Es la escritora brasileña, Clarice Lispector (1920-1977), una mujer élite empoderada / desempoderada y sufriente, además de una gran literata. Es un personaje más para una interesante colección de mujeres que estoy tratando en estas recientes columnas mías (Lanza, abril 2021). Ver su biografía, Ladrona de rosas, de la escritora Laura Freixas.
Su vida muestra los rasgos de lo que llamo una tragedia contemporánea de género. El subtítulo con el cual Freixas subraya su sufriente personalidad es significativo: Clarice Lispector, una genialidad insoportable.
Una belleza surgida de la tragedia
Giorgio de Chirico le hizo un retrato. Nadie mejor que el pintor metafísico para intentar captar el intrincado espíritu de la escritora, a la que acompañaba un hermoso cuerpo: era alta, con cejas afiladas y pómulos salientes en su rostro gatuno, con ojos verdes y labios carnosos bajo una rojiza cabellera. Una belleza.
Nació en Ucrania, de origen judío, después de que su abuelo fuera asesinado y su madre fuera violada por los rusos y de que su concepción estuviera planeada en la creencia de que curaría la sífilis que los violadores habían contagiado a su madre. No ocurrió así. Lispector perdió a su madre a los 9 años, cuando ella y su familia -dos hermanas más- ya había emigrado a Brasil, en 1922, huyendo de la persecución antisemita.
Clarice Lispector publicó con 23 años su primera novela, Cerca del corazón salvaje, un gran éxito de crítica y de público, y se casó con un compañero de facultad, diplomático. Tuvo dos hijos, uno de ellos con problemas de esquizofrenia.
Laforet / Lispector
Hay un gran paralelismo en sus datos biográficos como mujeres escritoras, salvando distancias geográficas y otras. Ambas pierden a su madre en la adolescencia, ambas viven su juventud sin padre. Ambas reciben un gran premio literario por su primer libro, y tienen un éxito arrollador. Ambas recurren a ansiolíticos y antidepresivos toda su vida.
Clarice, como Carmen Laforet, vive en plena contradicción entre su rol de escritora y de ama de casa. No acepta ninguna de esas dos realidades plena y coherentemente. Y, sin embargo, la vida se las impone: es escritora, es mujer joven casada con dos hijos, es figura pública por aquel insólito primer premio (1943) que la persigue toda su vida con sus luces y sombras.
Lo que acabo de anotar es un asunto de género, una especie de existir angustiado bajo lo que llamo irónicamente el síndrome Dorys Day: un vivir entre la Aspiradora y la Pluma, nunca posible en un hombre.
Hay una especie de esquizofrenia social, ambivalencia, dualidad muy de lo femenino, muy de una época, como canon identitario que el sistema imponía a las mujeres. Es una escritora inteligente, gana dinero con la literatura, pero da unos consejos tan de señora Francis radiofónica a las mujeres y escribe con tal soltura sobre ello que sorprende. Cabría preguntarse si es cinismo. Más bien opino que es, un botón de muestra de su desdoblamiento psicológico y existencial. Un vivir entre la pluma y la aspiradora, de una ama de casa de lujo (esposa de diplomático) como la que tantas veces encarnó la actriz Doris Day, rubio arquetipo hollywoodiense de lo femenino, años 50/60.
La larga sombra del patriarcado
La sociedad patriarcal actúa como generador de notables vidas paralelas de género; esta es una idea fuerza y conclusión para el caso de las escritoras que trato. La escritora Carmen Laforet muestra unas concomitancias más que notables con Clarice Lispector, lo cual es un buen indicador de cómo el sistema patriarcal salta fronteras y contextos geográficos (España, Brasil) y pone de manifiesto un impresionante denominador común entre estas dos vidas de mujeres escritoras, y de otras muchas. En sus biografías se nos habla de sus dubitaciones sin cuento. Impotencia, angustia y más angustia son sus rasgos ante la escritura.
Las mujeres élites profesionales reúnen unas características típicas que dan la pista de sofisticadas discriminaciones y desigualdades de género. Clarice Lispector (como Laforet) causó sensación en el mundo literario por su primera novela, tanto por el texto en sí, como por provenir de una mujer, joven, y guapa (en este paréntesis caben todas las exclamaciones de la prensa de la época ¡¡¡!!!). He ahí tres elementos de una fórmula socio-patriarcal de gran éxito que, sin embargo, puede conllevar grandes dosis de alienación para la persona y, en efecto, los causó sobre sus vidas. También se puede enfermar de éxito, al igual que de fracaso.
¡Es tan guapa como Marlene Dietrich y escribe tan bien como Virginia Woolf!, exclamó el que sería su traductor al inglés.
Hiperpresencia mediática
Por todos esos factores, esas escritoras estuvieron en el punto de mira de la opinión pública, sobredimensionadas mediáticamente. Una sociedad patriarcal puede encumbrar a una mujer, es el éxito de las minorías, la excepción que confirma la regla de la situación postergada de la generalidad de las mujeres. El establishment ponía sus focos en las escasísimas mujeres que triunfaban, sus iconos, las tapaderas de una ley del embudo ferozmente discriminatoria. Anomalía social tal, que las volvía anómalas y enfermas.
Tanto la obra inicial, y también la posterior, de Clarice estuvo rodeada con esta especie de superpluses sospechosos, tal vez excesivos por ser mujer. Una de las pocas…, decían sistemáticamente los cronistas. En suma, elogios cargados de una gran ambigüedad.