Carlos Aranda no se ponía delante de dos pitones desde el pasado 16 de septiembre, y después de una operación de hombro, mes y medio con el brazo derecho en cabestrillo, y algunas semanas de entrenamientos de salón, ayer domingo el matador de toros ciudarrealeño volvió a torear, esta vez en el campo.
Fue, precisamente, en la misma placita en la que se puso delante de una becerra por primera vez, en la ganadería de Ruiz Cánovas, en Navas de San Juan (Jaén).
Allí el de Daimiel tentó una añoja -para volver a tomar el pulso a las embestidas con un oponente de menor entidad- y una erala, bravas ambas, y que hicieron discurrir a Aranda por la cantidad de matices que sus antagonistas ofrecieron en sus acometidas.
Fue el primer paso de cara a afrontar una temporada que se antoja crucial en la carrera de Carlos Aranda, ya que, cabe esperar que las plazas de la provincia cuenten con el nuevo matador de toros este año 2023, pero no deja de ser menos cierto que el de Daimiel debe mostrar una dimensión que vuelva a ilusionar a los aficionados manchegos, tal y como manifestó en la entrevista publicada en lanzadigital.com/toros hace algunas semanas.
En ello está. Ojalá lo consiga ya que, no cabe duda, el contar con toreros en boga -tal y como sucede en este momento de manera envidiable con la provincia de Toledo- ayuda a fomentar el interés del aficionado. Y hace falta que tal circunstancia se produzca.