La retahíla inicial de presentación de Lázaro de Tormes sobre sus orígenes, recitada casi como una oración que se repite de memorieta, no calmó la intranquilidad de una niña que se puso a llorar en el Áurea, sin parar en sus gemidos aunque pasara de unas manos a otras, hasta que un familiar determinó marcharse de su localidad con la pequeña para que el llanto no restara fuste a la función.
Lejos de hacer sombra al predicamento, compartió protagonismo por decisión del propio Rafael Álvarez ‘El Brujo’, a quien alentó este súbita llorera como primerísima excusa para saltarse los renglones de la novela picaresca y comenzar una interlocución directa con el público sumamente divertida y plagada de anécdotas, chistes e imitaciones. Dijo no importarle ni por asomo el llanto infantil mientras actuaba, menos aún al mostrar las calamidades pasadas por Lázaro, animó a que todos los presentes reclamaran el regreso de la niña y recordó que en el cuarto de siglo de rodaje de este espectáculo han sido muchos los respetables ante los que lo ha expuesto como, por ejemplo, citó, ante niños colombianos o mexicanos que viven en ambientes de tanta o más violencia como en la que se crió el salmantino lazarillo.
El embrujo de Rafael Álvarez con Almagro viene de largo -hace 25 años que estrenó en el Corral de Comedias este monólogo elaborado por Fernando Fernán Gómez- y se mantiene vivo y coleando, con el aforo lleno disfrutando de lo lindo el martes 25 con sus mil y un giros y observaciones a colación tanto de la historia de Lázaro como de la actualidad.
Minimalista a ultranza, hasta el punto de que Merkel se desharía de gusto, nueve velas, a las que apenas sumó un taburete, una bota de vino vacía y un arca con cien mil remaches, rodearon su recreación de las fortunas y sobre todo adversidades de Lázaro. “No se puede hacer más con menos”, confesó el intérprete, que también tuvo que suplir con requiebros y la cómplice imaginación del público, así como de su técnico de jesuita formación, la escasa diversidad de ambientes que propiciaban los focos dispuestos para una función que fue un ir y venir de las páginas de la novela picaresca a una divertida y socarrona visión de los tiempos contemporáneos.
Un hambre devoradora, que hoy atenaza a millones de personas en el mundo, es el leit motiv de los múltiples percances que sufre Lázaro desde su cuna, con un ciego que le machaca la testa contra un toro de piedra, le arrea cuando come de tres en tres las uvas sin corregirle cuando él se las llevaba a par al gaznate y le propina una descomunal paliza cuando le da el cambiazo de nabo por longaniza. El paso de la ingenuidad a la rivalidad en astucia, con tretas como devaluar los dineros de las limosnas, usar una paja de centeno para beber de la jarra de vino o tapar un agujero del recipiente con cera que se fundía al calor del fuego para acceder al preciado jugo, fue narrado con hábil comicidad en gestos y recreación de detalles por El Brujo, que hizo que todos disfrutaran como nadie al estamparse el ciego contra un pilar de piedra dando un intrépido salto para salvar las aguas de un caudaloso arroyo.
El famélico devenir de Lázaro no prosperó mucho con su nuevo amo, el más que tacaño clérigo de Maqueda, que le hizo ingeniarse una copia secreta de la llave del arca donde atesoraba bollos cuya sola contemplación hacían al de Tormes entonar cantos gregorianos, emular a los roedores e incluso, a su pesar, el silbido de una serpiente al roncar con la llave en la boca.
Tras descubrir el clérigo las artimañas del joven para acceder al contenido de un arca, cuyos punzantes remaches hicieron que El Brujo se cortara en un dedo –herida que fue limpiada y contenida con una tirita por un técnico al actor situado en el pasillo central entre los espectadores-, el protagonista se quedó a expensas de nuevos amos, algunos sin despensa alguna como el de un arruinado hidalgo, hasta que consiguió ser ‘funcionario’ como pregonero en Toledo. La actual capital castellano-manchega, como está elevada, fue imaginada sobre un taburete por El Brujo, que imitó conversaciones imposibles de transcribir con precisión entre Rajoy y el Rey emérito, y relató divertidas anécdotas como la de una mujer que acudió a la función con muchos bollos por el hambre que proclamaba que pasaba o la de una señora mayor que lamentaba el poco lustre de sus vestiduras en comparación con las del espectáculo que el año anterior había llevado a su pueblo Norma Duval.
Todo el público puesto en pie arropó con un cálido aplauso el carisma e inigualable interpretación de El Brujo.
