Formidable libro «EL RUMOR DEL OTOÑO», voz poética, seminal, que fue sembrando otoños luminosos, iluminadores en el corazón de quien leía, estaba leyendo poesía de verdad. Y es que, ciertamente, en ésta, última entrega poética, ofrece al lector, amante de la mejor poesía, un racimo gustoso de dieciséis uvas dulcísimas que no tienen desperdicio, reconocidas y justipreciadas en certámenes y juegos florales de ámbito nacional. Aquí queda patente el exigentísimo existir poético, las resonancias de una mujer poeta que dice alto y claro quién es, hoy por hoy, en la lírica española,
Natividad Cepeda. Reúne en este título una muestra vibrante de su quehacer siempre ascensional, que colinda con las luminosidades más cimeras, que siempre abren a lo alto, cuando se trata de poesía (repito) de verdad. Desde el poema «LLUEVE SOBRE LA RÁBIDA EN OCTUBRE» hasta el que abrocha el volumen «MÚSICA DE ATARDECERES», fuímonos llenando «alma adentro» de unas vibraciones poéticas de muy profunda caladura sentimental, intuición e imaginación, sabiendo que «el otoño llamaba claudicando jardines», que allí sonaba un ritmo, una armonía que no tiene precio, allí sonaba «la tristeza infinita de la nieve», pero también «disparos de pétalos y alondras». En estas páginas, hay algo más que una trayectoria poética, ciertamente aquilatada, hermoseada de flores naturales, placas y/o diplomas, algo más que una mujer con voluntad de fuga que ha sabido (sabe) jugarse lo más suyo que tiene (la palabra) a la poesía.
Así crece una voz, el pasar de este tiempo «bajo la tarde en su viaje hacia el crepúsculo». Pero qué hermoso es ir acuestas de la tarde, «a vendimias de amor», qué hermoso ir alimentando sueños «de raíces de luz», qué hermoso es ir pasando como las nubes, «dejando su legado de lluvia/ por la tierra». Resulta conmovedora esta contemplación fidelísima del amante, el «roce presentido/ de encuentro sobre la hoguera de la tarde», ver «la alquimia del beso» galopar a la ternura de quien duerme «frutal» ante los ojos de la amada, como si fuese el mismo «esplendor hecho hombre». Qué bien logradas me parecen estas imágenes, metáforas virginales, estos instantes de estremecimiento, tan puros de luz pura, que se me antojan cual si fueran los de la primera amanecida. El lenguaje -comprometido- cumple aquí su función poéticamente, da mucho juego, cuerpo y alma a estos poemas.
En el poema «PLENITUD» aparece inequívocamente el eje denominador donde se asienta el leit motiv de casi todo el libro: el amor aparece tan convincente como alumbrador de las dichas más altas, incluso aquí localizado en el lugar -Tomelloso- donde se hizo más fuerte, más amor si cabía a pleno sol, a plena luz, en los campos, en «las espigas del trigo/bajo el recio manto de la tierra y el cenit de la luz/ que rezan humildemente a Dios por la cosecha».
Llegando al final de este itinerario, de esta culminación plenaria que dice tanto (y tan hermoso de la vida), que fuimos recorriendo entre fríos de escarcha y luces crepusculares, rumorosas de otoño, nos detenemos «en los alrededores del final de la tarde», acaso dejando aires, «pedacitos de nubes de color/ escarlata», aves altas que ha ido sobrevolando «el cielo y la tierra en éxtasis,/ como si no quisieran que llegara la noche». No me resisto aquí a transcribir, en su totalidad, la última estrofa del poema final, donde queda acuñada la virtud, los valores poéticos de este libro, como cierre feliz de esta entrega amorosa que nos deja, ya para siempre nuestra, como usufructuarios de una voz poética y verdadera, necesaria y auténtica como pocas:
Allí te encuentro, en lo profundo de su cavidad,
donde caben ríos de húmedas riberas: pienso
que esa música nace de Dios manejando el arpa
de todas las esferas del orbe. Y siento nuestras
almas en esa melodía quedarse en los ijares
supremos de las tardes.
Con mi más sincera y sentida enhorabuena.
*Escritor. Desde 1998, dirige la Tertulia Literaria “Eduardo Alonso” de la Asociación Cultural “Peña de Albacete” en Madrid.