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29 abril 2024
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Paco Badía: un cinéfilo sabio y entrañable

Paco Badía, en su casa de Ciudad Real / J. Jurado
Paco Badía, en su casa de Ciudad Real / J. Jurado
Ramón González Correales. Director de la revista digital Hypérbole.es
Una ciudad, sobre todo una ciudad pequeña, siempre tiene sus personajes.

Gente reconocible, entrañable, que persiste en el recuerdo por algún oficio o actividad que ejercieron con especial pasión o pericia, lo que les llevó a ser influyentes en la vida de mucha gente, sobre todo porque crearon sueños y expectativas o porque abrieron puertas que quizá hubieran permanecido cerradas, de alguna manera, si ellos no hubieran existido. Paco Badía era para varias generaciones un personaje benigno de esta ciudad. Todos lo recordamos paseando por el centro, inmediatamente identificable, rodeado de amigos, con su gabardina, su bastón y el andar basculante que le dejó una poliomielitis.

Recordamos su voz, un poco quebrada, en la radio, en aquellos programas inflamados de amor al cine, por ejemplo sobre los hermanos Marx o Woody Allen. Lo recordamos subiendo al escenario del cine Castillo a presentar cualquier película a la que siempre convertía en significativa porque sabía contextos o anécdotas y tenía en la cabeza toda la obra de su director o de los actores y sabía relacionar muchos conceptos de una manera muy cordial, nada enfática o empalagosa.

Antes de irme a Madrid, a los diecisiete años, sus sesiones de cine club, en diversos sitios, ya me habían convertido en un aprendiz de cinéfilo o más bien en alguien que sigue disfrutando mucho con el cine, de todo el buen cine, el de antes y el de ahora, el europeo y el americano. Y creo que esto le ha ocurrido a mucha otra gente de esta ciudad que, además, en estos tiempos de Filmin, tiene la suerte de que es muy fácil ver una buena película todas las noches elegida según el estado de ánimo o cualquier otro motivo. Lo cual es algo maravilloso y reparador para terminar cualquier día.

Cuando creamos Hypérbole, en 2012, tuvimos claro que queríamos que escribiera para nosotros. Fuimos a verle una tarde y se pasaron rápidamente las horas hablando de cine y de las muchas anécdotas que conocía o avatares en los que había intervenido, como su paso por la ‘Samuel Bronston Productions’ y los exteriores que buscó para ‘El Cid’ o ’55 días en Pekín’.

Pero a esas alturas de su vida ya no le apetecía escribir, no se había subido al caballo de los ordenadores y tampoco deseaba revisar artículos antiguos que decía tener perdidos entre los muchos papeles y libros de su casa. Solo aceptó escribir, al final, uno solo: cuales habían sido sus películas preferidas después de toda una vida viendo cine.

El resultado puede leerse a continuación y es emocionante hacerlo porque quizá fue el último artículo que escribió y en él habita indemne su voz, su talante y su pasión de toda una vida: el cine.

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Badía tras ser nombrado Ciudadano Ejemplar en 2017, junto a la entonces alcaldesa Pilar Zamora / J. Jurado

Memoria de un cinéfilo: mi entrada en el cine. Por Paco Badía

Son muchas las ocasiones en que me han preguntado la forma y las causas por las que el cine entró en mi vida y me llevó a convertirme no sólo en un cinéfilo de pro, sino también a entrar en él mismo profesionalmente durante un periodo de mi vida.

Ahora, mis amigos de esta nueva revista digital que aparece en el panorama de nuestra sociedad con los mejores auspicios, han ido más lejos y me piden algo que me parece aún más difícil. Decir cuál, o cuáles son mis películas favoritas de los miles y miles que he visto a lo largo de mi vida. Con su permiso, yo diría que encontrar solo una o dos me resulta extremadamente complicado.

Por eso, he decidido cambiar un poco la petición y contarles, no las que considero mejores, sino las dos que más han influido en el desarrollo de mi amor, primero, y obsesión, después, por el cine como arte y como entretenimiento.

Y, con este punto de vista me surgen de inmediato dos títulos decisivos. El primero el Quo Vadis de Mervyn LeRoy, película de 1.952; y el segundo, la inconmensurable ‘2.001: una odisea del espacio’, rodada por Stanley Kubrick en 1.967.

Durante los años cuarenta y primeros cincuenta, los años de mi infancia, el cine en nuestro país se consideraba entre los chicos y chicas de corta edad cómo un mero entretenimiento, que principalmente atraía los domingos por la tarde a las sesiones que se celebraban en el Colegio de Nuestra Señora Del Prado (Marianistas) de mi Ciudad Real de nuestros pecados.

Asistiendo a aquellas inolvidables sesiones conocí a Charles Chaplin ‘Charlot’, Harry Langdon ‘Jaimito’, Stan Laurel y Oliver Hardy, ‘El Gordo Y El Flaco’, y demás cómicos del cine mudo americano, cuyas aventuras, junto con el inevitable y obligado No-Do, abrían siempre las proyecciones, donde luego teníamos ocasión de ver película, hoy indiscutibles títulos clásicos, cómo El Demonio Del Mar’; ‘Capitanes Intrépidos’, Las Cuatro Plumas’, ‘Gunga Din”, “Niñera moderna”, “Bascomb El Zurdo”, ‘Hombres del oeste’, las películas “de jornadas” rodadas durante los años treinta -‘El Imperio Fantasma’, ‘La Mano que aprieta’, ‘Los Tambores De Fu-Manchú’, etc- y títulos nada conflictivos y eminentemente entretenidos, que los espectadores seguíamos con auténtica pasión.

Pero, en mi caso, también con cierto reparo. Y es que el esfuerzo visual me producía molestias que acababan en dolores de cabeza, lo que poco a poco me  fue alejando, por decisión de mis padres, del cine.

Sin embargo, conforme crecía, los fines de semana se convertían en un problema para encontrar modo de relacionarme con mis amigos y compañeros de estudios, que naturalmente acababan en el cine todos los domingos, por lo que me quedaba solitario en mi casa dando la tabarra y no dejando tranquila, sobre todo, a mi madre. Me figuro que acabó harta, y se decidió a tomar directamente una decisión que resultó capital para mi futuro. Era el Domingo de Resurrección del año 1954, cuando, a la hora de comer, apareció en casa con una entrada de cine. Era para la sesión “infantil” del Cinema Proyecciones, donde esa tarde se entrenaba ‘Quo Vadis, una historia que ya había leído en aquellos libros juveniles de la Editorial Bruguera.

La visión de ésta película, la emoción de su historia, la belleza de las imágenes en color, la ambientación en la época del Imperio Romano, la, para mí, entonces perfecta narración dramática, fue todo un descubrimiento de las posibilidades que el cine podía ofrecer. Salí del cine sin dolor de cabeza, entusiasmado, inesperadamente convertido en un cinéfilo, aunque entonces no me daba cuenta de ello.

La impresión que me produjo la película fue tal, que durante el tiempo que permaneció en cartel, llegué a verla hasta tres veces. ‘Quo Vadis me cambió mi concepción del cine, me hizo interesarme por su técnica, por su lenguaje, por sus posibilidades expresivas, hasta el punto de que fui el promotor del primer cine-club que se formó en el Colegio de los Marianistas, que duró dos o tres años, donde un grupo de alumnos y algún que otro profesor discutíamos y hablábamos de las películas que se proyectaban los domingos por la tarde en una cita que se convirtió en obligada. Fue el principio de todo.

Se me ha preguntado también cual es la que considero mejor película que haya visto en mis muchos años ya de cinefilia. Y en eso, mi contestación no tiene ni un momento de duda: ‘2.001, una odisea del espacio’ de Stanley Kubrick. Conocí ésta película en el año 1967, cuando fue estrenada en el hoy desaparecido Cine-Teatro Albéniz de Madrid, entonces el único local dotado en la capital española con el sistema de proyección de Cinerama, en una copia especialmente preparada para éste sistema por la Metro Goldwyn Mayer, la productora del film.

Iba a ver la película atraído por dos cosas. Ser una película de Stanley Kubrick, un director que ya me había impresionado profundamente con sus films ‘Atraco Perfecto’ y ‘¿Teléfono Rojo?, Volamos Hacía Moscú. Y tratarse de un relato de “ciencia-ficción”, un género que siempre me ha gustado de manera especial. Y ya, desde el primer fotograma, tras ese hermosísimo plano de créditos donde se ven alineados el Sol, la Tierra y la Luna, la película me sorprendió al empezar a contar no una historia de naves interplanetarias y batallas espaciales -los elementos habituales de las “space óperas” tipo ‘La Guerra de los mundos’, ‘La conquista del espacio’ y similares-, sino la aparición del ser humano en la Tierra con la extraña aparición del negro monolito en unas hermosísimas secuencias, culminadas con una de las síntesis narrativas más maravillosas de toda la historia del cine, donde un hueso lanzado al aire por un mono se convierte en una nave espacial recorriendo el espacio a los sones del vals ‘El Danubio Azul’ de Strauss.

Solo por ese momento, demostrativo de un talento fílmico excepcional, ya se convierte ‘2001,una odisea del espacioen mi película favorita. Aunque, desde luego, tiene muchas más cosas para considerarla, de lejos, cómo tal. Un film que, pese al paso del tiempo, considero que todavía no ha sido superado. ¿Les parece poco? A mí, no.

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