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Cervantes y el vino en El Quijote

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Monumento a Cervantes en la plaza de su nombre en Ciudad Real / JMC
Joaquín Muñoz Coronel / CIUDAD REAL
En el pórtico de FENAVIN 2022, brindemos por la inmortalidad de Don Miguel

Desde hace varias décadas, el veintitrés de abril viene siendo habitual que dediquemos unos folios a glosar a Cervantes -quien nos dejó huérfanos hace 406 años-, sin que podamos desligar su muerte de los múltiples aspectos que contempla su principal obra. Si bien esa orfandad no ha sido tal, en cuanto a su recuerdo y proyección ni en La Mancha ni en el mundo. Esta fecha de su fallecimiento que hoy recordamos, igualmente se ha contextualizado en un concepto tan amplio como el Día del Libro… Festividad que en Cataluña y otros pagos, se mimetiza igualmente con la festividad de San Jorge, con el libro y su correspondiente flor…

En estos años hemos analizado –y seguiremos haciéndolo- diferentes aspectos de nuestro autor: su vida, desventuras, el rescate de Berbería, su pobre entierro y su azarosa inhumación, y los personajes-fetiche por él introducidos. De su paralelismo mortuorio con Shakespeare, de las circunstancias de los calendarios juliano y gregoriano, de sus consecuencias en la vida cotidiana y de la veneración de estos dos autores… e incluso de la coetánea Teresa de Jesús, cuya muerte se vio afectada igualmente por el cambio de calendario.

Por supuesto que nos queda materia por focalizar. Desde el número y papel de las mujeres cervantinas, a la música reflejada en sus obras, y aún a las obras musicales que pronto se convirtieron en trasunto para otros autores igualmente notables… De la música clásica a la ópera y el ballet, pasando por la pintura, escultura, cinematografía, o gastronomía… O las sentencias falsamente atribuidas en los últimos tiempos, tanto a Don Quijote como a su fiel escudero. Y es que el Quijote es un libro poliédrico desde el que pueden vislumbrarse tantos aspectos como proyecciones tiene la actividad humana. Pero en ese afán por atalayar algún aspecto de antaño relacionado con nuestro presente, hemos llegado a la conclusión de que valía la pena tocar el binomio Quijote-Vino. No ha sido la única ocasión, y sin duda vendrán otras, escudriñando los aspectos históricos, literarios, económicos y socioculturales del vino. Pero es ahora una ocasión excepcional por múltiples razones.

1. Cervantes. Jauregui. 645Kb
Cervantes. Jáuregui

La explicación es clara. Desde 2019 no habíamos podido reencontrarnos con FENAVIN, que vuelve este año con renovadas fuerzas y en un novedoso escenario corregido y aumentado… Pues bien, dejando para dentro de 365 días otros aspectos de Cervantes y su obra -igual de notables, aunque menos oportunos- queremos situar nuestro trabajo de hoy sobre El Quijote (la principal seña de identidad de Cervantes), en relación con la naturaleza y realidad del vino (alma e inspiración de la revolución que desde hace 20 años se opera en Ciudad Real). Y que, bajo el paraguas de FENAVIN, ha vuelto por donde solía en su XI Edición.

Pero vayamos de inmediato a la cuestión. Está probado que Don Miguel fue buen conocedor de nuestros vinos, como lo fue de la Mancha toda. Y es, por cierto, el vino casi el único protagonista de la novela que no se ve magnificado en su narración. Es evidente que casi todos los elementos presentes en la obra necesitan del apoyo de la imaginación, para transformar “labradoras en princesas”, “ventas en castillos”, “rebaños en ejércitos” o “molinos en gigantes”, exagerándolos a la vista de cualquier personaje que no sea Don Quijote. El vino, en cambio, no se exagera, es algo “real”, que siempre aparece descrito tal y como es, en su justa cotidianidad y calidad debida. Es como si, deliberadamente, Cervantes hubiera querido mantener fuera de grandilocuencias innecesarias -en un mundo tan lleno de fantasías como el de Don Quijote- a los buenos vinos tintos de la Mancha.

Nada menos que 136 veces aparece el término “vino” mencionado en las dos partes de El Quijote. Aunque, claro, no todas ellas se refieren a los caldos manchegos. Locuciones como “vino el deseo”, “vino a ser”, “vino a dar”, “vino a decir”, “vino a llamar”, “vino a la memoria”, “vino al pensamiento” …, contienen igualmente la palabra, aunque su significado verbal en este caso nada tenga que ver con el sustantivo del vino como bebida. Para no faltar a la verdad, son exactamente 22 veces en la Primera Parte, y 21 en la Segunda, las que el término “vino” está inequívocamente referido a los caldos de la tierra manchega.

Auténtico protagonismo vinícola

De tal suerte que, a lo largo de toda la obra se nos muestra el “Vino”, como un complemento imprescindible de cualquier comida. Así en el Capítulo I, 2, casi en el comienzo de la obra, Don Quijote recibe su bautismo de vino: “… Y puesto el un cabo en la boca, por el otro le iba echando el vino…”. Tampoco tardará Sancho en preferir el vino al agua: (“… Rogó a Mari Tornes que se le trujese vino…”, I, 17). Sin embargo, peor momento es el que pasa Sancho en este otro pasaje: (“… Mas sucedióles otra desgracia, que Sancho la tuvo por la peor de todas, y fue que no tenían vino que beber…”, I, 19). Menos mal que, al final, el hecho de traerle el vino soluciona muchos problemas: (“… Limpiáronle, trujéronle el vino…, II, 53). Aunque no siempre ocurre de la misma forma: (“… Estando la séptima noche…. de su gobierno en su cama…, no harto de pan ni de vino…, II, 53).

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Uva tinta de La Mancha

Es un hecho que, generalmente en los viajes, las gentes de la época solían ir bien preparadas de la bebida embriagadora (“… Fueron seis botas de vino, que cada uno sacó la suya de su alforja…hasta el buen Ricote…sacó la suya… que en grandeza podía competir con las cinco…”, II, 53). Aunque, desgraciadamente, casi todo tiene su fin: (“…Cuatro veces dieron lugar las botas… pero la quinta no fue posible, porque ya estaban más enjutas y secas que un esparto… Finalmente, el acabársele el vino…, II, 53).

Sin embargo, resulta evidente que, para cualquier celebración, nada hay como un buen trago de vino: (“…Y échese la mitad de la apuesta en vino, y llevemos estos señores a la taberna de lo caro, y sobre mí la capa cuando llueva…”, II, 66). Y hasta parece que los consejos son de mejor calidad, cuando se está bien comido y bebido: (“… Que no se lo doy sobre estar harta de pan y vino, sino en ayunas…, II, 73). A veces, un poco de vino es casi una obra de caridad: (“… Suplicar a algún amigo, si es que los tengo… que me dé un trago de vino… y me enjugue este sudor…”, II, 53).

11. San Jorge y el dragon. Grabado1
San Jorge y el dragón. Grabado

También considera Sancho, nada más ser gobernador de su ínsula, que, como artículo casi de primera necesidad, el vino ha de tener libre circulación: (“… Y que pudiesen meter en ella vino de las partes que quisiesen, con aditamento que declarasen el lugar de donde era, para ponerle el precio según su estimación, bondad y fama, y el que lo aguase o le mudase el nombre perdiese la vida por ello…”, II, 51). Si bien el castigo que se impone, tal vez sea demasiado duro.

Y provechosos efectos

En el libro dedicado a narrar las aventuras de Don Quijote y su inseparable escudero Sancho, no se escamotean aspectos tales como el arte de servir bien el vino: (“…Habiendo personas que casi se acuerdan de haber visto a la dueña Quintañona, que fue la mejor escanciadora de vino que tuvo la Gran Bretaña…”, I, 49; “… Y su dueña Quintañona, escanciando el vino a Lanzarote cuando de Bretaña vino…”, II, 23). Ni la posesión de bodegas como indiscutible símbolo de riqueza en la Mancha: (“… La razón y cuenta de lo que se sembraba y cogía y pasaba por mi mano, los molinos de aceite, los lagares de vino, el número de ganado mayor y menor…”, I, 28).

2. Cervantes. Madrid. Plaza de Espana. Detalle. JMC
Cervantes. Madrid. Plaza de España. Detalle / JMC

Tampoco se eluden las bien probadas dotes del vino como antiséptico: (“… Y procura que se me dé un poco de aceite, vino, sal y romero para hacer el salutífero bálsamo…”, I, 17), o en esta otra cita: (“… Leonela tomó, como se ha dicho, la sangre a su señora …  y lavando con un poco de vino la herida, se la ató lo mejor que supo…”, I, 34). Ni es banal la constatación -como haría Pasteur siglos después, de forma igual de empírica, pero mucho más científica y rigurosa-, del hecho de que el vino sea una bebida sana y más segura que el agua: (“… Hijo Sancho, no bebas agua; no la bebas, que te matará…”, I, 17). O la de que el vino sea el principal símbolo de la buena vida: (“… Sobre un buen tiro de barra o sobre una gentil treta de espada no dan un cuartillo de vino en la taberna…”, II, 20).

En la Segunda Parte del Quijote, acerca de la proverbial calidad de los vinos de la Mancha, tampoco se escatiman palabras, algunas de ellas algo altisonantes: (“… ¡Oh hideputa, bellaco y cómo es católico! … ¿este vino es de Ciudad Real? …”, II, 13). Ni sobre la categoría, maestría y habilidad de un buen catador o “mojón”: (“… Diéronle a los dos a probar del vino de una cuba, pidiéndoles su parecer del estado, cualidad…” “El uno lo probó con la punta de la lengua…”, II, 13). Ni sobre la calidad del vino: (“… Pidiéronles su parecer del estado, cualidad, bondad o malicia del vino …”, II,13), el adobo del vino (“… El primero dijo que aquel vino sabía a hierro; el segundo dijo que más sabía a cordobán…” “El dueño dijo que la cuba estaba limpia y que tal vino no tenía adobo…”, II,13). Ni se orillan otras cosas relativas al vino: (“… Las vueltas que ha de dar, con todas las circunstancias al vino atañederas…”, II,13).

Más consecuencias

En la conclusión de la historia de “El curioso impertinente”, (I, 35), donde se vislumbran las trágicas consecuencias de la curiosidad de un marido, se interrumpe la lectura de la novelita por la batalla que libra el semidormido Don Quijote contra los cueros de vino, que él toma por el gigante que supuestamente persigue a la princesa Micomicona/Dorotea. Un contraste situado entre la tragedia del “curioso impertinente”, y la comicidad de Don Quijote, pero de tal forma aderezado, que la acción principal o locura de don Quijote, interrumpe la supremacía del “curioso impertinente”, convirtiéndose en una intercalación, vía Micomicona, en la historia de Dorotea.

3. Cervantes. Toledo. Zocodover. JMC
Cervantes. Toledo. Zocodover / JMC

Y aparece como una constante, la comparación entre el vino tinto y la sangre: (“… Que derramada le vea yo su sangre…”, I, 35), y el incuestionable valor que, ya entonces, tenía el vino. Igualmente se cita a la “arroba” como medida usual de vino, que aún hoy sigue empleándose en La Rioja para las transacciones a granel: (“… Un cuero horadado, y la sangre, seis arrobas de vino tinto…”, I, 37).

Igualmente se ponen de manifiesto las virtudes y habitualidad del cuero como envase adecuado para el vino: (“… Y levantándose, volvió desde allí a un poco con una gran bota de vino y una empanada de meda vara…”, II, 13). Y se emplea el término “corambre” (que en la obra figura como “colambre”), como sinónimo de sed (del cuero que contiene el vino, hecho del pellejo de algunos animales, y con particularidad de toro, vaca, buey o macho cabrío), cuando se refiere al “caviar” o “cavial”: (“… Y es hecho de huevos de pescados, gran despertador de la colambre”, II, 54).

Naturalmente, no podían faltar excelentes consejos sobre su consumo racional. Así, en los consejos segundos que Don Quijote dio a Sancho, se nos muestra un ejemplo perfecto -incluso para nuestros días-, sobre el consumo moderado de esta bebida. La conclusión final de vino y moderación, la aconseja sabiamente Don Quijote a Sancho de esta forma “… Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado, ni guarda secreto, ni cumple palabra”, (II, 43).

4. Don Quijote y Sancho. Madrid. Plaza de Espana. JMC
Don Quijote y Sancho. Madrid. Plaza de España / JMC

Sutil reubicación capitular

En el capítulo 35, -aunque el título “Que trata de la brava y descomunal batalla que don Quijote tuvo con unos cueros de vino…” figure originariamente en el 36-, aparece el uso del cuero como envase esencial para el transporte y almacenamiento del vino: (“… Que yo vi correr la sangre por el suelo, y la cabeza cortada y caída a un lado, que es tamaña como un gran cuero de vino”, I, 35). La evidencia del valor del vino: (“… Como si fueran de vino tinto…”, I,37), (“…Y por fin y remate de todo, romperme mis cueros y derramarme mi vino, que derramada le vea yo su sangre”, I, 35). Y lo escandaloso y caro del vino tinto derramado: (“…Y el vino tinto tiene hecho un lago el aposento…”, II, 37). (“… El cura lo sosegó todo, prometiendo de satisfacerles su pérdida…, así de los cueros como del vino…”, (I, 35); (“… El ventero…pidió el escote de Don Quijote con el menoscabo de sus cueros y falta de vino…”, I, 46).

9. Cervantes. Don Quijote y Sancho. Ciudad Real. Fuente Talaverana. JMC
Plaza de España de Sevilla / JMC / JMC

Tampoco falta en este capítulo, como se ha dicho, la eterna comparación entre el vino tinto y la sangre: (“… Había dado tantas cuchilladas en los cueros, creyendo que las daba en el gigante, que todo el aposento estaba lleno de vino…”, I, 35). O en este otro: (“… Que me maten -dijo a esta sazón el ventero- si don Quijote o don diablo no ha dado alguna cuchillada en alguno de los cueros de vino tinto que a su cabecera están llenos, y el vino derramado debe de ser lo que le parece sangre a este buen hombre …”, I, 35). Y una vez más: (“… ¡Qué sangre ni qué fuente dices, enemigo de Dios y de sus santos! -dijo el ventero-. ¿No ves, ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa que estos cueros que aquí están horadados, y el vino tinto que nada en este aposento, que nadando vea yo el alma en los infiernos de quien los horadó?”, I, 35). O este otro, algo más adelante: (“…O a lo menos a la horadación de los cueros, y a lo de ser vino tinto la sangre…” (I, 37).

En medio de la escena

Nos parece que la batalla de los pellejos de vino -en medio de la historia del “curioso impertinente”- es más bien una treta de la que se sirve Cervantes para acometer el tema del vino tinto manchego. En este caso, quedan bien patentes dos hechos que Cervantes ha querido destacar: por un lado, la locura de Don Quijote -quien, en su línea de equivocaciones, confunde a los fudres con gigantes-, y al vino tinto con la sangre de aquéllos. Por otro lado, la enorme pérdida que supone la ausencia del líquido embriagador, frente a la riqueza de su posesión. Y esto, ante la necesaria reserva y obligado almacenamiento de cierta cantidad, hasta que alcanzase “algunos años de ancianidad”, como se dice en el capítulo II, 13. Lo que nos muestra que, ya entonces, se sometía el vino de esta tierra a crianza y envejecimiento, aunque con unos procedimientos bien diferentes a los actuales.

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Cervantes, Don Quijote y Sancho. De Young Museum, San Francisco

También sabemos por Cervantes lo que era un “mojón” o catador de vinos, y lo apreciada que era tal cualidad: (“… Bravo, mojón, -respondió el del Bosque- “, II, 13). Lo mismo que, ordinariamente, el vino solía tomarse más bien fresco, lo que los franceses llaman chambrée, es decir, adaptado a la temperatura ambiente, ni más frío, ni más caliente. Sólo que, en la Mancha, la temperatura ambiente veraniega puede ser a veces demasiado elevada: (“… El segundo zaque, que, porque se enfriase el vino, le tenían colgado de un alcornoque”, I, 11). También es bien patente, y puede que ésta sea la principal conclusión de la trama, que los vinos de Ciudad Real eran tenidos por excelentes (“… – ¡Oh hideputa, bellaco, y cómo es católico! … -, … Pero dígame, señor, por el siglo de lo que más quiere: ¿este vino es de Ciudad Real?, II, 13).

Aunque claro, junto a la calidad y enorme pérdida que supone el derramamiento del vino, no se olvida Cervantes de su parte expositiva con una clara intencionalidad moral. En relación con la trama expuesta en “El Curioso impertinente”, concluye el Capítulo 35 con las palabras del Cura, quien afirma “… Pero no me puedo persuadir que esto sea verdad y si es fingido, fingió mal el autor, porque no se puede imaginar que haya marido tan necio, que quiera hacer tan costosa experiencia como Anselmo. Si este caso se plantea entre un galán y una dama, pudiérase llevar; pero entre marido y mujer algo tiene de imposible…”. Un punto en el que, según el malagueño García Marín, el poeta Ruiz de Alarcón (“El semejante a sí mismo”) coincide con el parecer del Cura:

  1. Diego: “El que prueba a la mujer

                    indicios de necio da.

  1. Juan: A la que es su mujer ya;

                      mas no a la que lo ha de ser”.

A modo de conclusión

De todo ello resulta que Miguel de Cervantes era buen conocedor, y seguramente feliz consumidor, de los vinos de La Mancha. Como resultan muchas otras cosas. Como que entonces se consideraba algo tan necesario como el pan, puesto que, si faltaba al lado de éste, algo faltaba. Que el vino, para su transporte y pequeño almacenaje se conservaba en grandes cueros, aunque se consumía gustosamente en bota, y en las grandes celebraciones era escanciado, como ahora, desde botellas a los vasos y copas. También resulta evidente que los vinos de la época eran fundamentalmente tintos, que ya envejecían siendo más valorados de esta forma -aunque parezca que es reciente el invento de los crianzas y reservas-, y que eran más agradables cuando se tomaban frescos.

6. Cervantes. Alcala. JMC
Cervantes. Alcalá / JMC

Otra de las evidencias del Quijote sobre el vino es que, además de ser sano, era un poderoso antiséptico empleado habitualmente en la cura de pequeñas heridas. Por otra parte, la tenencia y posesión de bodegas era considerado como un símbolo de riqueza. Y un hecho muy interesante es el de que Sancho Panza, como gobernador de la ínsula Barataria, ya fue gran defensor de la libre circulación (el libre comercio de hoy) de los vinos. Así, mandaba que se supiese su procedencia, y que se castigase severamente el abuso sobre este particular. Casi un antecedente de algunas de las misiones de las actuales IGP’s y Consejos Reguladores, cuyas dos primeras instituciones del país fueron el de La Rioja y el de Jerez, reconocidos en 1926 y con Reglamentos aprobados en 1928.

Resulta probado que ya era una figura precisa y valiosa la del “mojón” o catador; que la cata del vino era un detalle valorado; que era muy apreciado el arte de servir bien el vino; que era más agradable cuando se encontraba fresco; que era fundamentalmente tinto; que utilizaba la arroba como medida, y que entonces -como ahora- ya se justificaba la moderación en su consumo.

7. El Quijote. Portada 1605. Juan de la Cuesta
El Quijote. Portada 1605. Juan de la Cuesta

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