La cosa funciona. En Valdepeñas la cosa funciona. Nunca funcionó mejor. Hasta el momento. Y es que mires por donde mires la clasificación, es fácil darse cuenta de que las cosas están funcionando. Porque si nadie ha ganado más partidos que Valdepeñas. Ni nadie ha perdido menos. Si nadie como local ha conseguido más puntos. Ni nadie como visitante tampoco. Si es en el Virgen de la Cabeza donde los líderes suelen dejar de serlo. Si todo eso sucede. Es que la cosa funciona. De momento. Pero lo mejor no son los números. Lo mejor es ver a Valdepeñas en la pista. A Valdepeñas y su afición, que en realidad es lo mismo. Lo mejor es ver y sentir sus partidos. Partidos como el de Murcia. Que no fue bonito. Esa clase de partidos casi nunca lo son. Pero dio igual. Fue un trabajo serio, profesional. Valdepeñas llegó, ejecutó y se marchó. Sin más. Hizo lo que tenía que hacer. Lo que estaba hablado. Lo que estaba explicado. Esa es la mano de Leo Herrera. Así trabaja. Ve, analiza, piensa, le da vueltas, muchas vueltas, y si le queda alguna duda, vuelve a analizar, vuelve a pensar, vuelve a darle vueltas. Hasta que al fin, corta, monta y explica. Ese es Leo Herrera. Exigente, meticuloso, apasionado. Con él mismo y con su equipo. Porque detrás tiene un equipo. Que le sigue, que le apoya, que también analiza y piensa. Y así, por ese camino, dieron un bofetón en Murcia. Un bofetón de autoridad. Un bofetón que fueron dos. Los dos goles de Dani Santos. Muy parecidos. Muy estudiados. Pero faltaron las fotos. Las de Aurelio. Las que debieron dejar para el recuerdo la celebración de los goles. Las que deberían haber recogido los gritos de Dani Santos, su muñequera blanca en la izquierda y la cara de loco. Esas faltaron.
Este sábado Valdepeñas recibe al Córdoba a partir de las 18:15. Que en realidad, no estaba invitado a la fiesta. Porque la temporada pasada, no ganó su grupo de 2ªB y no pudo jugar el playoff de ascenso. Pero el fútbol sala es como es. Fallaron Cerro Reyes y Jumilla. Asuntos económicos. Y sus plazas acabaron ocupadas por Noia y Córdoba. Que si resolvieron esos asuntos. Por eso, ahora, Córdoba tiene equipo en Segunda, se llama Itea Córdoba CF Futsal y viste de verde y blanco.
Pero no es la primera vez que la ciudad de Córdoba tiene equipo en Segunda División. Ya lo tuvo hace una década. Se llamaba Grupo Pinar y llegó a jugar una eliminatoria de playoff de ascenso a Primera División. La jugó y la perdió ante uno de los tres equipos que acabarían ascendiendo. El Barcelona, de entre otros, Manuel Collado, actual entrenador de Bisontes. Aquel playoff lo jugaron once equipos. Si, once. Así era antes. Allí estuvieron equipos como Las Rozas Boadilla de Miguel Castilla, de Werner, de Carlos Retamar. O el Tres Cantos de Iván del Barrio, de David Ramos, de Rafa Usín. Después de dos rondas y hasta ocho partidos, acabaron ascendiendo el Benicarló de Antonio Vadillo, de Crispi, de Nano Modrego; y el Gestesa de Uge, de Anderson, de Juanra. Para el recuerdo quedaron (si buscas en la red las encuentras), las dos larguísimas tandas de penaltis, de hasta 25 lanzamientos, que protagonizó el Gestesa. Ganó las dos.
Ha pasado mucho tiempo de aquello. El fútbol sala ya no es el mismo. Como no lo es la Segunda División. Y como ni mucho menos, lo son los playoffs de ascenso. Tampoco el fútbol sala de Córdoba es el mismo. Ni su equipo. Y es que ahora, todos sus jugadores son cordobeses, todos menos Thiago Gabriel, que es brasileño, pero también cordobés. Ahora, Córdoba lucha por la permanencia. O al menos ese era el objetivo al inicio de la temporada. Porque, después de 21 partidos, Córdoba ha salvado la categoría y está a dos puntos de la última plaza de playoff. Mucha culpa de eso la tiene su entrenador. Se llama Miguel Ángel Martínez Peinado, es cordobés y le conocen por Maca. Antes fue jugador. Hace dos décadas. Llegó a jugar en Plata. En un club llamado Apademar. Un club de la ciudad de Córdoba. Una referencia en la provincia. Un modelo en el trato del fútbol base, en la formación y en la educación de los jugadores más jóvenes. Un club que no jugaba en Vista Alegre. Lo hacía en el barrio de Fátima. A las afueras de la ciudad. En el norte. Junto a las vías del tren. En un pequeño y modesto pabellón. Con una sola grada, de madera y una desgastada pista de goma. Allí, jugó dos temporadas en Plata. Dos tristes temporadas que acabaron en descenso.
Córdoba es una incógnita. Y lo es porque no tiene término medio. Como visitante no lo tiene. O gana, o pierde. Pero nunca empata. Es capaz de ganar en Rivas y Antequera, en Mengíbar y Puertollano. Pero también, es capaz de salir goleado de Murcia, de Sevilla, y hasta de Lugo, que es peor. Es imposible saber que tipo de Córdoba estará en Valdepeñas. Seguramente no lo sepan ni ellos. Y ese es su peligro, su inestabilidad. Su inestabilidad y su ilusión. Porque ellos tienen un sueño. También lo tienen. El mismo que tuvo el Valdepeñas de Raúl Aceña. Acabar luchando por llegar al playoff. Por eso, sin ninguna duda, vendrán a ganar. Aunque el sueño de Valdepeñas es más bonito. Es más grande. Y cada vez está más cerca. Pero está preparada. Valdepeñas está preparada. Ahora tiene la madurez que nunca tuvo. Ahora todos la miran con respeto. Como la temporada pasada todos miraban a Segovia, o la anterior a Cartagena. Y no necesita motivarse. Sus jugadores no lo necesitan. Porque jugar en el Virgen de la Cabeza, vestirse de azul, saltar a la pista, cerrar los ojos mientras la atraviesas y sentir lo que allí sucede, es mucho. Suficiente para no rendirse nunca. Para solo pensar en ganar. Siempre ganar. Y cuando lleguen, gritar los goles con rabia. Con esos gritos que dejan la garganta dolorida. Gritarlos como lo hace Caio Alves. Como lo gritó la tarde de Montilla. Con el alma, enloquecido, apretando con rabia el escudo de los balones y las uvas. Ojalá los podamos gritar así. Ojalá todo salga bien.
