En estos tiempos donde lo anodino se cierne dando culto al dinero y a ídolos de barro, encontramos el oasis de la poesía y prosa de Ana Moyano, una señora llena de humanidad y cercanía que, a lo largo de su vida, ha sabido conjugar con ternura y sencillez, la magia de su espiritualidad a través de cada una de las acciones que ha realizado.
Dotada de una dulce sonrisa y de una sensibilidad poco común, ha inculcado en sus alumnos de violín la esencia de la música, enseñada desde el prisma de lo bello ─ha sido profesora del arte de bien combinar el sonido y el tiempo en el Conservatorio de Tomelloso─; pero no es su único acierto, pues además, junto a otros malagoneros/as, fundó el primer Certamen Místico de nuestro País, y lo hizo o lo hicieron desde ese lugar teresiano que es Malagón: el pueblo donde Santa Teresa fundó su tercer Convento. También en su época de profesora, junto con otros amantes de la música, crearon la Asociación Pro-Música Guillermo González que tantos conciertos importantes ha promovido en Tomelloso.
Con tan útil bagaje y otros: periodista, entrevistadora o articulista; novelista de reconocido prestigio, poeta de corazón y devoción, Ana Moyano ha realizado una meritoria y humanista labor, alternándola con un trabajo constante a favor de los desfavorecidos.
Todo lo anterior es sólo un breve apunte de su valía como mujer de cualidades y calidades notorias, por ello no nos extraña el último poemario que acaba de ver la luz en este tiempo de la tristeza y la desolación, titulado: «Una presencia…Aromas y siempre Él», editado bellamente, como no podía ser de otra manera, por FONTE: Grupo Editorial Monte Carmelo.
Libro donde la luz de la belleza luce a través de una prosa mística, interna por su entrega al misterio, y de gran valor: que es la que Ana muestra en la primera mitad del libro, y donde no ha lugar a la desesperanza: “La sonoridad de la ternura se ha sentado a mi lado […], hasta los pájaros respetan y no cantan porque escuchan la sinfonía de los sentidos que trasciende y todo se aleja del mundo de la dificultad, de la ambición y la vulgaridad”.
Y es la luz de lo trascendente la que va calcando el aliento de lo sublime como un eco de ternura que avala la belleza que nos rodea y somos. Y son dieciocho reflexiones en prosa; pero poéticas, místicas y espirituales, las que Ana nos regala en este libro, hermosamente limpio, sencillo y cercano: “Me gustaría pintar las paredes de la vida de los verdes que hoy he visto en el campo. Un verde al que besaba el sol y lo trasformaba en terciopelo […] Nada parece real […]. Hoy se ha detenido el tiempo y una orquesta de aves entonó, a mi alrededor, bellas sinfonías […]. Me gustaría estar allí, en lo definitivo. Mientras, Señor, tejeré y destejeré el lienzo que me mandaste construir con mis pocos aciertos y mis muchas torpezas”. Seguido, ultima esta hermosa reflexión titulada La antesala diciendo: “Me he quedado debajo de un árbol, que me regala su sombra, mientras me acariciaba un airecillo que jugaba con las hojas”.
Seguido, en otro soliloquio de versos en prosa que Ana nos ha regalado, encontramos una frase que dice: “En la intimidad de tu afluencia ha llegado el sosiego”.
Desde esta mixtura de reflexión profunda, de paz y cálidas palabras, Ana Moyano nos lleva a la segunda parte del libro, es decir, a sus Paucus, con una explicación donde nos avisa que esos versos significan poco en latín. Ya Ana publicó otro libro, también emblemático en su producción poética, escrito con paucos titulado: «Se hace cantata mi alma» (Ayuntamiento de Ciudad Real, nº 39, 2001), en el que mostraba ese “pie y ala voladora” que dijera fray Luis de León debe tener la poesía.
En el libro que ahora comentamos nos vuelve a donar su maestría en la composición de sus paucus con setenta y dos poemas donde la calidez de sus pensamientos nos indaga y se indaga con esta pregunta: “¿Qué conoces el cosmos?/ No presumas/. No engañes a los ingenuos./ La creación es ignorada/ por su magnitud”.
Otros paucus hablan de la fe en Dios desde la serenidad: “Gracias, Señor,/ por los ángeles buenos/ que has puesto/ en el camino de mi vida”. “Gracias, Señor, por la luz, por el color/, por la finura del corazón/. Por ese amor que sembraste/ y que roba la ambición”. “Dios no me da lo que le pido./Dios ve lo global./Confía, mira y hallarás”.
Y es todo lo escrito en tan bellas páginas, por medio de la prosa mística y los paucos, que la paz y la búsqueda que Ana Moyano hace del Todo va calando el libro con su agua bienhechora. Indudablemente que nos hallamos ante la madurez poética de una mujer que alienta lo cotidiano con la fe como un campo encendido de esperanza para que nos asomemos con los ojos del alma para contemplar el verdadero ámbito de la poesía.
No falta, en este magnífico libro, la profunda humanidad y compromiso social de Ana Moyano, con una dedicatoria que dice: “Para vosotros estas letras/ llenas de un amor conmovido/ por tanto dolor. A los que la muerte os arrebató/ entre la sorpresa y la soledad de los que compartieron vuestra vida/ vuestro corazón/. Y también a los que desaparecen,/ como algo inservible, sin derechos/ y sin nombre, tragados por el mar/ de la codicia de un mundo soñado/. Año de dolor, miedo/ donde el sol ha brillado”.
Pongámonos, junto a Ana, en el sol de su palabra, para así unirnos a ella regalando el supremo abrazo que nos acerca al entendimiento y comprensión del ser humano a través del misterio que procura la esperanza. Con ese deseo sigamos pautas tan libres y llenas de verdad como las que nos muestra en su libro: «Una presencia…Aromas y siempre Él» . Sea.