Con los años aprendes que, en realidad, solo hay un negocio: el de la confianza. Es la esencia de cualquier trato comercial, tanto presencial como digital. Como también lo es de otras facetas de la vida social: pareja, familia, amistad, política, religión…. Esto escribía hace unos días Borja Adsuara Varela, consultor digital, en el artículo “Lo de Facebook es más grave de lo que parece” publicado en El País a propósito de la tormenta política mundial originada una vez que la opinión pública ha sabido que una consultora que trabajó para el presidente de los EEUU, Donald Trump, manipuló datos de 50 millones de usuarios de la mencionada red social.
Para Adsuara, el vendedor, el tendero tradicional, no vende solo su producto, vende confianza como también lo hacen otros colectivos como el de abogados, médicos, los bancos, el correo electrónico, las redes sociales o un periódico ya que, en definitiva, las relaciones son una cuestión de confianza -y desconfianza- en los otros y también en nosotros mismos.
Las protestas ciudadanas que estamos viendo en las últimas semanas no solo demandan soluciones a problemas concretos que han sido aparcados bajo el techo negro de la crisis económica o surgidas bajo la presión de medidas desproporcionadas que los poderes político y económico aplicaron en numerosos casos. También estamos viendo que la presión ciudadana se dirige hacia esa revisión pendiente de modelos sociales y económicos que se quedaron caducos y también superados por valores como la igualdad y la justicia social y que fueron el germen de las reivindicaciones de las manifestaciones del 8 de marzo y, ahora también de las presiones de los jubilados en defensa del sistema público de pensiones como pilar de la estructura social.
A estas protestas, otros colectivos – policías nacionales y locales, guardias civiles, médicos, estudiantes, ftrabajadores de justicia etc.-, suman su malestar a la falta de confianza en un modelo sobre el que nadie aún ha dado un paso al frente para plantear y debatir su reforma o sustitución, si fuera el caso. Es precisamente esta ausencia de ese debate del que pudiera salir el impulso hacia la consecución de otro modelo en verdadera sintonía con las necesidades reales de una sociedad que ha cambiado mucho en los últimos años, lo que desalienta la confianza y por tanto la esencia del trato que rige la vida social y al que se refería Adsuara en su artículo. Las consecuencias son fáciles de adivinar si definitivamente es la desconfianza la que se instala en ese ciudadano que entiende que sus dirigentes se preocupan más de otros intereses que de los de procurar el bienestar general.
Influencia sobre la economía
No es difícil suponer la influencia que tendrá sobre la economía esa manipulación de datos de 50 millones de usuarios con unos fines, políticos y económicos, tan alejados de lo que es una red social tal y como la conocíamos hasta ahora. Mayor es aún la brecha abierta entre los ciudadanos que confiaron datos personales a una plataforma que se presentó inicialmente como una comunidad virtual de amigos e interactiva. ¿Qué pasará a partir de ahora cuando ya sabemos que cualquiera puede conocer y usar a su antojo nuestras aficiones, datos personales, tendencias o amistades?.
Cuando los homínidos bajaron de los árboles encontraron fuerza para vivir en la unión con otros semejantes. Hoy la actuación conjunta de seres humanos sigue formando parte de las relaciones entre iguales, bien como protección bien como defensa de intereses comunes. Pero no parece que sea el caso de las relaciones virtuales a juzgar por lo que estamos viendo.