Remueve mi cuerpo la cita con la clínica dental, necesaria y deseable. En las aceras, apenas se ven hojas caídas de los árboles que jalonan el recorrido: ya ha pasado el barrendero de la zona, haciendo su trabajo con el afán de cerrar bocas quejumbrosas, a las que todo le molesta, sin razón real, como si no hubiesen tenido una vida anterior llena de desperfectos y falta de servicios, ordenados por el Consistorio de donde palpitan, moran y transitan.
Las luces de Navidad ya están dispuestas, pero no encendidas, no tardando en estarlo. En unos días algo cambiará en la ciudad, camuflando las penurias de los seres humanos. Las caras se adornarán, como las calles, con una brillante y colorida, pero ficticia sonrisa, surgiendo la invocación de un deseo de felicidad, en muchos casos no del todo sincero, pero si repetido por aquí, allá y acullá, hasta que, pasado el seis de enero, termine el simulacro.
En la calle, noto el frío de un día de finales del mes de noviembre, y el escalofrío al imaginar el que están pasando en otros lugares, ya no solo en nuestra ciudad y por extensión en nuestro país, sino más en concreto en ese punto, donde la sinrazón, parece pretender aniquilar la vida de mujeres, hombres y niños, destruyendo todo con las bombas, sin posibilidad de supervivencia al asolamiento y la fría muerte, en tiempos de Navidad.
El regalo y la sensación placentera que produce, se transforma en un repullo a cada obús que impacta cerca, recordando en mí mismo lo frenopático de un hecho vivido, cuando estuve incorporado a filas, en ese lugar del sur de Marruecos, reflejado en uno de mis libros. Quien no lo ha experimentado, no es capaz de describir lo desagradable que es el sonido de la metralla, pareciendo que las esquirlas del metal mortal, atraviesan los tímpanos, de lado a lado, notando algo semejante a que te arrancan un pedazo de cerebro, ensordeciendo. No morí, ni siquiera quedé herido, pero si noté el paso de la parca y su desagradable bufido, rozando mi cabeza y dejando grabado el terror, en esa parte donde la tenebrosa vivencia no se pierde.
Mientras en esta parte del planeta discutimos por cosas banales o frívolas, encendiendo luces de significado contrario a la paz, en el viejo continente está presente un serio conflicto, por el que las personas no podrán brindar por la felicidad, en torno a una mesa familiar, donde se extraña a unos, pero los que están, se abrazan festejando, a la espera de un nuevo día, y un año y, luego, muchos años más, mientras la guerra continúa con el despropósito de quienes las hacen, dejando en los seres humanos el único deseo de ver un nuevo amanecer, esperanzados en la sucesión de otros muchos.
Pasan los días y las esperanzas parecen ir perdiéndose, como lágrimas en la lluvia. Aquello que, en un principio, fue inventado para la prosperidad, se va adaptando a la aplicación mediante el daño, con el que el propio ser humano destruye y se destruye.
Se me olvidaba, que iba a un asunto de salud dental. ¿Qué importa algo tan de la mano, frente a lo preocupante de verdad?
¿Amor? ¿Paz? ¿Felicidad? Razonemos sin olvidar para aprender, si es posible. Que lo importante, al final del todo, no solo sea salir a comprar el pan.