Pablo Casado, español de la vieja y noble Castilla, nacido bajo el Cristo del Otero, del escultor Victorio Macho, demostró la noche de martes, 23 abril, Día del Libro y Aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes, en un país en que el español ya es una lengua clandestina en algunos territorios de España, que está sobradamente preparado para ser un presidente solvente que conjure sin estridencia, y celosamente siempre en el marco de la Constitución, los letales peligros que amenazan a España, separatismo, ínfima tasa de natalidad, recesión económica, eliminación de libertades civiles, estadolatría, olvido y desprecio de las víctimas del terrorismo etarra, verdades históricas oficiales a través de quien sea el amo del BOE, un Sistema Nacional de Salud desintegrado en taifas, la Administración y el Estado secuestrados como botín ideológico y financiero, sistema impositivo confiscatorio, un sistema educativo que egresa informatizados analfabetos e inminencia de un cambio de régimen.
Es verdad que el PP ha tenido ayer mismo tránsfugas que han saltado a otras plataformas políticas esencialmente oportunistas y amorales. Esta gente lo ha hecho porque defendía más sus intereses personales (el cargo, el sueldo, etc.), que los ideales que abandera el partido. Esto es así, porque este señor era un verdadero hooligan del PP, hasta que el líder le pidió que dejara paso a una compañera, no sin antes blindarle generosamente el próximo futuro político. Y es que no hay nada más falso que el extremismo sectario.
Ahora bien, este transfuguismo vengativo e interesado limpia el PP y lo corrige. Es duro que a uno, que ha puesto toda la carne en el asador lo desplacen, sé que es muy duro, pero esto no da derecho moral a cambiar de principios políticos, que por cierto no tienen autor, sino que son patrimonio colectivo del partido acrisolado por el tiempo.
Las batallas personales deben dirimirse en el interior del partido, y si uno pierde, esperar a tiempos mejores bajo la misma bandera. Los partidos, como la sociedad, no son un cristal fijo. Hacer lo contrario es vender el honor, es mercadear con principios y valores en los que realmente uno no cree y prostituye a cada paso. Es una desvergüenza, finalmente, haber negociado en secreto con adversarios con el carné del PP aún en los bolsillos.
El programa de Pablo Casado es el proyecto político de un partido que quiere representar a la sociedad civil, y no al Estado, que es la querencia centenaria de la izquierda y el nacionalismo subido a los montes más hirsutos. Así, Casado propone que el Consejo General del Poder Judicial vuelva a ser nombrado por todos los agentes que intervienen en la administración de la Justicia. Yo incluso propondría para la futura Ley Orgánica sobre este asunto que dicho Consejo no sólo fuera elegido por los jueces, sino también por los abogados, los procuradores, los fiscales y los secretarios judiciales. En general, por todos los que operan en lo que genéricamente se denomina Poder Judicial, y cuyo poder radica solamente en eso que se llama “independencia”. Ello libertaría a la Justicia del Poder Legislativo y sus partidos, y representaría sólo el bienestar y lo justo para la sociedad civil. Hoy más que nunca necesitamos, además de ser una exigencia democrática, una independencia judicial roqueña, que se resista a los indultos de torvos golpistas que han puesto en grave peligro la paz en España.
La limitación de las aportaciones del Estado a los partidos políticos también alejaría a estos de la estadolatría que profesa la izquierda, y seguirían así siendo representantes de la sociedad civil, puras asociaciones civiles que se nutren de voluntades de la sociedad civil.
Mientras tanto, Pablo Iglesias simulaba ser un párroco progre de un barrio burgués, y disimulaba su radicalismo violento de combatiente resuelto contra la actual Monarquía. Efectivamente, el curita don Pablo Iglesias pronunciaba una homilía a redropelo.
El Dr. Sánchez era todo él mentira, tanto sus palabras, como los documentos que mostraba. Tan minoicamente mentiroso que quizás haya llegado ya a la fase de creerse sus propias mentiras. Nada le importa excepto él. Si tiene que pactar con los asesinos de más de novecientos españoles para seguir siendo presidente, volverá a pactar sin ningún escrúpulo. A veces se parece a aquel filósofo al que anuncian que hay fuego en la casa y responde: “Decídselo a mi mujer; yo no me mezclo en los asuntos caseros”. Creía que iba a excomulgar a Pablo Casado tachándole de ultraderecha. Pero “Si excommunicaturus venerit, excommunicatus abibit”.
Por lo que respecta a Albert Rivera, parecían correr por sus venas ríos caudalosos de cafeína impertinente y faltona, padeciendo una hiperactividad irrefrenable.
No cabe duda de que los cuatro líderes de las cuatro formaciones políticas más importantes están tocados por eso que Arriano llamaba “póthos” o “epithymía”, y que caracterizaba a Alejandro Magno, esa especie de ardiente anhelo o deseo de poder, pero sólo Pedro Sánchez sufre “medismós”, esa disposición propia de los antiguos déspotas orientales. Él está antes de su partido y, naturalmente, antes de España.
Faltó quizás en el debate el nuevo Santiago Matamoros, montado en su caballo blanco haciendo éste una corveta, mientras el jinete barbígero, con la espada vengadora, rebana la cerviz de un infiel. Y su ausencia lo ha salvado, porque tendría que decir que Europa debía quitar la PAC a todos los agricultores, que es lo que dice en su programa. Y otras audacias peregrinas del mismo jaez que no queremos citar.
Faltan ya sólo unas pocas horas para que España vote. Las encuestas se han realizado sobre muestras que no superan los 7.000 encuestados, y las dudas sobre a quién votar laten en la cabeza y el corazón de un tercio de la población española. Pero el pueblo español posee una espontaneidad moral que nunca le ha solido fallar, por lo que no entregará la palma de la victoria a aquellas opciones que supongan una indignidad y un torpe menoscabo del honor nacional.