Este año de 2019, el día de San Miguel, 29 de septiembre, cae en domingo, fiesta sobre fiesta para todos los aficionados a los toros de Villamanrique en 30 km “a la redonda”.
Cualquier día de la semana ha sido hábil para iniciar los cinco días de los “sanmigueles”, desde doscientos años atrás. Los pueblos vecinos han estirado su asistencia y participación, desde la mañana a la noche, acudiendo a los toros y a la calle de la Feria de Villamanrique. Las carreteras confluyentes saben mucho de “trasnoches” y “madrugones” en estos principios del otoño villorreño. Jóvenes, mocicos y maduros se agrupan para festejar estas fiestas, sin contar las horas de “pasarlo bien”.
El encierro mañanero acarrea sus añadidos de buñuelos, roscas de churros, chocolates y alguna copita de mistela. Los grupos, grandes y chicos, se encaminan todos a la “volea” para ir acoplándose al ángulo, cada vez más largo de brazos, que va a recibir al tropel de cabestros, vacas, caballistas, perros y pastores.
El remolino polvoriento va ascendiendo la cuesta poco a poco, para colarse al fin, forzado por el “Apretón” en la calle del “Escápate”, que llevará el encierro a los toriles después de trescientos metros de recelos y empujones. El regusto de la participación tiene su “honrilla”, aunque muchos estén agarrados a las ventanas, o detrás de los barrotes que cortan las calles. Cada cual siente su propio azoramiento ante el peligro, y ante el tipo de “fierezas” que, soliviantadas, amurcan a todo lo que se mueve.
Todo este montaje pergeñado según los saberes y ocurrencias de los villorreños, tiene una base sólida en los ganaderos que surgieron en el pueblo, muchísimos años atrás y aportaron graciosamente sus vacas y cabestros para los festejos de San Miguel.
El pueblo siente orgullo y agradecimiento a estas familias, que sin interrupción siguen siendo valedoras de las Fiestas.
Los “toros” de San Miguel han dado mucho color a Villamanrique; ningún pueblo de los “alrededores” le ha “mojado la oreja” en cuanto a encierros y capeas. La calle Grande es la vía “pintiparada” para correr las vacas bravas, después de trastearlas en la plaza. Hay en ella gran número de portales, ventanas y callejones que facilitan el escamoteo a la fiereza de las cornúpetas.
Desde lo inverosímil a lo natural, todo puede ocurrir en estas carreras de divertimento y defensa. Risas, gritos, sustos, proezas, habilidades y muchísimas zancadas son el abanico mágico, que ofrece cualquier tarde de toros en Villamanrique. Natural y llamativa fiestas de muchísimos años atrás.
La plaza del pueblo es cuadrada. Forman los tendidos y el albero, también cuadrados, con carros y volquetes enlazados firmemente con sogas y cuerdas, tal como “antes”. Los adoquines del pavimento los cubren con arena del río Guadalén, que tiene su “nacencia” en el término del pueblo. En la plaza plantaron los antiguos la fuente de agua sobre una plataforma de piedras de sillar a un metro de altura, con escaleras de subida y de bajada y sobre ella, una columna de hierro alta, cuadrada, con estrías y adornos y un crucero con dos pantallas de luz. La fuente tiene dos caños de agua, en uso.
Además del cometido natural, todos los años representa el mejor y más pintoresco burladero ante las ansiosas vacas que se enseñorean por el rectangular albero.
La máxima representación del valor son las subidas y bajadas de las vacas detrás de los mozos, y las vueltas alrededor de la fuente “a ver si me pillas”. De todo hay cada tarde, durante la suelta de cada una de las seis vacas, los cinco días de toros en Villamanrique.
Historia es el toro en todas las civilizaciones antiguas, historia es el “mito de Teseo y el minotauro”, en la Creta griega. Historia es, en los anales de los tiempos de la villa de los Manrique, sus “toros de San Miguel”.
¿Quién puede borrar de la memoria de los niños villorreños, de todas las épocas, el juego de los toros en cualquier calle del pueblo, corriendo “uno” detrás de los “otros”, simulando riesgo, y subiéndose en las ventanas para evitar el peligro de la ficticia vaquilla?
El cronista del pueblo constata que San Miguel, como patrono, libra a los naturales del “espantoso averno”. Y que los “toros” representa la más genuina tradición de esta villa, en cuyos campos pastan las ganaderías autóctonas, desde múltiples generaciones atrás.
¡VIVA SAN MIGUEL Y SUS TOROS!
*Cronista oficial de Villamanrique