Este diabólico escenario político en lo que se refiere a Catalunya tiene una fecha clave. No es la del día en que Artur Mas perdió la vergüenza política y su alianza –la de Convergencia i Unió- le siguió dando cuerda hasta ver a dónde llegaba su debacle como presidente, y la de Unió con ellos. Tampoco Catalunya ha roto el pacto institucional y ha dado el disparo de salida hacia la independencia con el resultado electoral de ERC y Junts pel si, unidos en la escapada.
No es el fracaso rotundo de la derecha catalana como gestora de la Generalitat lo que ha servido de acicate para que el sentimiento nacional se convierta en deseo de ruptura. Y no es la volatilidad ideológica de la CUP, hoy contra el sistema, mañana viviendo del maná del sistema, la razón de que Catalunya hoy sea, además de un problema para España, una incertidumbre absoluta sobre ella misma.
Muchas veces en estos últimos meses he recordado el comentario que escribí cuando ya se hablaba de Jordi Pujol como el hereu del expresident Tarradellas el Deseado. Aquel fue el verdadero tiempo clave en el devenir de esa tierra, pongámosle el apellido que cada cual quiera: nación, nacionalidad, nación cultural …
Analizando la figura del molt honorable, Pujol opinaba que Catalunya terminaría por conseguir el mismo ideal que los nacionalistas vascos sin necesidad de enseñar el calibre de la 9 mm Parabellum, se desharía de Terra Lliure porque no entraba en sus cuadrícula estratégica y sus armas más eficaces serían cultura y dinero, lengua y presión. Pujol contribuyó a ello y los responsables del Estado de entonces (gobierno, economía, poderes) sabían con exactitud que un fenicio siempre compra tierras con el beneficio de su negocio.
La corrupción catalana es una puta vieja que no vivía en los arrabales de la Rambla, sino en las escalinatas de la plaza de Sant Jordi. Aunque a veces denuncian a esa vieja señora bien (incluso el expresident Maragall lo hizo con sumo cuidado), aunque ahora esté de moda pasearla por los juzgados, el nacionalismo político catalán se ha alimentado del sistema de mirar hacia otro lado. Puede que Pujol llevase razón cuando declaraba hace poco que su corrupción iba destinada a ayudar a vivir al expresident Tarradellas. No hubiera usado su nombre en vano de no ser así. A los padres de la patria no se les cita en un juzgado o una comisión parlamentaria y menos para sacar a relucir sus enaguas. Nos quiso contar que “su” sistema es un juego de canales ocultos que desagua en sitios insospechados.
El día que Pujol fue designado in pectore como nuevo honorable, en Catalunya comenzó a alimentarse la bicha nacionalista que ahora enseña los dientes. Esa semilla fue el pago a cuenta del apoyo a la transición. Por el camino, Euskadi ha cambiado el detonar de las armas por dinero, una ironía histórica que el desnortado PSOE vasco apoya ahora y el gobierno del PP suscribe porque no tiene votos. Ha sido un camino largo y duro, pero la lección catalana ha sido útil en el otro país. La gran diferencia es que en el País Vasco ahora buscan cómo cerrar la negra memoria mientras en Catalunya la herencia de Pujol, la de la corrupción, importa muy poco y es parte del camino hacia ninguna parte.
Sería sorprendente que el gobierno del Partido Popular tuviese habilidad en estas circunstancias para salirse de ese “todos contra mí” que tan bien le va. Sorprendente que lo hiciese a tiempo antes de que se cumpla la fecha que, como espada de Damocles, el Parlamento catalán ha colocado sobre el Parlamento español. Sorprendente que entendiese que la misma razón barriobajera del dinero para Euskadi es la que alienta las aspiraciones del gobierno catalán. Nunca reconocerá la derecha catalana y sus compadres independentistas su fracaso como gestores, que la crisis les pilló a contramano y que nadie le ha ofrecido más ayuda para reflotar entidades financieras.
No es una contradicción, aunque lo parezca, que quienes más apuestan por un Estado propio sean los que más pujan por el dinero común. Más presupuesto podría ligarse a mejor gestión, pero en el caso catalán no ha sido así desde hace muchos años. Por eso se habla del “dinero propio”, de la injusta distribución del dinero recaudado a través de los impuestos… y se habla de la ineficacia de los demás con su parte presupuestaria. El nacionalismo siempre enseña la cara insolidaria, de la que hace gala, y bajo ese argumento va hilando la canción del país imposible.
Pujol sabía y sabe que se puede vivir bien del nacionalismo, incluso sin corrupción, si la soga no le termina ahogando a él mismo. De ahí este desasosiego. Pero el PP sigue pensando que la nobleza económica catalana es aquella misma del ladrillo de los años cincuenta, muertos ya o conversos, sin percibir que quienes hicieron de Pujol un honorable son los mismos (y sus herederos) que dejan pasear la estelada (bandera independentista) que escondían en el arcón familiar de las esencias. Sólo volverán a guardarla cuando el brillo del euro y de las competencias sea mayor que el resplandor fetichista de las estrellas que, también a ellos, tanto les inquietan.
Aurelio Romero Serrano (Ciudad Real, 1951) es periodista y escritor. Fue coordinador editorial de la revista “Actual” (Barcelona, 1980/1982). Ha publicado dos libros de poemas “Siempre hay alguien, “Nómada”) y escrito dos novelas: “Si pudiese hablar de ti”, publicada, basada en hechos de la guerra civil en las provincias de Ciudad Real y Córdoba; y “Espérame ayer” (Madrid/Tánger 1950).