atrás no le sobró.
Lo que los asistentes se llevaron al zurrón de los recuerdos efímeros fue la entonada actuación de un Octavio Chacón con un dominio de la escena notable, vistiendo sus evoluciones y dando cuerpo donde apenas lo hubo, como ocurrió con el soso quinto, o aguantando parones y tirando hasta donde pudo de la remisa embestida del que abrió plaza.
Alberto Aguilar sobresalió manejando el capote en dos arrebatados recibos, de rodillas con una larga a su primero, y con un nutrido y sabroso ramillete de verónicas al quinto. Al segundo de la tarde, uno de los dos toros ovacionados con justicia en el arrastre junto al tercero –al séptimo lo ovacionaron de manera incomprensible- lo dominó ocasionalmente, sobrevolando la sensación de que la pelea había quedado en tablas, como mucho.
Cristian Escribano dibujó los muletazos más estéticos de la tarde en el tercero, en un inicio doblándose por bajo preñado de torería, y sorprendió embarcando y sometiendo por abajo las arrancadas de la prenda que saltó al ruedo en séptimo lugar.
Martín Escudero es uno de esos toreros que no saben vender humo. Lo suyo es torear con una verdad que a veces resulta casi ingenua. Siempre cruzado y dando el medio pecho, cuando no el pecho al completo, el sobrino nieto de Adolfo Martín volvió a apuntar sin disparar, ofreciendo una poco edificante sensación de impotencia con la espada. Y es una pena, porque para la tan esperada renovación/revolución del escalafón hacen falta toreros como él. Con disparo, eso sí.