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Construir una identidad: 40 años de Castilla-La Mancha

Puños como símbolo de unidad a las puertas del convento de San Gil en Toledo, sede de las Cortes regionales de Castilla-La Mancha / Clara Manzano
Puños como símbolo de unidad a las puertas del convento de San Gil en Toledo, sede de las Cortes regionales de Castilla-La Mancha / Clara Manzano
Noemí Velasco / CIUDAD REAL
Fue un 31 de mayo de 1983 cuando Castilla-La Mancha acunó sus primeras Cortes y nombró a José Bono como primer presidente de la recién creada comunidad autónoma. En esta región, el autogobierno no vino acompañado de "manifestaciones de júbilo", sino que fue un proceso promovido desde arriba, desde las élites, que cogió como bandera la lucha contra los desequilibrios territoriales, fundamentalmente por motivos económicos. Ese es el origen del regionalismo castellanomanchego

    Los partidos políticos buzonean en las casas, los candidatos patean las calles para convencer a los votantes y las juntas electorales se preparan en estos calurosos días de mayo para el despliegue electoral del 28-M. La maquinaria está engrasada, existe experiencia, pero lo cierto es que tan solo han pasado 40 años desde que la ciudadanía de Castilla-La Mancha votara por primera vez en unas elecciones autonómicas. Fue el 8 de mayo de 1983, en la recién nacida democracia española y en una comunidad autónoma que solo tenía nueve meses de existencia, un territorio que nunca había gozado de identidad propia.

    Fue en el verano anterior cuando las Cortes Generales aprobaron por mayoría cualificada el Estatuto de Autonomía de Castilla-La Mancha como Ley Orgánica 9/1982, con 54 artículos y 6 títulos. El rey Juan Carlos I y el presidente del Gobierno Leopoldo Calvo-Sotelo sancionaron la ley en el Palacio de Marivent de Palma de Mallorca el 10 de agosto de 1982, y siete días después entró en vigor. Así nacimos como región, una con límites geográficos nuevos, sin bandera y sin lengua propia, dentro de una nueva organización territorial denominada Estado de las Autonomías, que apostó por la descentralización de competencias para dar respuesta a las demandas de nacionalismos arraigados como el vasco, el catalán y el gallego.

    De la Constitución de 1978 a las primeras Cortes regionales de 1983

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    José Bono se convirtió en el primer presidente de Castilla-La Mancha el 31 de mayo de 1983 / Lanza

    La primera asamblea de parlamentarios de Castilla-La Mancha se constituyó en enero de 1978 en el Palacio de Fuensalida de Toledo, hoy sede de la presidencia autonómica, con la participación de parlamentarios de UCD, PSOE y Alianza Popular. Ahora bien, el origen del Estado de las Autonomías se halla en la declaración programática realizada por el Gobierno del presidente Adolfo Suárez en julio de 1976, en el papel desempeñado desde 1977 por el ministro para las Regiones, Manuel Clavero, y en la Constitución de 1978. Fue la alternativa a una España federal, aunque en la actualidad las comunidades autónomas han alcanzado una cuota de gasto público global superior a la de los estados federales más consolidados del continente.

    Diputados nacionales (del Congreso y del Senado) y provinciales de las diputaciones participaron en la primera reunión del ente preautonómico en la iglesia de San Agustín de Almagro con Antonio Fernández-Galiano como presidente, y en la elaboración del borrador del Estatuto de Autonomía, presentado por UCD y aprobado con 86 votos a favor en Manzanares en 1981. Seis meses después el texto se aprobó de manera definitiva en la basílica de Alarcón (Cuenca). Como dijo Blas Camacho (UCD), uno de los personajes claves en el proceso autonómico, junto a Miguel Ángel Martínez (PSOE), Castilla-La Mancha no podía perder otra vez “el tren de la historia”.

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    Información publicada en portada por el diario Lanza con respecto a la reunión del entre preautonómico en Manzanares / Archivo

    Así, al amparo del título VIII de la Constitución, que se refiere a la organización territorial del Estado, Castilla-La Mancha se convirtió en 1982 en autonomía por la vía ordinaria que marca el artículo 143. Y al año siguiente, la victoria electoral del Partido Socialista acabó en el nombramiento de José Bono como primer presidente autonómico el 31 de mayo, fecha en la que las Cortes celebraron la sesión constitutiva y que ha quedado marcada para la posteridad como Día de Castilla-La Mancha, por su relevancia en el imaginario colectivo. Ese día alcanzamos el autogobierno como región, dispuestos a luchar por el fin de los desequilibrios territoriales en España.

    Las primeras percepciones del Estado de las Autonomías

    En el papel Castilla-La Mancha ya era una realidad, pero lo que tocaba era trasladarlo a la realidad social y económica, y a la gente. Lo cierto es que un año después, el primer barómetro de Castilla-La Mancha que incluyó preguntas específicas sobre identidad regional reflejó que la ciudadanía apenas confiaba en el Estado de las Autonomías. Un 41 por ciento de los encuestados reconoció que no sabía si la nueva articulación territorial traería un aumento de las diferencias entre las regiones ricas y pobres y el 33 por ciento consideró que aumentarían. Como reconoció José Bono en un discurso, en Castilla-La Mancha “no hubo manifestaciones de júbilo”.

    Sin embargo, seis años después, un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) dejó notar un cambio de tendencia. Estaba claro que la asunción de competencias por parte de la Junta de Comunidades empezó a tener reflejo en la calle. El 67 por ciento de los encuestados consideró que en este tiempo habían mejorado las cosas “mucho” o “algo”. El 61 por ciento opinó que la sanidad había mejorado, un 68 por ciento había notado avances en la educación y un 77 por ciento en las carreteras. El informe además reflejó una alta satisfacción con los gobiernos de José Bono, presidente autonómico hasta 2004 y que mantuvo la mayoría absoluta durante seis legislaturas.

    El nacimiento de una “identidad dual”

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    Folleto divulgativo sobre las Cortes de Castilla-La Mancha publicado en 1983 / Cortes

    ¿Pero cómo evolucionó el sentimiento regionalista? Según el historiador Xosé Núñez Seixas, los regionalismos y los nacionalismos minoritarios comparten tres características: la defensa de una identidad colectiva territorialmente delimitada, la existencia de un conflicto de intereses entre centro y periferia de base cultural, política o económica, y el surgimiento de movilizaciones sociales u organizaciones políticas. Ahora bien, es importante tener en cuenta que el regionalismo defiende la descentralización y el reconocimiento de unos derechos políticos sin concebir el territorio como sujeto de soberanía y sin reivindicar el derecho de autodeterminación. Y, por otra parte, la articulación del discurso político-identitario es más débil que en los nacionalismos.

    El desarrollo del regionalismo castellanomanchego supuso el desarrollo de lo que llamó el sociólogo alemán Juan José Linz “identidad dual”, que concilia la identidad autonómica con la subordinación a la identidad nacional. De hecho, algunas de las preguntas de los barómetros postelectorales realizados en España desde entonces caminaron en este sentido, mediante preguntas como ¿se siente únicamente español? ¿se siente tan español como castellanomanchego? ¿o se siente únicamente castellanomanchego?

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    Folleto divulgativo sobre las Cortes de Castilla-La Mancha publicado en 1983 / Cortes

    El 60 por ciento de los encuestados declararon sentirse tan españoles como castellanomanchegos en 2015 y menos de un 30 por ciento únicamente españoles. Está claro que la identidad regional, aunque de forma discreta, avanzaba en Castilla-La Mancha. Asimismo, el 38 por ciento de los encuestados declaró ser partidario del Estado de las Autonomías actual, frente al 25 por ciento de las personas que dijeron ser afines a un Estado con un único Gobierno central. Son datos que reflejan la consolidación del sentimiento regional, no al nivel de Andalucía, que refleja muchos rasgos comunes, pero que durante toda la democracia ha ido pasos por delante en este terreno, aunque sí superando a regiones como Castilla y León que se mantienen a la cola.

    Castilla-La Mancha refleja un sentimiento regionalista moderado, al igual Cantabria o La Rioja, frente a las comunidades autónomas donde apenas ha calado como Madrid y Murcia, y por detrás de Asturias, Extremadura y Andalucía, que actúa como referente. Lo hace por un hecho fundamental, porque ambas regiones, una vez que tienen delimitado su territorio, viven un “despertar” del regionalismo ligado a un conflicto de intereses entre centro y periferia, fundamentalmente por motivos económicos. Así, las demandas están ligadas a obtener, según señala el profesor José Pérez Vilarino, “una asignación de recursos más eficiente, capaz de compensar los graves y crecientes desequilibrios interregionales”.

    José Bono y el PSOE: promover el regionalismo desde arriba

    800px Felipe Gonzalez recibe al presidente de la Junta de Castilla La Mancha 1983
    El presidente del Gobierno, Felipe González, recibe al recién nombrado presidente de Castilla-La Mancha, José Bono, en 1983 / Lanza

    La identidad regional castellanomanchega se articula para frenar los desequilibrios territoriales y promover una mayor asignación de recursos que permitan ampliar servicios públicos. Pero, como en la mayoría de las comunidades autónomas, en Castilla-La Mancha no fueron organizaciones políticas propias, sino dos partidos nacionales los que promovieron el desarrollo de la conciencia colectiva desde los gobiernos autonómicos. Ellos fueron los que reforzaron el regionalismo, tanto con sus discursos, como con la creación de un imaginario común formado por banderas y fiestas comunes.

    De esta forma, la construcción de Castilla-La Mancha es un claro ejemplo de proceso político vertebrado de arriba abajo (top down), pues no fue fruto de una demanda social, sino la culminación de un proceso de negociación entre las élites. De hecho, destaca el papel representado por José Bono, presidente de la Junta de Comunidades entre 1983 y 2004, como “regional maker” –constructor regional-. Él mismo creó una narrativa histórica propia de la identidad territorial a partir de la entrada en vigor de la Constitución y la puesta en marcha del Estado de las Autonomías. Pero todo no quedó ahí, pues fue capaz de configurar un imaginario con referencias continuas al Quijote, y de articular un discurso en torno a un hecho que tocó el sentir de la población: el subdesarrollo que había sufrido el territorio a lo largo de la historia.

    “No ignoro que en Castilla-La Mancha no tenemos ni un idioma distinto al castellano ni una bandera secular. Sin embargo, precisamos la autonomía tanto o más que aquellas regiones históricas”, expresó en su primer discurso de investidura. “No venimos a estas bodas de España en el Mundo, ni como Quijotes a pregonar la inigualable hermosura de nuestra Dulcinea Castilla-La Mancha, ni como Santos, rendidos al espectáculo de las ollas llenas, a rogar, con hambrientas razones, que nos dejen mojar un mendrugo de pan. Venimos sin pretensiones de vanidad, pero con el orgullo de haber sabido construir entre todos una región en la que casi nadie creía hace 10 años”, pronunció años después, en la Exposición Universal de Sevilla.

    Además, José Bono supo articular un discurso al margen de la clase política de Madrid, que se colocó fuera de la diana de los eslóganes antiespañoles de los nacionalismos. Era un discurso que subrayaba que Castilla-La Mancha también había sido un territorio vapuleado por el centralismo. “Después de haber visitado pueblos y ciudades, después de haber hablado con muchas personas, yo les diría que el mal fundamental de esta región no está en su economía, ni está en la agricultura, ni está en los regadíos. El mal fundamental de esta región radica en la desigualdad. Desigualdad en la distribución de la riqueza y desigualdad en el trato que hemos recibidos durante siglos de los Gobiernos centralistas”, pronunció en su segundo discurso de investidura, en 1987.

    El autogobierno

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    Salón de plenos en el antiguo Convento de San Gil, sede de las Cortes desde 1985 / Clara Manzano

    Desde la llegada de la democracia, el autogobierno ha sido clave en el desarrollo del Estado del Bienestar y, en definitiva, en la mejora del bienestar de una ciudadanía que decidió escribir “una nueva historia”. Sin el autogobierno, esta región de la España de interior, rural, con población envejecida, que sufre despoblación y que siempre había estado eclipsada por la cercanía de Madrid, lo hubiera tenido muy difícil para gozar de servicios públicos como una universidad propia, ferrocarril de alta velocidad o una red de autovías envidiable en algunas comarcas. Aunque no han existido organizaciones políticas regionalistas con representación en las Cortes, ni medios de comunicación fuertes con presencia en las 5 provincias, el movimiento regional impulsado por las élites ha calado y florecido en forma de identidad. Hoy Castilla-La Mancha y, lo más importante, su ciudadanía, aparece en el mapa, dispuesta a demostrar que esta comunidad autónoma es mucho más que pueblos encalados con zócalos azul añil y castillos, sino que es un territorio moderno, innovador, actual, que quiere participar y decidir. Soplar cuarenta velas tiene que ser un buen momento para hacer memoria, reflexionar sobre lo vivido y pensar en el futuro.

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