No sé si eso es lo que les ocurre a Patricia Rodríguez y Sofía Ferreiro, amigas además de primas segundas y emprendedoras de un pueblecito de Orense, al que volvieron después de nacer y crecer en México cuando sus padres, emprendedores y empresarios como ellas, emigraron al país centroamericano. En parte, sí.
Su historia es el reverso de muchos jóvenes españoles que se han visto obligados a emigrar en los últimos años porque este país era incapaz de ofrecerles una salida laboral digna y acorde a sus conocimientos y habilidades. En su caso, la suerte tal vez haya estado de su lado pero también su visión y, sobre todo, su arrojo.
Apostando por ellas mismas
Ellas volvieron a Galicia, porque sus padres les inculcaron esa morriña tan propia del noroeste de España. Un sentimiento único que genera una fuerza tan invisible como irresistible. Estudiaron en España sus carreras, Patricia Ciencias Audiovisuales y Políticas, y Sofía, Historia del Arte y Conservación del Patrimonio. La primera ejerció como periodista durante 9 años, sobrevivió más bien. La segunda ni siquiera tuvo la oportunidad y sus opciones laborales, las que le proporcionaban un mínimo sustento, no tenían nada que ver con lo que había estudiado por lo que optó por opositar. Y en esas estaba, estudiando, cuando ambas en un momento de divina locura, se plantearon por qué no hacer crema de las cepas de los abuelos de Patricia, el mismo campo que heredó su padre y que ella, junto con su marido, trabajaba casi a modo de afición para obtener un vino de consumo propio.
Y montaron la empresa, con algo menos de 30.000 euros procedentes de un crédito y de sus propios ahorros. “Emprendimos sin decirles absolutamente nada, cuenta Patricia refiriéndose a sus padres, les dijimos hemos hecho esto y aunque el respaldo de la familia siempre lo vamos a tener, una de nuestras principales misiones es no tener que recurrir a ellos y hasta el momento, ha sido así”. A lo que Sofía apunta que “se quedaron sorprendidos pero fue una grata sorpresa. Están orgullosos de nosotras y porque apostamos por nosotras y lo hicimos solitas”. Así nace LevinRed.
Se supone que en los tiempos que corren el emprendedor lo tiene todo de cara. Al menos es el mensaje público en el que se “venden” ayudas de todo tipo pero la realidad no siempre es así. No es la primera vez que en esta sección una de las mujeres protagonistas del blog expresa su queja y su sorpresa cuando se topa con la administración. Es también el caso de estas dos jóvenes gallegas. “En el (mundo) rural hay mucha precariedad laboral, los procedimientos (administrativos) son tediosos y las subvenciones van más dirigidas al sector agrícola, cuenta Patricia Rodríguez que añade, nosotras no hemos recibido ninguna ayuda porque no cumplíamos los requisitos”. Es decir, no eran empresa agrícola, no tenían maquinaria que comprar, no iban a montar ninguna bodega… Viene a decir que si uno mueve ficha y se sale del sector tradicional de la región, en este caso fundamentalmente agrícola, la innovación tiene que darse aportando capital privado.
Eso lo descubrieron hace algo más de un año y medio y no les frenó pero sí ralentizó la producción, de hecho solo tienen en el mercado dos productos: una crema hidratante y un jabón exfoliante que cuenta con los componentes estrella del vino, los polifenoles, los mismos que se alojan en la piel de la uva y que ayudan a retardar el envejecimiento. El jabón además cuenta con otros elementos derivados de la piedra pómez y esencia de aceites naturales.
Crecer desde el entorno rural
Mucha gente podría pensar por qué arriesgar de esa manera, por qué no emprender en una producción vinícola que ya tenían asegurada con unas tierras que podían trabajar… Precisamente por innovar. Aprovechando la Denominación de Origen Ribeiro, “queremos contribuir al crecimiento de la zona visibilizando la zona haciendo otras cosas, nos encantaría crear empleo para evitar que la gente se marche”, asegura Sofía Ferreiro que se sienta a gusto en el entorno rural y desde ahí quiere crecer. Y lo van haciendo porque como comenta su socia Patricia aunque “la parte económica no es la más que nos interesa, sí es verdad que hace dos meses nos han premiado desde la Xunta y nos ha ayudado a darle más visibilidad al proyecto” y tal vez el reconocimiento les hace ser todavía más prudentes porque añade Sofía “queremos ir despacio porque el que mucho corre poco abarca”.
Esa metafórica carrera que ambas emprendieron en 2016 les ha llevado a colocar su productos, además de en su tienda online, en Madrid, Marbella, Mallorca, toda Galicia y algún punto de Suiza y su objetivo es entrar en Francia y Alemanía además de posicionarse en Cataluña, Andalucía y Valencia. Un objetivo en el que también contemplan desarrollar otros cuatro cosméticos más.
Cuando les pregunto cuál ha sido el principal escollo a esquivar, ambas no dudan: su juventud, sobre todo la de Sofía que cuenta con 27 años. “Yo soy la abuela, ríe Patricia, porque tengo 35 años”. La primera continúa apuntando en esa línea “por el hecho de ser jóvenes hemos tenido que ser más…” y duda entre varias palabras, “soberbias, prepotentes… hemos tenido que ser más peleonas”, dice al fin, “porque te ven más joven y eres más vulnerable. Hay cosas que hemos ido aprendiendo por el camino pero el ser joven no quita para que seas profesional”.
Sea como fuere, el balance que hacen de este tiempo es positivo. “Durísimo pero muy muy satisfactorio” apunta Patricia. “Esperamos crecer en un futuro a medio plazo para llegar a más gente y salir a otros mercados. Hay que afrontar todo lo que venga y seguir adelante”, concluye Sofía.
Tienen las cosas muy claras estas dos gallegas que desde la población orensana de Leiro muestran sus ganas de comerse el mundo. El no ya lo tenían de partida y de momento, lo que van cosechando son síes. Siembra y recogida, como el mismo ciclo de la vida del mundo en el que ellas viven.