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Aquel verano del infierno: Villanueva de los Infantes en el año del cólera

Villanueva de los Infantes
El Paseo de Villanueva de los Infantes construido sobre el antiguo cementerio de San Juan
Carlos Chaparro Contreras / VILLANUEVA DE LOS INFANTES
En conjunto, según algunos estudios, el cólera produjo unos 800.000 fallecidos en nuestro país y debe considerarse como el enemigo número uno contra la salud pública durante el siglo XIX. El caso de Villanueva de los Infantes puede servirnos de ejemplo de cómo se vivió la enfermedad en muchos pueblos de La Mancha durante aquel letal verano de 1855

En el archivo municipal de Villanueva de los Infantes se conserva un expediente de sanidad que dio principio en septiembre de 1854 y que contiene toda la información relacionada con la epidemia de cólera-morbo que azotó la villa en el verano de 1855. De su lectura detallada se desprende que uno de los principales problemas a los que tuvieron que hacer frente las autoridades locales de aquella época fue, además de la falta de recursos para combatir la epidemia, el desconocimiento que sobre la enfermedad existía. Todo ello derivó en que las medidas que se tomaron fueran en gran parte de carácter preventivo y dentro de las cuales la higiene pública fue primordial.

El cólera es una enfermedad producida por un bacilo presente en el agua y ciertos alimentos contaminados por las heces humanas y que cursa con diarreas, vómitos y deshidratación llegando en casos extremos a provocar la muerte. No fue la única epidemia colérica a la que tuvo que hacer frente la población. En España hubo varias oleadas desde 1834 a 1885. En conjunto, según algunos estudios, el cólera produjo unos 800.000 fallecidos en nuestro país y debe considerarse como el enemigo número uno contra la salud pública durante el siglo XIX. El caso de Villanueva de los Infantes puede servirnos de ejemplo de cómo se vivió la enfermedad en muchos pueblos de La Mancha durante aquel letal verano de 1855.

Las primeras medidas preventivas

La epidemia del cólera-morbo tuvo su origen en la península del Indostán, Asia, en 1842, aunque no llegó a alcanzar España, posiblemente por vía portuaria, hasta 1853. El foco fue localizado en Vigo; sin embargo, un año después reapareció con gran virulencia en Marsella, desde donde penetró en Barcelona. Desde Cataluña recorrió la costa levantina y al interior y sur peninsular penetró, según se cree, con las tropas militares del general O’Donnell en continuo movimiento durante aquel verano de 1854.

Las primeras noticias de la aparición de brotes coléricos en algunos pueblos de España llegan a Villanueva de los Infantes por vía oficial, a través del Boletín Oficial de la Provincia de Ciudad Real. En concreto en agosto de 1854 se emitieron desde la Junta de Sanidad de la provincia las primeras instrucciones para prevenir, y en caso de invasión combatir, la enfermedad. Como consecuencia de esto, el 31 de agosto el Ayuntamiento celebró la primera reunión, de muchas otras que se sucederían, con el subdelegado de medicina del partido de Villanueva de los Infantes, el médico y cirujano de la villa, José Sánchez-Molero. En esta reunión se acordó convocar a las juntas de sanidad y beneficencia de la villa que junto a la corporación municipal dispondrían las primeras medidas preventivas dirigidas a la población. Durante aquella semana Sánchez-Molero redactó una interesante instrucción médica que contenía toda una serie de medidas y consejos para prevenir, atajar, y en lo posible curar, la enfermedad. El texto se presentó a las juntas de sanidad, beneficencia y corporación municipal en una reunión extraordinaria celebrada el 9 de septiembre con tanto éxito y aplauso de los concurrentes que se acordó imprimirla en Ciudad Real.

La memoria, dedicada por el médico al Ayuntamiento de Infantes, aconsejaba el blanqueo con cal de los interiores y exteriores de las viviendas, ventilar las habitaciones, no dejar los vasos con excrementos en los cuartos dormitorio y evitar las aglomeraciones de personas en habitaciones estrechas. Igualmente recomendaba esmerarse en el aseo personal y en la alimentación donde distinguía qué productos se debían o no tomar. Por último, apuntaba una serie de síntomas que permitían distinguir el cólera de otras enfermedades o afecciones en las que la diarrea era la principal característica. Llegado el caso de enfermar, la instrucción de Sánchez-Molero recomendaba a los infanteños: guardar cama, abrigarse bien, retirar el alimento por completo, procurar friegas en las piernas y pies y utilizar botellas o botijos de agua caliente entre los muslos; tomar infusiones de té, manzanilla o amapola, entre otros; pero lo más llamativo de la instrucción es que recomendaba “evitar la exaltación de las pasiones, especialmente aquellas que la religión, la moral cristiana y la higiene tienen reprobadas como contrarias a la salud del alma y del cuerpo”.
La vigilancia de estas medidas quedaría a cargo de una comisión del Ayuntamiento que recorrería las calles y las casas de los vecinos para controlar que se cumpliera el bando de higiene y salubridad dictado por el alcalde, e igualmente se establecerían multas a los que lo contravinieran y se abriría causa, llegado el caso, a los reincidentes. En este sentido igualmente resulta interesante observar como el control a los vecinos se hizo extensivo a los forasteros, muchos de ellos comerciantes, y potenciales portadores de la enfermedad. Por ejemplo, el 30 de septiembre se expuso que se tenía noticia de la pronta de llegada a Infantes de algunos carros cargados con géneros ultramarinos, telas, y otros efectos, procedentes de varios puntos de levante. Se acordó que se prohibiera la introducción de estos carros, muchos de ellos vendedores de pescados en salazón, alimento que estaba desaconsejado su consumo por la instrucción médica de Sánchez-Molero.
Otro de los problemas a los que tendría que hacer frente el Ayuntamiento era la falta de recursos económicos con los que dotar al municipio de la infraestructura sanitaria necesaria para atender a los enfermos pobres si se producía la temida invasión del cólera. Así se acordó que llegado el caso se iniciaría una suscripción entre la clase acomodada para que cedieran camas, ropas, ajuares, alimentos no perecederos como grano, legumbres y aceite, además de metálico, con los que dotar al pueblo de un hospital para coléricos.

Así las cosas, con todas las medidas preventivas que era posible poner en marcha, y a pesar del desconocimiento que de la enfermedad se tenía, durante el verano y otoño de 1854 el cólera pasó de lejos en Villanueva de los Infantes y gran parte de la provincia de Ciudad Real. Tan sólo se observaron brotes en algunos pueblos del Campo de Calatrava y San Juan.

El cólera-morbo a las puertas de Villanueva de los Infantes

En la primavera de 1855 volvieron a saltar las alarmas. El médico titular de la villa, Sánchez-Molero nuevamente, envió una comunicación urgente al Ayuntamiento en la que exponía que había tenido noticia de que algunos pueblos del norte de Jaén se hallaban invadidos de la epidemia de cólera-morbo y que debido al fluido contacto de la población con los de Montizón, Ventas de los Santos y del Ojuelo se diera comunicación a la Torre de Juan Abad, Puebla del Príncipe y Villamanrique para que tomaran las medidas oportunas y extremaran la vigilancia de personas transeúntes.

El 29 de julio la alarma se convirtió en un hecho y Sánchez-Molero, después de observar en Torre de Juan Abad dos casos de cólera, comunicó al Ayuntamiento de Infantes que se preparara para lo peor, que la población, observada la situación en la Torre de Juan Abad y Villamanrique, pronto se vería invadida por el cólera. Solicitaba en su escrito que se tomaran medidas urgentes para que las subsistencias no faltasen a los más necesitados y que los socorros estuvieran pronto, además de incitar a la población con rigor en las medidas de higiene que ya se habían expuesto en el verano anterior en su instrucción médica. Lo que en aquel momento desconocía Sánchez-Molero y toda la corporación municipal es que el día anterior ya había fallecido en Infantes el primer enfermo por cólera. Se trataba de Rumaldo López, un jornalero de Pozuelo de Calatrava. Todo parece indicar, por las fechas, y que no era residente en la población, que se trataba de un segador de los muchos que acudían a estas faenas agrícolas desde otros lugares. El parte médico de ese día informó al cura teniente de san Andrés que había fallecido por apoplejía, pero días después el mismo sacerdote anotó al margen de la partida de defunción “colérico”. El cólera ya estaba dentro de la población y desde ese día hasta el 19 de septiembre se sucedieron en Villanueva de los Infantes 117 defunciones por esta causa según los registros parroquiales.

Aquel verano del infierno

Al intenso calor de ese mes de agosto se unió una importante sequía que hizo si cabe más insoportable la vida a los vecinos y más fácil la existencia del bacilo del cólera cuando como se sabe es con las altas temperaturas donde mejor prolifera este tipo de bacteria. Con la población invadida, el 30 de julio el Ayuntamiento pleno y las juntas de sanidad y beneficencia de la villa acuerdan retomar de forma efectiva todas las medidas acordadas un año antes. El antiguo convento de Trinitarios fue habilitado como hospital para enfermos coléricos pues el municipal, ubicado junto a la iglesia del Remedio, no reunían las condiciones higiénicas ni de ventilación aconsejadas. Se procedió a iniciar la suscripción voluntaria entre los más pudientes de la población tanto en dinero como en especie y otros efectos para los enfermos pobres. Se procedió a hacer acopio de cal viva en el cementerio de San Juan (actual Paseo) para tapar la exhalación de olores que provocaba remover los cadáveres en verano. Igualmente se clausuraron las escuelas de niños ubicadas en los claustros de Santo Domingo.

Un cementerio nuevo

En enero de 1854 Sánchez-Molero envió un escrito al Ayuntamiento exponiendo la necesidad de dotar al municipio de un cementerio nuevo pues el que se utilizaba no se ajustaba a la legislación sanitaria del momento. Sin embargo, los sucesos políticos de 1854 en España, con el cambio de gobierno y autoridades municipales, paralizó el proyecto. El mayor problema que presentaba el viejo cementerio era que la tierra estaba saturada y no consumía los cadáveres de tal modo que los olores provocaban quejas a los vecinos de este espacio que estaba prácticamente embutido en la actual plazuela de Santo Domingo. Con la epidemia colérica se hizo urgente dotar al pueblo de un nuevo cementerio alejado de la población y bien ventilado. Por fin se iniciaron los trabajos el 8 de agosto de 1855. El día 16 de ese mismo mes se produjo el último enterramiento en el viejo camposanto y el primero en el nuevo de San Antonio Abad, al norte de la población. La última persona enterrada fue Josefa Montes, viuda de 80 años, vecina de la calle san Francisco, y el primero del nuevo, Francisco López, labrador de 35 años, vecino de la calle del Remedio. Ambos coléricos.

Villanueva de los Infantes
El Paseo de Villanueva de los Infantes construido sobre el antiguo cementerio de San Juan

Sánchez-Molero muere por el cólera

Como ya he señalado, desde que se produjo el primer fallecimiento por cólera hasta el 19 de septiembre murieron en Villanueva de los Infantes, según mis datos, 117 personas. Entre las muertes más sentidas fue la del propio médico titular de la villa que falleció el 12 de agosto y días después su propia mujer, Camila Bellido. Tras la muerte de la pareja, el mayor de sus hijos, Gabriel, y en representación del resto de sus hermanos, fue agraciado por la reina Isabel II, en noviembre de 1855, con 1.000 reales como indemnización por el fallecimiento de su padre. Igualmente, la reina agradeció a título póstumo el trabajo realizado por el propio Sánchez-Molero y su compañero médico, José María Rubio, también fallecido de cólera mientras combatían ambos la epidemia en Infantes.

Fachada del convento de los Trinitarios
Fachada del convento de los Trinitarios

Manuel Moreno, el Millonario

La epidemia de cólera-morbo desató una ola de solidaridad en Villanueva de los Infantes con los más necesitados. No sólo fueron los más acomodados, como he señalado, los que contribuyeron con dinero o alimentos al socorro de los pobres enfermos, también los más infelices, como los denominaba la autoridad local, colaboraron en la medida de sus posibilidades. Y es que la epidemia afectó de manera desigual a los vecinos de Villanueva de los Infantes de tal manera que fueron las clases populares las más perjudicadas por la pérdida de vidas humanas y dentro de este grupo, las mujeres. En los días más aciagos de la enfermedad, a mediados de agosto, cuando se registraban hasta 6 entierros diarios, y el miedo al contagio se había apoderado de la población, un grupo de amigos encabezados por Manuel Moreno, apodado el Millonario, precisamente por su escasa fortuna, observaron como las familias más pobres no podían pagar la conducción de los cadáveres al nuevo cementerio por lo que idearon una asociación filantrópica para el traslado de los cuerpos. Manuel y sus amigos para dar mayor solemnidad al acto, pues los fallecidos no eran acompañados ni por la cruz parroquial, ni por los sacerdotes, se proveyeron de una cruz de madera que llevaba al frente el propio Millonario encabezando la comitiva fúnebre. Al llegar al cementerio rezaban un padrenuestro al difunto a modo de responso. Todo ello lo hicieron a pesar de las voces que se oían del peligro que corrían por acercarse a los cadáveres de los coléricos y argumentando muchas otras que eran padres de familia. El Ayuntamiento en representación del pueblo, sabedor de este gesto solidario, acordó gratificarles y ponerlo en conocimiento del gobernador civil de la provincia.

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