Puertollano es “la Pompeya del Carbonífero”, atesora una gran información de hace 300 millones de años y, pese a que no es una cuenca muy extensa, “se ha conservado muy bien”, destacaron este jueves el geólogo Antonio Díez y el biólogo Rodrigo Soler-Gijón en el antiguo Convento de la Merced, donde impartieron una didáctica conferencia en la que subrayaron la importancia de preservar este patrimonio.
Si el Carbonífero -el penúltimo período del Paleozoico- dura unos 60 millones de años, la cuenca carbonífera de Puertollano se corresponde con la parte final, unos seis millones de años, de los que han aflorado, como consecuencia de la extracción de carbón durante el último siglo, entre uno y dos millones de años, lo cual proporciona una amplísima información para saber cómo fue este enclave y su comparación con otros lugares del planeta.
Son dos millones de años de historia “comprimidos, preservados ahí”, en una cuenca que, aunque antes se interpretaba como un lago cerrado, sería en realidad un estuario abierto al mar hacia el este, situado justo en el ecuador, con temperaturas tropicales, “con mucho más oxígeno que actualmente”, una flora exuberante que daría lugar al carbón y una rica fauna que aprovechaba la combinación de aguas saladas y dulces, comentó Soler-Gijón.
“En pocas localidades españolas e incluso europeas o norteamericanas tenemos tanta información” sobre el Carbonífero como en Puertollano, agregó Soler-Gijón, que resaltó que en las últimas décadas se han encontrado en este “excepcional” enclave nuevos taxones de tiburones, peces y anfibios, lo que facilita recrear cómo era la vida hace 300 millones de años, cuando todos los continentes estaban unidos en el Pangea.
En sus intervenciones, ambos investigadores expusieron ejemplos hallados en la cuenca carbonífera de Puertollano de estructuras como los ripples, estratificaciones cruzadas, tipo Hummocky y climbing ripples, así como estructuras sedimentarias de origen biológico como perforaciones verticales, huellas de peces y tetrápodos y fósiles de plantas, sin olvidar vertebrados completamente fosilizados, dientes, escamas, espinas y huevos de tiburón.
Muchos eran los tiburones que había en esa época, desde un metro y medio de largo hasta “chiquitines” de apenas veinte centímetros, comentó Soler-Gijón, quien aboga junto a Díez por impulsar normas de protección de los yacimientos donde se han realizado estos hallazgos para que esta valiosa información no se entierre y pierda. En este sentido, reclaman que, por ejemplo, en la mina La Extranjera, donde actualmente se depositan los residuos inertes de la comarca, no se tapen los estratos del Carbonífero que han aflorado y lo mismo suceda en otras minas como la María Isabel.