Peris, que participó este jueves en el IX Ciclo de Conferencias de la Asociación Castellano-Manchega de Antropología ‘Acma’ con una intervención titulada ‘Memoria, arquitectura, ciudad y tiempo’, habló de cómo las ciudades, sobre todo cuando la persona ha vivido años y décadas en las mismas, se convierten en “almacenes de nuestras vivencias”, asociando en el recuerdo ciertos edificios y espacios con determinadas experiencias o acontecimientos, lo cual, a nivel individual de cada persona, es “muy importante pero también lo es para la comunidad que se reconoce” en los mismos.
De ahí que ciertos monumentos se conviertan en referentes identificativos de la ciudad, como puede ser la Puerta de Toledo o el Torreón en Ciudad Real, ejemplos de cómo la arquitectura y el urbanismo, aparte de cumplir unas funciones esenciales como la del cobijo en una casa, la prestación de servicios por ejemplo en una biblioteca o mercado o la generación de lugares donde relacionarnos, tienen mucho que ver con “nuestras vivencias y sentimientos personales, familiares y comunes”.
Aparte de para que no me moje, no tener frío o calor, la casa, refugio de nuestras vidas, es el sitio donde tiene lugar gran parte de nuestra relación familiar y experiencia vital; y eso, a otra escala, sucede, por ejemplo, en un escenario donde vivimos una inolvidable experiencia artística o un salón público de una actividad política donde sucedió un determinado acontecimiento. “Esa relación con el sentido afectivo, de sentimiento y emociones de las personas es algo que la arquitectura y ciudad deben tener en cuenta porque son elementos esenciales de nuestras vidas”, apuntó Peris, que también destacó la importancia de la generación de sitios amables, de recepción, acogimiento, donde sentirse a gusto con familiares y amigos, como el que se busca en una vivienda o en otros ámbitos de la arquitectura.
En su intervención en el salón de actos de la Biblioteca Pública del Estado, también mostró un mapa de Ciudad Real, donde apenas quedan quince edificios anteriores al siglo XX y las construcciones anteriores a 1950 sólo suman el siete por ciento, lo que denota que “hemos laminado nuestro pasado de forma espectacular”. Luego llegaría la construcción fuera de rondas de Pío XII y la barriada del Pilar en los sesenta y el impulso en el interior a las construcciones en altura, sin obviar la evolución urbanística en especial de los noventa en adelante tanto dentro como fuera de rondas, igualándose el número de habitantes.
A este respecto, citó al escritor indio residente en Nueva York Suketu Mehta sobre cómo la acelerada destrucción en las ciudades dificulta recordar el pasado. Lo normal es que las ciudades tengan un desarrollo lo suficientemente lento de manera que suceda casi sin darnos cuenta de que han cambiado las cosas, pero, cuando se producen momentos fuentes de especulación que intensifican las demoliciones con nuevas construcciones, es difícil integrar, lo cual es “negativo”.
“Es bueno y necesario que las ciudades vayan cambiando” pero con tiempo, buscando el equilibrio, como en ciudades históricas como Almagro e Infantes, donde, “si miramos despacio hay cambios y producción, lo que pasa” es que son transformaciones que “se han ido haciendo aprendiendo, desde un cierto equilibrio, y la comunidad ha ido asumiendo esas modificaciones”.
Estructurada su conferencia en ocho partes, para acercarse desde distintas perspectivas a la relación de memoria y arquitectura, se refirió a los monumentos alzados para recordar determinados hechos y, entre otras cuestiones, hizo referencia a los dibujos que enviaron los municipios para el Catastro de la Ensenada en el siglo XVIII, con descripciones muy curiosas de cómo entendían y concebían que eran sus localidades y entornos.
También se detuvo en los proyectos de colonización, diseños nuevos de arquitectos a los que encargaron inventarse nuevas ciudades, para finalizar reseñando cómo la capacidad de memoria tiene que ver con la emoción que genera la arquitectura y el arte.