Plaza de toros de Bolaños de Calatrava. Alrededor de 700 personas en los tendidos. Corrida de toros.
Se lidiaron seis toros de Albarreal, de presentación desigual. Sospechoso de pitones – sobre todo- el primero. Primero soso y falto de entrega. Segundo noble y enclasado no sobrado de chispa. Bueno el tercero. Apagados cuarto y quinto. Noble pero soso el sexto.
Manuel Escribano: palmas y oreja.
Esaú Fernández: dos orejas y silencio.
Mario Sotos: oreja y silencio tras aviso.
Hay no pocos toreros que quieren torear bien; o al menos eso dicen. Otros sólo lo sueñan, y otros, a veces, lo consiguen. Pero para torear bien no sólo hay que decir que se quiere torear bien; hay que hacerlo cuando sale el toro que lo permite, y renunciar a un toreo más efectista – y orejero- en pos de otro de mayor calidad y reposo.
Hoy, en Bolaños de Calatrava, patria chica del gran José Ruiz “Calatraveño”, a Esaú Fernández le salió un toro de esos. De los de apostar por el toreo. Y vimos a un Esaú distinto; con más relajo y templanza del habitualmente exhibido por el torero sevillano, sin que con ello queramos decir que viéramos a Rafael de Paula; no confundamos.
Fue en el segundo. Aunque mal picado, tal circunstancia no impidió que el de Albarreal fuera de dulce tras la muleta. Esaú se empapó de esa condición y ofreció una dimensión diferente a la que usualmente dispensa, generalmente basada en la entrega y las escasas sutilezas. Sí las hubo frente a este noble toro de Albarreal. Toreó reposado y armonioso con ambas manos; incluso de rodillas hubo temple. Y lo mató pulcramente a la primera, yendo las dos orejas a sus manos. Sin embargo el de Camas no pudo redondear en el quinto, un ejemplar que metió la cara abajo en los dos primeros tercios pero dejó entrever que no andaba sobrado ni de raza ni de fuerza, algo que se confirmó tras apagarse totalmente al acabar la segunda tanda de muleta. Esaú, afortunadamente, abrevió con el estoque, silenciándose su labor.
Si algo hubiera que destacar de la labor de Manuel Escribano frente al descastado – y sospechosamente astillado- primero de la tarde fue su disposición. El recibo a la verónica resultó muy aceptable; estuvo vistoso en banderillas y valeroso con la muleta, a pesar de la embestida adornada – es un decir- siempre con un derrote a mitad de viaje, a pesar del cual le robó alguno limpio sorteando las tarascadas dirigidas a la tela y, a veces, a su propio cuerpo. Con la espada el sevillano no anduvo acertado, pinchando varias veces, llegando a escuchar un aviso.
Al colorado cuarto le faltó fuelle para aguantar la lidia completa a la que Manuel Escribano somete a sus toros al banderillearlos. Es lo que tiene querer contentar a los tendidos en banderillas también, que el toro requiere de un fondo extra que no siempre encuentra en sus lotes el de Gerena. Además, el de Albarreal aderezó sus medias arrancadas con alguna que otra miradita mosqueante por el pitón derecho, sin poder alcanzar brillantez. Lo mejor de la actuación de Escribano llegó a la hora de dejar una contundente estocada entera levemente desprendida al primer viaje, acabando su actuación con una oreja en las manos.
El tercero fue, junto con el segundo, el otro buen toro del festejo. Le pegaron más capotazos de la cuenta pero a la muleta de Mario Sotos llegó franco por los dos pitones; incluso mejor aún por el izquierdo, lado por el que la faena bajó de nivel tras un inicio entonado por compuestos derechazos. Sin embargo un desarme y un achuchón del de Albarreal parecieron descentrar a Sotos, que nos dejó con ganas de más y mejor. Dejó media arriba y un descabello y recibió una oreja en premio.
El sexto quiso más que pudo. Ofreció noble condición y cierta boyantía venida a menos. Frente a él Mario Sotos anduvo más firme y entonado que con el tercero, aún acusando la lógica impericia de quien apenas lleva tres corridas en su haber. Hubo buen aire en algunos derechazos, aunque se trató de apuntes sin continuidad por la falta de acometividad de su antagonista. Atinó a finiquitar al toro al segundo intento, llegando a escuchar un aviso antes de que el toro doblara después de usar el descabello.