El mundo cambia y el paisaje con él, pero siempre hay rincones singulares que conservan su esencia, de manera que solo hay que agudizar el ojo para encontrarlos. Cuenta José Collado que hace “40 o 50 años”, al bajar la Cuesta de las Perillas (N-430), solo había que mirar al frente, a la falda del volcán de la Arzollosa, para intuir las matas de los tomates, pepinos, pimientos, de los melones, sandías y garbanzos. “Aquello estaba a tope y antes de la guerra más. La gente iba con un farolillo por la noche para poder regar”. Este piedrabuenero forma parte hoy del grupo de quince hombres hortelanos, de cincuenta y sesenta y tantos años, que mantienen la tradición en el Caño. Su labor, que nada tiene que ver con el sustento de las familias, ni con la búsqueda del beneficio económico, habla de sabiduría popular y conservación del medio natural.
A las nueve de la mañana, el ladrido de algún perro da los buenos días al vecindario mientras que Emilio Cabrera coge el azadón, empieza a dar vuelta a las matas y recoge las hortalizas que están a punto. “Somos los regantes del Caño de toda la vida. Seguimos la tradición, la que hemos aprendido de abuelos, bisabuelos. Plantamos lo que se puede, en primavera lo de primavera, en verano lo de verano… Esto es para consumo propio, de vender nada, que cuesta mucho criarlo”, explica. Tiene de todo: acelgas, alfalfa, girasoles, pimiento italiano y el cornacho, que es “el más grande, se cuelga en ristra para secar, se pone rojo y luego lo utilizamos en las migas”. Es todo un veterano en la zona, “el que más sabe”, aseguran sus compañeros. De hecho, hace en marzo su propia “olla” con simiente del año anterior, para conseguir sus propias plantas, más resistentes, y no comprar cada año nuevas.
Del pimiento cornacho a la berenjena blanca
San Isidro, el patrón de los agricultores, marca cada 15 de mayo el inicio de la temporada de verano. “Si siembras antes y viene un hielo ya puedes sembrar otra vez, porque solo aguantan los garbanzos y las cebollas”, señala Emilio. A los dos meses, en julio, ya pueden empezar a recoger parte de la cosecha, excepto los pepinos, que tardan un poco más. Hay días en los que no da tiempo a recoger tantos calabacines, “que no dejan de crecer y crecer”. En estas jornadas de agosto, los hortelanos no dan abasto a recoger tanto pimiento y a las berenjenas no les quedan nada. “Este año he plantado berenjenas blancas. Están buenísimas, mejor que las moradas, porque no tienen semillas por dentro y están más tiernas. Perfectas para comer en lonchas y rebozadas”, explica. También ha sembrado repollos y coliflores para el otoño.
Tantos huertos urbanos, que a la sociedad moderna se le olvidó que todavía existen los de verdad, los de siempre y que son un pozo de conocimiento. Muy cerca de allí, Miguel Camacho encauza el agua por regueros y surcos que abre y cierra en la tierra por el método tradicional medieval, basado en el sistema de acequias árabe. Así llega a los melones que ha plantado en su parcela, rodeada de membrillos con tanta abundancia de frutos que se han desparramado. “Ahora también hay que regar el melón, porque si no se seca”, confiesa. Ha plantado patatas, cebollas, pepinos y sandías. Cuenta que ahora muchos hortelanos “injertan las sandías en calabazas, en la calabaza de cacahuete, la de guisar, para que sean resistentes a los hongos del suelo”. En las de matanza, las que utilizan para elaborar morcillas, no dan resultado y apenas ya se cultivan, porque ya pocas familias crían y matan cerdos en sus casas para aprovechar la carne.
Una cosecha “mala”, por las altas temperaturas
Ante el sol abrasador no solo se fríen los melones, mientras que los hortelanos intentan sacar adelante las matas, aunque suden la gota gorda bajo un sombrero de paja. Raimundo del Hierro confiesa que “a partir de los 30 grados de temperatura se queman las plantas: se asolanan los pimientos, la berenjena se queda verde y no crece”. “¿Que cómo ha ido la cosecha de este año? Mal, porque la quema el sol. La verdura se pudre, se cuece. Y este año no ha dejado de hacer calores, hasta en mayo, unos calores espantosos”, apostilla Emilio. También han tenido que luchar contra una nueva enfermedad que llaman “el bronceado del tomate”, que a principios de agosto los empezó a afectar.
El agua “nunca ha dejado de correr”
Pero en el entorno del Caño, aunque alguna planta no salga adelante o se seque antes de tiempo, estos hortelanos tienen dos situaciones a su favor: la tierra y, algo mucho más importante, el agua. Pese a la idea de La Mancha seca y árida, Lope Velasco, otro de los hortelanos, destaca que “el agua aquí nunca ha dejado de correr”, ni siquiera en los peores años de sequía. Por eso “el Caño siempre ha tenido y tiene la mayor concentración de huertos de Piedrabuena”, muchos de ellos arrendados, cedidos o intercambiados por otras tierras de secano.
La sabiduría popular, según relata José Collado, dice “que el agua que se acumula en el Morro de la Arzollosa, en el volcán, acaba en una ‘lastra’, un escalón del terreno, y brota desde el Caño hasta Fontarrón”. Este hortelano que se hizo con una parcela en la zona hace 30 años, que dispone de su propia fuente, asegura que ha contado “23 salidas de agua” directamente del manantial, de la tierra, sin pozos, ni motores. Aunque algunas hoy están perdidas, muchas siguen en funcionamiento, con el agua encauzada en caños y albercas, que vierten a las huertas.
La fuente pública del Caño, la del Nogal y la de los Quinarros son en la actualidad los principales puntos de salida de agua, pero el sistema de riego tiene siglos. “Aquí decimos que el agua mana ‘por su pie’ y yo tengo hasta riego por aspersión”, señala Collado, que tiene plantados además una treintena de frutales, entre los que hay manzanos, perales y una parra que da sombra a unas cuantas gallinas. Aunque la fuente de su terreno está “al 10 por ciento de su capacidad”, después de siete años de bajada, al igual que ocurrió en la sequía de los años 90, el ritmo de salida del agua es tan alto que hasta puede regar por aspersión algunas de sus plantas y le sobra caudal, que sigue la linde hacia otros huertos.
Así pues, la coordinación entre regantes es otra de las peculiaridades del paraje, donde los que riegan directamente de la fuente tienen que tener en cuenta que, si en esos momentos hay un hortelano enganchado al mismo caño, le pueden dejar sin agua. “Toda acaba en el arroyo del Moral, que desemboca en el río Bullaque. Hace años los huertos del Caño se tenían que turnar con los de la falda de la Sierra de la Cruz, para no dejarles sin agua. Y, además, se coordinaban los hortelanos de la misma alberca, tal y como hacen en la actualidad los que acceden al mismo caño”, cuenta Lope. Él, que también tiene salida directa de agua en su terreno, ha llegado a plantar “250 plantas de tomates y otras 250 de pimientos, además de 50 lechugas y otras tantas cebollas de las que se secan al sol para todo el año”.
La tierra del volcán
La tierra negra, labrada durante siglos en las coladas del volcán, es rica en minerales. “La tierra negra es la mejor, la que da más sabor a las plantas, a los garbanzos, a las judías”, destaca Emilio. Si ya se dice que las verduras de huerto huelen y saben como ningunas, seguro que las del Caño superan la media. A veces tienen que rociar con azufre y cobre para acabar con los insectos y con la araña roja, pero otras “solo con basura y controlando el nitrógeno” mantienen a raya el pulgón. Las hierbas amarillas que “asfixian las plantas” las quitan a mano, y hay otras que son hasta beneficiosas, las verdolagas, que “además de comerse en el cocido y en las ensaladas, son buenas para que la planta se conserve y se mantenga fresca”. A los zorros, los pájaros, las avispas y al meloncillo, lo ahuyentan con molinillos y chapas, que hacen ruido y brillan.
El verdor de las matas rompe la gama cromática del paisaje tostado del verano, y en este lugar con “menudos paisajes“ incluso brotan las hierbas aromáticas y las flores que decorarán la carroza del patrón, el Cristo de la Antigua, en las procesiones de las fiestas. Emilio ha plantado la albahaca que llevará la carroza en la subida del Cristo desde la ermita hasta la iglesia de la Asunción y José “el ramo de novia”, una planta poco habitual con flores blancas, que lucirá en la octava tras la celebración de la festividad el próximo 14 de septiembre.
Los hortelanos mantienen a raya los incendios y las plagas
Las pequeñas huertas llevan los mejores frutos a las cocinas y mantienen en actividad a la generación del baby boom, con edades que rondan la jubilación, pero los beneficios para la comunidad son mucho mayores, pues contribuyen al mantenimiento de los suelos, frenan los incendios y las plagas. “Si los huertos se dejan, no se cuidan, se pierden y se llenan de zarzas, luego viene un fuego y hasta se quema la tierra”, insisten los hortelanos, que también celebran que un rebaño contribuye a conservar el entorno, porque “las ovejas son el mejor herbicida e insecticida natural”. Entre todos, “conservamos los cerros limpios, frenamos los incendios, y además impedimos que proliferen alacranes, culebras y otras alimañas” que llegan a afectar a la población de conejos y perdices.