Ramón Lozano sigue vistiendo traje y corbata en los partidos, dispone de una plantilla de 14 jugadoras y cada semana tiene dos dilemas. Debe hacer dos descartes porque solo puede convocar a 12 chicas, y tiene que elegir que portera va a jugar. Optar por una de las dos porteras no es un asunto sencillo. Ramón valora la actuación de la última que fue titular y los entrenamientos de la semana, si tiene alguna duda lo habla con su cuerpo técnico, y toma la decisión tras el entrenamiento del viernes. Lo comunica después del calentamiento previo al partido, ya en el vestuario.
“Hay cierto placer en la locura, que solo el loco conoce”, escribió Pablo Neruda. Algo de eso debe haber en los que eligen ser portero de fútbol sala, capaces de encerrarse en el área y esperar que llegue el balón, dispuestos sin dudarlo, a recibir todo tipo de balonazos con el fin de evitar goles. Algo de placer deben encontrar en esa locura Veracruz Martín y Cecilia Moreno, las porteras de Almagro FSF, que tener, tienen poco en común, porque cada una es de un lugar, con un pasado, con un presente, cada una tiene sus sensibilidades, sus ilusiones, sus rituales.
Si algo comparten Vera y Ceci, aparte de la maravillosa locura de la portería, es que en su momento, en Almagro, llegaron a ser algo parecido a heroínas, esa figura a quienes todos miran cuando las cosas van bien. Cuentan los que la vieron jugar, que Vera fue decisiva en lograr la permanencia, la primera temporada de Almagro en Segunda División. Aquel equipo prácticamente de juveniles, tuvo que aprender a perder, y a ganar sufriendo cuando podían. Desde entonces, la gente comenzó a parar a Conchi por la calle, queremos ver a Vera, le decían, queremos que las chicas del pueblo jueguen los partidos de casa, le insistían, y es que se hizo querer tanto, la gente se identificó tanto con ella, que algunos no cayeron en que Vera, no era del pueblo. Cecilia fue imprescindible para entender lo sucedido la pasada temporada, la del playoff de ascenso a Primera División, la mejor de la historia del club. Más allá de haber sido la portera menos goleada de su grupo, de acabar imbatida hasta en 9 partidos, de que en casi la mitad no encajara más de un gol, mucho más allá de los datos, a veces difíciles de contextualizar, su mérito reside en la sensación de seguridad, en la certeza de que al final de todo, pasara lo que pasara, ella iba a estar en la portería, y que sus actuaciones acabarían dando puntos al equipo.
La historia de Vera comienza en San Pablo de los Montes, en plena naturaleza, donde salir de casa, es como meterse en el monte y respirar aire puro, y circular por sus carreteras, es garantía de cruzarse con algún corzo o venado. Cuando Manuel Arévalo vio a jugar a Vera por primera vez en una serie de amistosos, no lo dudó, quería a esa portera para la siguiente temporada, porque seguramente, Almagro ascendería a Segunda División, y tenía que reforzar la plantilla. No se equivocó. La ficharon, y aunque tuvo competencia, en poco tiempo acabó siendo un referente en la portería de Almagro. Hasta que se lesionó y entonces lo vio todo de otra manera. Tuvo que romperse la rodilla para entender que lo primero no era el fútbol sala, que tenía que tener un trabajo, que hasta que no lo tuviera no podía volver al deporte. Por eso cuando se recuperó de la rodilla, se dedicó por completo a lo que quería ser, a lo que realmente le hacía feliz, se preparó para entrar en el ejército. Hace más de un año que lo logró y nunca se alegrará tanto de haberse lesionado.
Cecilia nació en Mengíbar, entre olivos, castillos y fortalezas, pero se crio en Jaén. El fútbol sala siempre fue parte de su vida, su padre directivo de Jaén Paraíso Interior, su madre trabajadora del club y un hermano jugador de fútbol sala. Nombrar La Salobreja le ilumina la cara porque forma parte de su infancia, allí jugó, allí aprendió a ser portera, allí se enamoró de su Jaén Paraíso Interior. A Ramón Lozano le habían hablado de ella, que era muy buena, que la tenía que ver, que merecería la pena, por eso la convocó a una prueba de selección, y cuando vio cómo se vendaba las manos, como se ponía las rodilleras y cómo se desenvolvía en la portería, lo tuvo claro. Cecilia, durante años acostumbrada a jugar y ganarlo todo en Jaén, se tomó la posibilidad de ir a Almagro a jugar en Segunda División, como un reto que no podía dejar pasar. No fue fácil, porque tuvo que dejar su ciudad, su familia, sus amigos. Pero aquella decisión le ha ayudado a crecer, a confiar en ella, a no dejar de exigirse, a no rendirse nunca, a darse cuenta que su fuerza está en el trabajo, en competir hasta en los entrenamientos, en nunca dejar de reivindicarse, aun cuando las cosas no van bien.
Las dos comenzaron como jugadoras de pista, hasta que Vera decidió que ya no quería volver a correr, que lo que le gustaba era ser portera. Cecilia descubrió por casualidad que ponerse debajo de una portería, tirarse por el suelo, revolcarse y parar balones, era lo que le hacía sentir bien. Vera solo se venda las muñecas, los dedos no, porque se siente incómoda. Cecilia se inspiró en los vendajes de Alfonso Prieto, su referencia, para diseñar uno a su medida con el que sentirse a gusto, ahora, por seguridad, por agarre y por confianza a la hora ir a los balones, no concibe un partido sin vendarse las muñecas ni los dedos. Vera nunca tuvo miedo a los pelotazos, ni siquiera cuando uno de ellos, le dejo en un ojo un hematoma tan grande, que estuvo un tiempo sin poder ver. Cecilia tuvo que superar el instinto de protección de girarse ante un balonazo, lo tuvo que entrenar, como una técnica más, como le enseñaron a perfeccionar la técnica de la cruz, o el paso de valla, porque en el puesto de portero todo se entrena, nada se deja a la improvisación. La soledad del portero, para Vera se ve compensada con el reconocimiento de las compañeras si hace un buen partido. Cecilia, que siempre recuerda a su abuela al comenzar los partidos, solo se siente sola si las cosas no salen como ella quiere.
Vera sabe que antes de los partidos, en el vestuario, vuelve locas a las compañeras. Les pide, les exige y les vuelve a pedir, con insistencia, que cada una mantenga su sitio, que se vistan en el mismo lugar, de la misma manera, que salgan a la pista siempre igual, que no cambien sus costumbres. Está tan convencida, que asegura tener pruebas, de que si no se hace como ella dice no ganan el partido. Cecilia nunca olvida pegar una pequeña tira encima del vendaje de su muñeca derecha, ni ponerse los calcetines con los que fue campeona de Andalucía a los 17 años. Esos que nunca le falten, llenos de agujeros que no piensa remendar, con los que se sujeta las espinilleras, y que le recuerdan de donde viene.
Vera es feliz en el ejército. Eligió la unidad de tanques como primer destino, porque le encantan los carros de combate, meterse en uno de ellos, es como entrar en un mundo aparte, cuenta con entusiasmo, con botones y palancas por todos lados. A diario, además de realizar concienzudas laborales de mantenimiento mecánico y electrónico, se entrena por si algún día tiene que entrar en combate. Hasta hace poco, ocupaba el puesto de cargadora dentro del tanque, la que tenía que cargar la munición en el cañón, pero se le quedaba pequeño, necesitaba algo más, porque lo que realmente le gusta es disparar, por eso hizo el curso de tiradora, y desde hace poco, es la encargada de disparar el cañón del carro de combate.
Durante 10 largos años de conservatorio, Cecilia aprendió a tocar el saxofón, pero acabó tan harta, tan saturada de aquel lugar y de sus métodos, que ya no quiso seguir con la música. Ahora sueña ser maestra de educación musical, porque a pesar del conservatorio, Cecilia es una enamorada de la música, sabe de su enorme poder, por eso quiere que los niños, aprendan música de una manera diferente a como ella la aprendió, que la amen y que no la sufran como ella la sufrió, que la sientan, que se emocionen y la disfruten, que se identifiquen y se sientan a gusto con ella.
Después de 22 partidos, Vera y Cecilia han sido titulares 11 veces cada una. Ninguna se conforma. Las dos quieren jugar más, pero saben, que si están bien los partidos se van a repartir. No entrenan pensando que se juegan el puesto, porque eso las va a distraer, ni pierden el sueño la noche antes del partido, porque saben que ya no depende de ellas. Lo único que pueden hacer es trabajar, saben que ese es el camino, saben que solo a través del esfuerzo llegan los buenos resultados, las buenas actuaciones, las paradas que marcan la diferencia, por eso lo dan todo en cada sesión, para no tener nada que reprocharse.
