Mujer del campo manchego, nació un 4 de marzo de 1889 en Alhambra, en plena Restauración española, dispuesta a hacer del compromiso social su forma de vida y a participar en la vida pública local sin tener miedo a romper barreras. Blasa Jiménez Chaparro, ‘La morena’, es la segunda alcaldesa documentada hasta el momento en la provincia de Ciudad Real. Su activismo político la llevó hasta la muerte, como presa política durante los primeros meses de la dictadura franquista, por ocupar altos cargos en la administración municipal, por militante comunista y por ser mujer.
En su primera intervención pública como concejala en el Ayuntamiento de Alhambra, en marzo de 1938, en plena Guerra Civil, Blasa Jiménez pidió ayuda para un refugiado, “un buen trabajador” que llegó a Alhambra procedente de las zonas del frente y que estaba en una “difícil situación económica”. Así lo describe el historiador Luis Ángel Gómez en el libro ‘Para hacerte saber mil cosas nuevas’, publicado dentro del proyecto Mapas de Memoria por la Diputación de Ciudad Real con el fin de rescatar del pasado a los represaliados por el Franquismo.
Una España en cambio
Blasa Jiménez nació en un mundo sin derecho al voto femenino, donde las sufragistas acababan de crear la primera coalición británica que abogaba por el derecho de las mujeres a votar, la National Society for Women’s Suffrage, y en un país donde el movimiento obrero, el sindicalismo, el marxismo y el anarquismo iban en ascenso. Ella fue una mujer de pueblo, “dedicada al cuidado de los hijos, de la casa, a las labores del campo”, no era maestra, ni tenía estudios, explica Luis Ángel Gómez, y eso hace que sea un “caso singular” entre las primeras mujeres que en la España rural asumieron compromiso político y social durante la II República.
Fue durante este periodo de la historia de España, una vez reconocido el derecho al sufragio femenino en la Constitución de 1931 de la II República, tan defendido por la republicana Clara Campoamor, cuando las mujeres alcanzaron el derecho a ser elegidas para desempeñar cargos públicos. La primera fue Doña Paquita, una maestra que fue “alcaldesa accidental” durante un breve periodo de tiempo en 1933, según ha trascendido en los últimos meses. Y también hubo otras concejalas, como Conrada Serrano, por el Partido Comunista, en 1937, de La Solana.
Ahora bien, la posición de la mujer en la vida pública de los pueblos durante la II República “no tuvo nada que ver con la de las ciudades”, donde el derecho a voto y a la participación política empujaron importantes “avances para el feminismo”. Luis Ángel Gómez destaca por lo tanto la excepcionalidad de esta mujer que llegó a tener “tal alto grado de activismo político”, pese a que en los pueblos “seguían teniendo un papel más tradicional, ajeno a la implicación política”. Cabe recordar que Alhambra era “un pequeño pueblo manchego, con unos 3.000 habitantes, y eminentemente agrícola, dedicado al cereal, con algo de olivar, como en el resto del Campo de Montiel, habitado por gente de campo”.
El auge del movimiento obrero en España
Los mayores de Alhambra cuentan que ‘La morena’ era “una mujer comprometida, atrevida y combativa”. Su posición política fue cercana al marxismo, en las elecciones de 1936 fue interventora del PSOE –adscrito al Frente Popular- y después se afilió al Partido Comunista, donde fue “uno de los miembros más activos e importantes”. Así pues, llegó a ser secretaria del Radio Comunista de Alhambra, que según explica Gómez, “era como llamaban a las secciones locales en esta época”.
En estos años, el Partido Comunista fue “el que más subió en toda España” y el marximo se extendió como la pólvora por toda la provincia de Ciudad Real, según explica el historiador, “salvo algunas zonas mineras como Almadén o Membrilla, donde tuvo más afiliación el anarquismo”. La UGT, donde su marido fue presidente de la filial de Alhambra, aparte de máximo dirigente del Partido Comunista local, fue el sindicato más seguido en la provincia, a diferencia del éxito de la CNT en otras zonas de España.
Del Partido Comunista a la alcaldía
Así es como Blasa Jiménez, con casi 50 años, llegó a ser primero concejala y luego alcaldesa “accidental” –en las actas aparece como “alcalde-accidental” por la ausencia de feminización del lenguaje- por el Radio Comunista de Alhambra en 1938. Fue el 3 de junio cuando tomó posesión del cargo, que ostentó hasta finales de agosto, apenas tres meses, una vez que el gobernador civil mandó formar el nuevo Consejo Municipal. Después siguió como concejala, hasta el final de la guerra. El hecho que explica su cargo como alcaldesa tiene una explicación sencilla: “el alcalde fue llamado a filas y propusieron a Blasa como alcaldesa hasta formar la nueva Corporación”.
De su periodo como alcaldesa “no hay constancia de acciones políticas concretas”. Luis Ángel Gómez, que ha indagado en los archivos municipales, advierte que “las actas de los plenos no hay nada fuera de lo normal”. Así pues, señala que “recogían el funcionamiento de la vida local, acciones de obra pública para solucionar el problema del paro, y referencias a las arcas municipales, al abastecimiento y a las colectivizaciones”. Hay que tener en cuenta que España estaba inmersa en la Guerra Civil y que los Ayuntamientos estaban al servicio de la contienda, incluida la organización de los “llamamientos a filas” para el frente, y a paliar sus efectos.
El control de los “abastecimientos”, en estos momentos en los que escaseaban los productos básicos, era una de las funciones principales de las Administraciones locales, “más en el 38, cuando empezaba ya a haber hambre”. “Toda la producción estaba controlada”, apostilla Gómez. Pero es que, aparte, como bien refleja esa primera acta que recoge la petición de Blasa, los ayuntamientos tenían que “lidiar con los miles de refugiados que llegaron a Ciudad Real procedentes de Córdoba y Badajoz”, que tenían frentes de guerra, mientras que esta provincia permaneció en la retaguardia.
En relación con la labor llevada a cabo por los ayuntamientos para alojar a las familias de refugiados y buscar solución para su manutención, hay que subrayar que Blasa Jiménez también fue consejera del Comité Local del Socorro Rojo Internacional, fundación de ayuda humanitaria creada por la Internacional Comunista y “que asumió papeles similares a los de la Cruz Roja”. Así pues, Socorro Rojo, según explica el experto, “se encargó de recaudar dinero para los combatientes enfermos, de evacuar a niños de zonas en guerra y de conseguir alimentos y ropa”.
La labor social de Blasa Jiménez no quedó ahí, pues según recuerdan los mayores de Alhambra, sabía “leer y escribir”, como demuestran algunas de las cartas que escribió desde la cárcel, e incluso “instruyó a algunos vecinos” del pueblo “por su propia cuenta”. Así consiguió su segundo apodo: ‘La letrada’. En esta época, destaca el historiador, “casi el 60 por ciento de los españoles eran analfabetos”, y más en los pueblos. Los versos que incluye en sus misivas también reflejan que tenía “una cierta inquietud cultural”, que compaginaba con otras aficiones, como los bordados.
Morir por participar en política
“Vinieron dos mariposas que estaban en libertad a controlar a tu madre que se encuentra en un penal. Conserva este canastito hija de mi corazón, que tu madre con sus manos de flores te lo llenó. Te quedaste en casita sin el calor de tus padres, pero si Dios quiere pronto volveremos a abrazarte”. Son los versos escritos por esta mujer de tez bronceada en una postal bordada desde la prisión de mujeres de Amorebieta (Vizcaya), una de las cárceles más duras del franquismo. Blasa Jiménez fue detenida al finalizar la guerra y sometida a un juicio sumarísimo de urgencia en verano de 1939 en Villanueva de los Infantes.
Según consta en el expediente, fue condenada a pena de muerte, pero finalmente se le conmutó por 30 años de reclusión mayor. En el proceso, las autoridades franquistas hicieron hincapié en la filiación política, su papel propagandístico y su periodo como alcaldesa. Las causas de su fallecimiento en el centro penitenciario no constan y sus restos mortales están desaparecidos, aunque según ha recogido Luis Ángel Gómez sufrió “todo tipo de salvajes torturas”, le arrancaron los pezones y soportó el método conocido como la “gota china”.
“La libertad me quitaron pensando en ti y en tu madre, hijas de mi corazón. Y a vuestro padre querido jamás lo olvidaré yo”, escribe en otra carta dirigida a su nieta Pepa. A su marido, Andrés Orejón Jiménez, lo fusilaron el 17 de julio de 1940 con 54 años y a su hijo mayor, Severiano Orejón Jiménez, el 5 de septiembre con 28 años. Durante la postuerra toda la descendencia directa emigró de Alhambra “para no ser señalados”, por eso la historia de Blasa Jiménez ha permanecido olvidada y ajena a las generaciones del ahora pese a ser un claro referente para las mujeres de toda la provincia.