J. Y.
Ciudad Real
Como cristiano comprometido, cuando el sacerdote Antonio Fernández, decidió dedicarse en activo a ayudar a los más desfavorecidos encontró otra razón más para reforzar su fe en Jesucristo. “no sólo quería hablar de la pobreza, la desigualdad y la injusticia, sino mostrar la cercanía y acompañar a los más pobres”, explica.
Originario de Fuencaliente, Fernández, que en el último mes ha estado en España visitando a su familia, amigos y compañeros de la Diócesis, se ha llevado a Pedernales (República Dominicana) cariño y recursos materiales y económicos para las comunidades de esta zona limítrofe con Haití.
Misionero de vocación, quiso hace 18 años iniciar el recorrido de un camino, en el que sorprendentemente hay otros peregrinos del alma. Al valorar sus primeros diez años (1994 y 2004) de actividad en la idílica zona de Paraíso –al suroeste del país- asegura que fue una experiencia “gratificante”, en la que aprendió que “cuando uno se pone en camino hay mucha gente caminando, te encuentras a muchos socios en el camino”. Defiende la sinergias entre distintas fuerzas (tanto religiosas, como civiles y laicas) para ahormar herramientas que permitan a las comunidades pobres mejorar sus condiciones sociales de vida. “Había representantes de instituciones y voluntarios que sin tener las mismas ideas que yo sentíamos la necesidad de confluir y de responder a las necesidades”, argumenta en lo que es un discurso lógico de acción ante situaciones de pobreza extrema.
“A mí me motiva la fe, a otros el humanismo, a otros su trabajo como funcionario, pero todos unimos nuestras fuerzas” para luchar contra vulnerabilidad del sistema y de las personas. En este punto y sobre el terreno, la evangelización y su brazo tendido se unen para desvanecer las desigualdades.
En la década en que este país antillano empezó a consolidar una tendencia de recuperación económica, Fernández trabajó en Paraíso “con inmigrantes haitianos, impulsamos escuelas, proyectos de salud, una organización para reforestar la montañas y proyectos de infraestructuras básicas”.
Tras pasar tres años en España (entre 2004 y 2007) haciendo ‘animación misionera’ en las distintas provincias al albur del Instituto Español de Misiones, el sacerdote ‘cucón’ lleva un lustro en Pedernales -al oeste de la república y lindando con una de las zonas más paupérrimas de Haití- donde desde la parroquia Nuestra Señora de Altagracia atiende a una población de 13.000 personas, además de las miles que suman los entornos de otras ocho comunidades repartidas en las montañas (algunas zonas alcanzan los 2.000 metros de altitud), y las de la parroquia Inmaculada Concepción en Oviedo, a más de 50 kilómetros
Con este horizonte y con trece en el caso de la capital y una treintena de iglesias evangélicas en los puntos más altos, hay una gran tarea por desarrollar como es “la misión permanente: preparamos evangelizadores que, a su vez, se acercan a otras personas interesadas en Jesucristo y en dar catequesis”, explica.
“Hay un 70 por ciento de no bautizados, y hay pastores de otras iglesias que enseñan rudimentos de la fe, buscando la sanación y atacando a la iglesia católica y a la Virgen María, …”, aunque “si nosotros tenemos proyectos sociales o educativos, atendemos a todos sin distinción y en nuestras campañas de misión, los invitamos y los respetamos”, detalla.
Esta labor pastoral en coordinación con la Diócesis de Barahona no cansa a Fernández que comparte compromiso con sacerdotes de cuatro continentes, África, Europa, América y Asia.
En su reflexiones en tierra propia recuerda los consejos del Instituto de Misiones para tierras extrañas: “te preparan para que no llegues y les digas lo que tienen que hacer (de manera prepotente), sino para acompañarles y ayudarles desde sus necesidades”. Además, “aprendes de su fe, cómo sobrellevan situaciones límite aunque no vayan a ninguna iglesia, y de su alegría desde la pobreza”.