Diego Velázquez es el “mejor retratista” y los protagonistas de su pintura aparecen de forma “absolutamente realista”, con dignidad, independientemente de su estatus social. “Muchas veces se enfrentaba al reto de conjugar su deseo de ser fiel a los rasgos de los personajes e intentar amortiguar un poco la ‘fealdad’. Pero generalmente los pinta sin ningún tipo de concesión ni artificio ni adulación, tal cual son”, afirmó la doctora Georgina Martinón, que disertó en el antiguo Convento de la Merced sobre ’El envejecimiento de los personajes de la Corte de Felipe IV a través de las pinturas de Velázquez’.
Martinón, que trabaja en el Servicio de Geriatría del Hospital de Ciudad Real, seleccionó para su intervención a algunos de los personajes de los cuadros de Velázquez, en cuya obra se basa su tesis doctoral sobre los procesos de envejecimiento y que abarca toda la producción del pintor sevillano. La doctora, natural de Ourense, se refirió a los actuales términos de ‘moda’ como el envejecimiento activo y exitoso e indicó que envejecer bien significa no sólo mantener un buen nivel cognitivo y funcional y no sufrir enfermedades o discapacidades, sino también tiene que ver con “la actitud y compromiso con la vida”, para lo que es “importantísimo la continuidad del quehacer social”. Así mismo, recordó que confluyen el envejecimiento intrínseco con factores como los biológicos y genéticos, con el extrínseco de exposición a agentes nocivos.
En la pintura de Velázquez, artista del naturalismo barroco y “el mejor pintor realista de todos los tiempos”, se pueden ver, ya sean nobles o personas de la calle los retratados, los efectos físicos y psíquicos asociados al paso del tiempo. Comenzó el recorrido por la obra de Velázquez con el retrato de Luis de Góngora, que transmite un carácter antipático y amargo, con ceño fruncido, como de una persona, pese a su genialidad, no bendecida por la opulencia ni el éxito, además de reflejar huellas de envejecimiento como el alargamiento de la nariz con la edad y los ojos hundidos. Poco después, Velázquez se convirtió en pintor de Felipe IV, estuvo a su servicio 37 años -de 1623 a 1660- e hizo 34 lienzos del monarca con lo que “tenemos todo el trasunto iconográfico desde la niñez, pasando por la juventud hasta la ancianidad”, lo que permite hacer “un análisis biopatológico perfecto” y analizar cómo fue envejeciendo.
Frente abombada, labios muy gruesos, pronunciada barbilla y mirada de melancolía son algunos de los rasgos de un monarca de voluntad “débil o paralítica” también conocido como ‘el rey pasmado’ que, no obstante, se presenta de manera triunfal en su juventud. Velázquez busca siempre la dignidad física e intentando “suavizar” rasgos no muy agraciados aplana la barbilla y los labios en retratos sucesivos del monarca que llevar en varias de las obras en la mano izquierda un arma o utensilio bélico y en la derecha un papel en blanco para la firma del artista que a menudo Velázquez no suscribe.
Retratista sincero, Velázquez fue plasmando la apariencia y ánimo del monarca que reflejó con 51 años como un “viejo prematuro”, como consecuencia “de una depresión, de un colapso psicológico que se exteriorizó en un deterioro físico muy grande”. Las creencias religiosas, su poco apego a las cuestiones de gobierno, su adicción al sexo “con lo que la moral también influyó”, las supersticiones y el declive del imperio incidieron en ese envejecimiento prematuro que muestra a un monarca con mirada de “cansancio, abatimiento y tristeza”.
De los personajes de la Corte que pinta Velázquez, precisamente el Rey y el Conde Duque de Olivares, que eran los que ostentaban los mejores roles sociales y contaban con los mejores estímulos, son los que envejecen peor, apuntó Martinón, “probablemente por el estrés y patologías psiquiátricas de base que influyeron en su deterioro físico”.
Inteligente, elocuente y culto, pero también soberbio y con gran ambición política, el Conde Duque de Olivares aparece desde los primeros retratos que le hizo Velázquez como una persona robusta, orgullosa y que denota poder y seguridad. Incluso en uno de los cuadros llama la atención la corpulencia en relación con el tamaño de la cabeza de un influyente hombre de quien hace un retrato ecuestre como muestra de su poder; que, así mismo, posee una personalidad muy vacilante, delirios de grandeza, alteraciones cíclicas y picos muy altos y otros muy bajos; y cuyo rostro finalmente lleva Velázquez al lienzo con una cara más rechoncha, peluca para posiblemente ocultar la calvicie y una sonrisa que indica pérdida de dientes.
Pero no todos envejecen mal, comentó Martinón, que citó a Diego del Corral y Arellano, que aparece en el cuadro de Velázquez con 68 años -“un gran anciano para la época”-; Juan de Mateos, maestro de caza del Rey; y el escultor Juan Martínez Montañés, personas con “alto nivel cultural”, que mantuvieron sus funciones y compromiso social y lograron envejecer bien amortiguando los efectos del paso del tiempo. También en su intervención, Martinón habló de un cuadro “espectacular” como el de ‘La venerable madre Jerónima de la Fuente’, religiosa con 66 años en la obra que sostiene una mirada de reserva y reflexión y sin afectaciones psicológicas ni cognitivas; así como del retrato de Inocencio X, en el que Velázquez trató de aminorar rasgos de antipatía y agresividad, aunque manteniendo su escrutadora mirada y del que el propio protagonista dijo al presenciarlo por primera vez ‘Troppo vero (Demasiado verdadero o real)’; para finalizar con el cuadro de Juan de Pareja, morisco esclavo del Rey que pasó a servir a Velázquez, primer pintor de la monarquía más poderosa de la época, quien le otorga en el lienzo una gran dignidad y le asegura, independientemente de su estatus social, “ser alguien para siempre”.
Georgina Martinón participó en el ciclo de conferencias ‘Médicos humanistas: Otra visión de la historia’, organizado por la Asociación de Amigos del Museo de Ciudad Real.