Hace un buen rato que ha anochecido sobre la Alhambra granadina y junto a mi santa nos disponemos a visitar este conjunto histórico, un lugar emblemático de la bella ciudad andaluza que atrae durante todo el año a gran cantidad de visitantes. Reconozco que al principio estábamos un poco perdidos, pues no es fácil adivinar la entrada al recinto de la amurallada ciudad por la enorme puerta de la Alcazaba, pero por fin hemos conseguido llegar a la cola para recorrer los palacios nazaríes. La vista que se contempla desde la fortaleza es inmejorable, a lo lejos centellean las luces de Granada y las de los barrios del extrarradio tan populares como el Albaicín y el Sacromonte.
A pesar de la manifiesta oscuridad, enseguida diviso a Shingo. Nos volvemos a saludar y me confiesa que está un poco borracho. Me dice que se ha tomado unas cuantas cervezas y se ha dejado hacer un tatuaje de henna en la mano izquierda, unas mujeres de origen árabe le han dejado una huella en la piel que tardará unos cuantos días en borrarse.
Hace apenas unas cuantas horas que he conocido a este japonés que estudia español en el Instituto Cervantes de Tokio. Sucedió por casualidad. Justo al amanecer nos hemos encontrado en la parada del pequeño autobús que sube a la Alhambra. Compartir unas palabras para aclarar dudas sobre horarios y la venta de los tickets en las taquillas, eso, y la actitud conversadora y extravertida de ambos ha generado durante la larga espera una extravagante y desordenada conversación sobre los temas más diversos.
Me confiesa Shingo que viaja solo porque así no se dispersa ni se distrae sobre su interés de aprender el castellano in situ. Aunque su vuelo de destino era la capital, las condiciones meteorológicas le llevaron a Barcelona, algo que le desconcertó, sabía muy bien que Madrid no tenía mar, ni puerto, ni barcos. Pero ese contratiempo consiguió que me contara sobre las ventajas del tren AVE. Shingo ha cruzado toda la península en un singular viaje, Barcelona-Madrid, para continuar a Córdoba y Sevilla, mañana su última etapa será desde Granada a Málaga.
Al principio del encuentro, y debido a mi afición lectora, lo único que se me ocurre es hablarle del escritor japonés Haruki Murakami. Le cuento que apenas he leído un par de novelas suyas, que me gustan, le afirmo, aunque en algunos trozos de ambas se repiten situaciones. Me asegura que allí, en el país de oriente, no goza del reconocimiento y la fama que los occidentales le hemos dado a este escritor nipón.
Hablar con alguien como Shingo requiere paciencia y, sobre todo, escuchar. Él, aunque sea un estudiante incipiente de nuestro idioma, conjuga muy bien los verbos. Relatamos sobre la inexistente diferencia que existe entre coger, subir o tomar el autobús, tres verbos diferentes para realizar una misma acción, “difísil” me dice. Me cuenta en tono de broma que una de sus profesoras de español se llama Angustias, lo asocia al vocablo que expresa miedo, opresión o desconcierto y se ríe descaradamente encogiendo aún más sus ojos.
Hablamos sobre la reciente crisis económica y me dice que los españoles parecemos gente muy solidaria. Le cuento que la familia ha soportado con resignación el peso de tamaña tragedia para muchos de nosotros, pero que a pesar de que aún seguimos conservando esos lazos familiares, poco a poco vamos copiando el modelo anglosajón. Él me dice que en su país son muy individualistas.
En medio del conjunto arquitectónico que visitamos esta noche hay un palacio que desentona, me refiero al que mandó construir Carlos V para tener una residencia estable tras su boda con Isabel de Portugal. Le hablo de Carlos I de España y V emperador de Alemania y Shingo, a pesar de que ellos tienen como referente también a un emperador, no entiende la diferencia que existe entre un rey y un emperador. Le explico que un soberano gobierna una nación mientras que un emperador es la mayor autoridad de un imperio que generalmente abarca unos cuantos países.
A veces es tanta la información, que mi amigo japonés se lleva las manos a la cabeza e instintivamente la agita de un lado a otro, no entiende, no asume y vuelve a repetir “difísil”, muy “difísil”. Sin embargo, me asombra su esfuerzo por ordenar ideas con idiomas tan diferentes como el japonés, el inglés y el español.
Recorremos los palacios extasiados ante el derroche de su arquitectura, sus patios, sus fuentes, sus jardines y la exuberancia en la decoración de techos y paredes, aunque es cierto que están muy mal iluminados. Shingo hace fotos y más fotos con su móvil y mi santa le anima para que pose al menos en una de ellas, para que conste su presencia en este complejo residencial de los últimos reyes moros de la península.
Terminamos la visita y, aunque ya es media noche, la velada continúa, invitamos a Shingo a tomar un café y nos habla sobre temas particulares e incluso nos invita a visitar Tokio, sugerencia que entre risas nos parece una idea descabellada. Él, sin embargo, asegura que volverá a España y nos pide información sobre nuevas ciudades o regiones de interés.
Nos queda una asignatura pendiente pues, aunque por la mañana le hablé del gran poeta granadino que es y que fue Federico García Lorca y, aunque le conté sobre su trágica muerte, poco más hemos relatado sobre este acontecimiento. Incluso nosotros sólo le hemos dado a la visita un interés sobre la riqueza monumental de Granada. Queda pendiente volver otra vez a la ciudad para recorrer ese otro trazado cultural al que la poesía invita, recorrer otros lugares y redescubrir esta estupenda y bonita ciudad.
Nos despedimos de Shingo con la promesa de volver a Granada para recordar a Lorca o leer haikus, con un apretón de manos por mi parte y mi santa y él con un gesto fingido de besos en la mejilla. No hemos recurrido al tópico saludo del sayônara porque quizás, quién sabe si alguna vez y también por casualidad, nos volvemos a encontrar con Shingo por las calles de Toledo.