Con el regusto de un Viernes de Dolores magnífico, con sabor a barrio, a Virgen de todos y con el olor del incienso impregnando la ropa, sólo queda abrir las puertas a lo que viene. Effetá, que dijo el pregonero. Effetá, Semana Santa. Sólo queda bajar de las aceras para tocar con las manos lo que viene.
Cuando uno ve cofradías en Ciudad Real parece que en el asfalto hay cocodrilos. Anoche, en Santiago, mientras las monjas de la Cruz le cantaban a la Virgen de los Dolores en uno de los momentos álgidos de las vísperas, el público permanecía a más de veinte metros del paso de palio. ¿Por qué esa distancia? ¿Acaso hay una barrera? En esa recogía de la Dolorosa en las postrimerías del Viernes de Dolores uno encuentra la respuesta: no hay calle, ni hay aceras; sólo hay una Virgen bajo palio. Y la gente la arropa, a su alrededor, en un gentío de otro tiempo.
No tiene por qué ser así siempre, pero tampoco tiene sentido ver pasar las cofradías por calle Jacinto, Lirio o Toledo y estar subidos a la acera como si al pisar el asfalto te fuera a dar un calambre. Hay que estar pisando la calle, y que si un hijo pequeño alarga el brazo toque el respiradero del paso, y que cuando mire para arriba para lanzar un beso, vea las imágenes cerca y no a metros y metros.
La gente se queda subida a la acera sin bajar a arropar a los nazarenos, a los pasos, al Señor y a la Virgen. Por favor, bajad de las aceras. Acercaos a los pasos. Arropad a los nazarenos. No dejéis que haya metros y metros entre nosotros y las cofradías. Formen parte de ellas, porque ya lo dijo el Papa: «Hagan lío». Lío de fe, de devoción, de religiosidad popular, de tradición. Lío de miradas ensoñadas, de lágrimas, de abrazos, de enseñanza. Lío de cofradía.
Hagan cofradía. No se queden mirando a lo lejos, no protesten si están en la acera, a cinco metros o más del transcurso de la hermandad en la calle y llega alguien y se quiere poner a cinco metros de usted, pero a medio metro de la Virgen o del Señor. Ellos son de todos, y la única manera de vivir la Semana Santa es con cercanía. No salimos a la calle a ver espectáculos, ni a divertirnos; salimos a emocionarnos, y para llegar a la emoción es necesario oler de cerca, escuchar de cerca, sentir de cerca. Arropad, que os sientan a su lado.
En las aceras no se escucha el crujir de la madera cuando un paso va andando sobre los pies, ni el rachear de los costaleros si aquello va largo y reposado. Tampoco se te mete el incienso en las fibras de la chaqueta, ni escucha uno los ánimos que se van dando los costaleros. Y tampoco oirá a ese nazareno, penitente, en soledad, que musita un rosario como si fuera una letanía. Por favor, no renuncien a escuchar el sonido de un palio de cerca.
Ese ‘clon clon’ es bello, es puro y es verdad. Acérquense y escuchen los sonidos de Dios. Huelan los olores de la Virgen: a nardo, a jazmín, a hierbabuena. Y a tomillo, y a romero. Toquen, con cuidado, la madera y la orfebrería. Dejen que los niños hagan pelotas de cera y que levanten los faldones para ver a los hombres buenos.
No se queden en las aceras. Bajen y disfruten. Y sientan. Que se remuevan las entrañas, porque la semana de Dios ya ha llegado. Y es mía. Y tuya. Es nuestra. Y es suya. Es de todos. No permanezcan lejos. Háganse dignos de ponerse cerca de las hermandades y, sobre todo, siéntanse dignos de acercarse al Señor y a la Virgen.
Sirva esta metáfora para que en esta Semana Santa todos nos acerquemos a las cofradías, porque eso es acercarse a Dios a través de la belleza, de la cercanía y de la verdad que se pone en la calle en estos días. Los cristianos somos pocos, y ahora es más necesaria que nunca la protestación de fe pública. No se amilanen, salgan y acérquense, que, aunque seamos sólo doce otra vez, es lo mínimo que podemos hacer.